Los votos de Mauricio Macri en la primera vuelta electoral de 2015 no le alcanzaron para controlar el Legislativo, lo que impidió que se concretara el desafuero de Cristina Fernández: la judicialización política tras la subordinación de parte del Poder Judicial quedó limitada a una exhibición de ésta con intención de desprestigiarla. Uno de los juicios incoados a la senadora -principal líder política (de acuerdo con encuestas de intención de voto)- se ventila como si de una antigua “novela por entregas” se tratara: leen 100 páginas del frondoso legajo acusatorio de la fiscalía en cada sección semanal.
La senadora -en tanto- armó su alianza con miras a los comicios federales de octubre y se ubicó como candidata a la vicepresidencia de la fórmula encabezada por Alberto Fernández (FyF), ex jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Esta unión ha dado espacio para que sobre la misma se tejan especulaciones y elucubraciones, desde que se trata de una jugada magistral -y se recurre a ejemplos del general Perón- hasta quienes aseguran que debió encabezar la fórmula sin aliarse con la derecha peronista.
La parte oficialista que se dispone a acompañar a Macri en su intento de reelección presidencial, tratando de superar “turbulencias” y aspiraciones internas de quienes lo querían fuera de la fórmula para el Ejecutivo –y no cargar con su desgaste-, acabó con el anuncio presidencial, pretendiendo mostrar amplio criterio, de acompañarse por un senador peronista de derecha, declarado en los últimos tiempos macrista, Miguel Angel Pichetto. como candidato a vicepresidente. Se trata de un paso peligroso de Macri dado que una parte sustancial de su apoyo proviene justamente del más basto y obstinado antiperonismo, mayoritario entre la oligarquía, el empresariado rural y extendido hacia algunas capas de clase media. La fórmula tiene ingredientes que conspiran en buena parte contra la concepción electoral de clase a la que Macri debiera llegar.
Por otra parte, se integró de último momento una tercera alianza entre los candidatos Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey -postulados a la presidencia y vice, respectivamente- a la que las encuestas asignan un 10% de los votos de octubre, mientras la mayor parte del 90% se divide -en números iguales- entre las alianzas de Macri-Pîchetto y FyF.
La pregunta que surge ante las encuestas que pretenden implantarse como aritmética de exactitudes es el significado del voto por Macri. En diciembre de 2015, apenas arribado a la Casa Rosada, en un comunicado a la Sociedad Rural Argentina (SRA) -representante de las mayores empresas productoras del país- quitó las retenciones (impuestos) a las exportaciones que gravaban el 23 por ciento del trigo, 20 por ciento al maíz, 15% a la carne y redujo a 30% la de la soja. En buen romance: le “regaló” unos 4 mil 500 millones de dólares a los empresarios rurales quitando los mismos al presupuesto destinado a cuestiones sociales.
Asimismo, levantó el “cepo” cambiario, con lo que la salida de dólares -llamada “fuga de capitales”- junto con los remitos de las trasnacionales a otras geografías alcanzó 64 mil millones de dólares en tres años y medio de gobierno neoliberal.
Para continuar con las acciones de esta administración, debe recordarse que ha poco de iniciada, mediante un decreto, el Poder Ejecutivo nombró a dos miembros de la Suprema Corte del Poder Judicial: Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti. En enero del 2016, a un mes de su asunción, llegó el conocido como (primer) tarifazo, que como se entiende es la suba sideral de servicios públicos en energía y transporte. Eso sí, los legisladores aceptaron el decreto que aumentaba sus dietas -iniciales- en 47%, mientras se activaba la campaña de desempleo contra funcionarios del Estado y se producían los primeros cierres de empresas. Más tarde se continuó con la modificación -también por decreto- de las Aseguradoras del Régimen de Trabajo.
Al hacerse públicos los denominados Panama Papers, se aprobó una ley legitimando el blanqueo de depósitos en el extranjero: dicho por algunos “antiguos”, la plusvalía de los trabajadores argentinos colocados en una soberanía exterior para beneficio de especuladores y empresarios.
Para no historiar más, lo peor llegó con el descontrol inflacionario, la reanudación de la relación y las consiguientes “ayudas” del FMI -esta vez por 57 mil millones de dólares para apuntalar la moneda que siguió en barrena y lo único que hizo fue robustecer la fuga de capitales- y la aceptación de sus “recetas”, bajo la mirada inspectora de un ex subsecretario de Hacienda de México, Alejandro Werner, argentino de Córdoba, servidor del tristemente célebre presidente Felipe Calderón.
Cualquiera sea el electo en octubre-noviembre, recibirá vencimientos de la deuda por 40 mil millones de dólares anuales, aunque es posible que en el siguiente semestre Macri y su gobierno sigan endeudando al país. En cada oportunidad que el gobierno enfrenta dificultades económicas hemos escuchado hablar de una posible cesación de pagos, default, y en el caso parece que nos acercamos a concretarlo. En la reunión de los poderosos del G-7 se sostiene sin ambages que los reaseguros de las ganancias trasnacionales dependen de Macri o similar y no quieren oír hablar de una vuelta al “populismo”. Donald Trump ha movido sus piezas para que el FMI discuta futuros pagos hasta diciembre con tal de no remover las agitadas aguas de la economía antes de las elecciones: es decir, le dan a Macri un aplazamiento para que “no le llueva sobre mojado” en su terreno y se pueda abocar únicamente a ver cómo hace para corresponder a los buenos deseos de los “grandes” y ganar las elecciones.
Alguien que conoce al FMI por dentro, el argentino Héctor Torres -anticristinista- precisa: “Usamos el término populismo en forma muy vaga. Cualquier política diferente de lo que esperan los mercados es calificada de populista” y agrega que “Es evidente que en el FMI hay una fuerte influencia de la relación personal entre Trump y Macri”.
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