En las campañas electorales de Javier Milei (2023), pasando por la toma de posesión con promesas, primeros decretos y los nueve meses que corren de su gobierno -en que el índice creciente de pobreza llega a 58% y a 12% la indigencia- el mundo ve con asombro cómo se hunde Argentina -uno de los mayores países americanos de habla castellana- frente a su peor debacle político-económica.
Acerca de la niñez, UNICEF comprobó que un millón de infantes no tienen qué consumir en las cenas, mientras son comunes los lamentos porque han sido reducidas drásticamente las ingestas de otros dos tiempos de comida y es común que escaseen alimentos en desayunos a escolares o como algunos mayores los desaparecen parcial o totalmente.
En esta nación, gobernada por un presidente-delirante que recibe los más candentes y denigratorios dicterios- hay cuestiones que debieran hacerse públicas y que permanecen ocultas, en secretividad. Un ejemplo es la salida de oro del Banco Central al exterior: ¿fue a dar a Londres (que mantiene con Buenos Aires un contencioso por el archipiélago malvinense que ocupa como colonia desde 1833, además de una guerra de 74 días) ?; ¿tiene como motivo el servir de garantía económica para algún empréstito o simplemente lo venderán en una subasta?; ¿o fue a parar a algún “paraíso fiscal” de los que usan los personeros del gobierno y su grupo protegido? El público sólo sabe que se sacó, pero no cuánto; a dónde fue destinado o para qué: es secreto.
Cómo escribe el paisano Aram Ruben Aharonián: “A veces es más fácil describir la actual política argentina como telenovela, que intentar hacer algún análisis”. Agrega, “Argentina está hoy sobrepoblada de inestabilidades” o, por ejemplo, da su opinión sobre la represión con “gases lacrimógenos y palazos contra la protesta de jubilados que se manifestaron porque no les alcanza para vivir y en rechazo al veto de Milei a la ley de movilidad jubilatoria mediante la que el Congreso les otorgó un mísero aumento”.
Es evidente que ha habido una apropiación de los legítimos haberes previsionales de los pasivos (analistas tachan estos hechos como un vulgar robo). Sin embargo, no terminan en los jubilados los desaguisados del gobierno: con su impulso, trabajadores con o sin registro siguen sumidos en la miseria; en este país tener un lugar de empleo no presupone trascender la línea de pobreza.
Por otra parte, existe un sistemático abandono de todo apoyo a las pymes y ello contribuye, en gran medida, a la caída y deterioro del mercado interno. Otro tanto sucede con el sector industrial, donde los despidos y clausuras están a la orden del día.
Una acción gubernamental que es objeto de información permanente (e inevitable, aún para el puñado de medios proMilei), es el de la desconsideración hacia las universidades -casi todas las públicas-, lugares de concentración y labores científicas o de investigación y experimentación. Un caso particular es el de la Universidad Nacional de las Madres de la Plaza de Mayo, que le recuerda al gobierno la lucha contra la herencia de la dictadura cívico-militar que se encamina a reivindicar e intenta ser contextualizada por él como un acto inevitable de combate a la subversión armada (y anulación de toda acción reivindicativa sindical). Se percibe que existe de la parte gubernamental un ensañamiento particular contra todo lo que suponga cultura; sólo falta un actor como el general gallego José Millán-Astray gritando “¡Muera la Inteligencia! ¡Viva la muerte!”
En Página/12 el sociólogo Atilio Borón recordó la película italiana de 1963, I compagni, ambientada a principios del siglo XX, que relata la lucha de obreros textiles turineses que laboraban 14 horas diarias. En una escena, Marcello Mastroianni dice “Scusi, ¿che paese é questo?” (Paese, en italiano, se refiere tanto a un país como a una pequeña localidad). El operario-actor Osvaldo le contesta “¡Un paese di merda!”. Apreciando la bronca del trabajador y su época, Borón apunta: “jamás acepté ni aceptaré la autodenigración colonial de la derecha argentina y sus voceros que insisten en calificar de ese modo a este noble país”. Remata con firmeza lo que él califica como semidictadura: “governos di merda o, siendo más delicados, ‘coprogobiernos’ ”.
En este contexto, me resultan atractivas las palabras de Julio Gambina, al que intentando recordar sus palabras, expongo a continuación: Milei es el reaseguro de las clases dominantes para el ajuste y la reestructuración, aun cuando no les gusten (a los dueños del capital) sus modos o decires. El capitalismo en crisis necesita experiencias locales que muestren el rumbo de la necesaria reestructuración. Argentina vive la ofensiva del capital más concentrado y de la ultraderecha política.
Sostenemos -señala- un rumbo alternativo al presente, asentado en la no mercantilización de la vida cotidiana, empujando proyectos solidarios, autogestivos, no lucrativos, cooperantes y comunitarios como organización económica alterativa. Las ideas y propuestas del pasado hoy necesitan ser recreadas o reformuladas en las condiciones actuales de explotación ampliada de la fuerza de trabajo y saqueo de los bienes comunes.
Habrá un futuro distinto si reconocemos que hay vida más allá del régimen capitalista. Según los manuales, la inflación es un mecanismo de distribución regresiva del ingreso, ya que no todos pueden defenderse ante la suba de precios y los ingresos sociales van muy por detrás de la suba de precios.
Lo dicho por Gambina destaca que el deterioro de los salarios es resultado de una estrategia de acumulación del capital que favorece la lógica de la ganancia y una inserción subordinada al sistema capitalista mundial.
Vale señalar que se pondrá fin a esta situación, sostiene el economista -y comparto- si la sociedad afectada se articula tras una propuesta que no únicamente rechace el ajuste y la reaccionaria reestructuración del modelo productivo y de desarrollo, sino que aliente una estrategia de producción y circulación que satisfaga las necesidades sociales.
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