Sin conocerse los totales de la primera vuelta electoral, los que sabían de su paso seguro a la ronda definitiva o balotaje en primer y segundo lugar, Sergio Massa y Javier Milei, se lanzaron cual lo hacen los pescadores en un charco que, en este caso, supone atrapar el rico cardumen de quienes no llegaron a la recta final.
Al “dar vuelta la página” y volver a barajar, el candidato Milei, generosamente llamémosle el “piantao” (en el sentido de “Balada para un loco”, de Piazzolla y Ferrer) o “loco” como lo tildan en el extranjero, confesó su alianza con Macri y dio inicio público al desmoronamiento de Juntos por el Cambio (JxC), alianza que apadrinó el expresidente Mauricio Macri y tenía como candidata a Patricia Bullrich.
El otro competidor del balotaje también se abocó esa misma noche a conquistar los primeros desertores de JxC, los radicales, y no precisó grandes ayudas para allegarse algunos, aunque como conjunto manifestaron que se separaban de la alianza electoral pretérita y no votarían por Milei, sin hacer mención del deber obligatorio de ir a las urnas. Massa, por su parte, se tomó la consabida fotografía con dirigentes del radicalismo que corearon la adhesión a su candidatura.
Quebrado JxC en dos partes desiguales desde la noche del inicio de la pulseada que definirá al siguiente mandatario argentino (el cargo presidencial se hace el 10 de diciembre), ninguno de los postulados tiene certeza de cuántos votos aportarán los nuevos asociados a cada uno.
Se dice, como primera cuestión, que nadie es dueño de los voluntades de la militancia y que esta decidirá con acciones individuales qué hacer (votar o no; si lo hacen se perderán entre nulos y en blanco o lo harán por alguno de los candidatos); que gran parte de los seguidores de Bullrich y Macri, no lo harían por el “loco”; que históricamente, los radicales son antiperonistas, por lo que Massa tampoco puede estar seguro de cuántos votos le aportarán; que aún no se sabe si la fracción de JxC en torno a Bullrich se mantendrá unida y votará por Milei; la reacción dentro del grupo que acompañó al “piantao” -que le produjo grandes números en las PASO y en la primera vuelta presidencial- ante el giro de este al aceptar la unión con gente de la “casta” (cúpula política), a la que había atacado con vehemencia, acusaron ya algunos abandonos de dirigentes menores.
Asimismo, el postulante peronista no puede estar seguro acerca del voto cordobés-santafecino de los que lo hicieron guiados por Juan Schiaretti: gente calificada, genéricamente, como de la derecha peronista y profundamente antiK; desde la oposición se atribuye a Massa el provenir de tiendas kirchneristas debido a la no oposición de CFK ni La Cámpora a su candidatura, lo que parece una versión antojadiza sobre un agrupamiento que reunió más del 6% de los sufragios y se consolidó en el Parlamento con cuatro diputados.
En estas cuatro semanas que separan los comicios, la tarea principal de los candidatos es, obviamente, atraer votantes. En los dos últimos fines de semana en que ambos incursionarán en diversos territorios provinciales, muchos observadores ven disminuido el papel de Milei como dirigente de su alianza (La Libertad Avanza – LLA) y la suplantación de hecho por Macri.
De su lado, Massa -en esa marisma que contiene los votos de los que no llegaron al final- “tiró línea” hacia la exigua izquierda y recogió promesas favorables, según lo que anticipa la trotskista Myriam Bregman con el 2,3% de la votación. Mientras, el postulante y ministro se beneficia con el “blue” que retrocedió en la cotización.
Algunos leyeron en una pasada nota -desde una óptica que no quise dar- el episodio electoral por venir: aquí de lo que se trata no es de dirimir un pleito entre derechas (aunque un postulante represente el ultraderechismo y el otro haya sido escogido del ala más conservadora del peronismo); aquí existen dos visiones (si así puede concederse a la farragosa propuesta de Milei) diferentes de qué hacer y, sobre todo, del deseo de gran parte de la sociedad por impedir el peligro que representa el ultrismo y sus únicas propuestas mínimamente claras, no cambiadas hasta ahora, de romper con los principales socios comerciales del país (Brasil y China), dolarizar la economía; desaparecer el Banco Central, además de cortar el presupuesto de la obra estatal que tan buenos dividendos le da a la oligarquía. La decisión que Massa fuese candidato -me dijeron- se generó por falta de dirigentes dentro del peronismo.
Por mi parte, creo que en la resolución de votar por Milei, concurren no sólo ciertas motivaciones, análisis, temas de tradición, sino cuestiones de orden muy nimio, coyunturales o una combinación de ambas. Pienso que influyen en el ánimo del ciudadano situaciones tan del momento como la decisión de hacerlo por alguien que denuesta a la vez al papa y al peso nacional. En eso de suponer coyunturas que pesan en el ánimo a la hora de emitir el voto estimo que hasta los malos o buenos resultados deportivos ocupan un lugar.
Coincido una vez más con Julio Gambina que “para entender el avance de las derechas más allá de las especificidades nacionales {argentinas}, la pista debe buscarse en los cambios epocales del capitalismo en el ámbito mundial, y claro, con una visión de largo aliento”. El caso del voto por Massa es distinto: un hijo de Bolsonaro acompañando a Milei es muy menor a la influencia mayor de Luis Inácio Lula da Silva en apoyo al peronismo.
Algo que sí me quedó claro de la denominada “remontada” peronista fue la excelente votación global de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. Por su perfil actual hay quienes lo ubican como un nuevo dirigente, aspirante en 2027 a la presidencia.
Concuerdo con quienes usan un término del deporte y esperan un final de contienda de “photo fines”; quien gane (espero sea Massa) lo será por lo que en turf se llama “medio pescuezo”.
El Plata escogerá presidentes (2023 y 2024) en balotajes; ahora entre Milei y Massa y en un año Delgado y Cosse u
Orsi.
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