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¡Ay! Ucrania, tan cerca de Rusia y tan coqueteada por la UE y la OTAN por Ernesto Kreimerman

¡Ay! Ucrania, tan cerca de Rusia y  tan coqueteada por la UE y la OTAN por Ernesto Kreimerman
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Resulta llamativo que ciertos referentes del análisis político global expresen su sorpresa y perplejidad ante las acciones militares desatadas por Rusia contra Ucrania. Es decepcionante leer tales justificaciones pues esa afirmación nos introduce la idea de una absurda irracionalidad al accionar de Putin y ello, obviamente, no es así.

La reacción rusa se da, y hay que marcarlo de antemano, en un contexto muy particular. En primer lugar, de una gran debilidad de los organismos multilaterales, sumidos en una gran inoperancia no sólo porque en los últimos lustros desde ciertos sectores estadounidenses y europeos (pero no únicamente) hubo una política de vaciamiento y discurso despectivo hacia sus objetivos y burocracia (abusiva e irresponsable). También (segundo lugar) de profunda crisis en los Estados Unidos y en la Unión Europea. Agobiados por el agotamiento de sus propios modelos, acuciados por demandas internas y fuertes debates en los que los sectores de extrema derecha se han fortalecido confundidos con los antisistema, emergen (en tercer lugar) las figuras de Putin, Erdogan y ahora, reforzados electoralmente, Viktor Orbán en Hungría y de Aleksandar Vucic en Serbia.

Falso, el tema no es nuevo

Ya en el año 2001, en una conferencia en la Biblioteca Richard Nixon, Henry Kissinger, un hombre que ha incidido de manera sustancial en la política de los Estados Unidos y del mundo (sólo pensemos en Chile y en China), advertía de ciertos postulados irresponsables que se estaban instalando relacionados a la OTAN, Rusia y Ucrania.

Pero Kissinger no fue el único que advirtió tempranamente de esta irresponsabilidad: George Keenan, George Freeman, y algunos grupos académicos aconsejaron no expandir la OTAN, al tiempo que recordaban que la misión principal de ésta había sido contrarrestar la amenaza soviética, amenaza extinguida con la disolución de la URSS. Y todos ellos eran contextes en afirmar que insistir con una expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas provocaría, forzaría, a Rusia hacia una posición “realista” en sus relaciones internacionales limitando el progreso hacia la paz, y asumiendo actitudes hostiles.

Desde entonces, e inadvertidamente para los distraídos, para quienes las agendas de preocupaciones las ordenan otros, no sólo promovido por los Estados Unidos, la OTAN fue avanzando en ese irresponsable sendero.

De nada valieron las advertencias de Kissinger, repetidas en el 2008 en la Instituto Hoover, en 2012 en la Universidad de Harvard, en una editorial en el Washington Post en el 2014, en charlas Google en el 2015 y en el 2018, en el propio Congreso de los Estados Unidos. Y no sólo advertía de las tremendas consecuencias de esa estrategia, sino que proponía una alternativa: dar a Ucrania el mismo tratamiento que a Austria o Finlandia.

Lo cierto es que a Austria esa neutralidad le fue impuesta al ser parte de los perdedores en la Segunda Guerra Mundial. Y en el caso de Finlandia, tras un conflicto en 1939 desatado por la Unión Soviética, y tras la firme defensa de los finlandeses, en 1948 (perdiendo el 10% de su territorio entre 1939 y 1944), el gobierno finés abogó por una política de neutralidad para mantener la independencia de su sistema político y económico. Si se quiere, éste es un “mejor” antecedente que el de Austria.

Estos dos casos, más el de Suecia, mantienen ejércitos propios, no acogen bases militares extranjeras en su territorio y tampoco forman parte de ningún tratado de defensa internacional. “Casualmente”, según publicó ahora el Financial Times, son éstas las principales condiciones exigidas por Rusia para resignar su estrategia militar y dejar establecidas de manera firme condiciones para una convivencia distendida y responsable.

¡En cierto modo, y parafraseando aquello que el mexicano Porfirio Díaz repetía con cierta frecuencia, Ay! Ucrania, tan cerca de Rusia y tan coqueteada por la OTAN y la UE

Ciertas premisas

El estado de situación que sobrevendrá a este bélico de hoy, debe asentarse sobre bases que se sustenten en el reconocimiento histórico, la sensatez y la libertad.

En este sentido, los “astros” parecen alinearse en ciertas coincidencias básicas: Ucrania no debe vincularse a la OTAN ni a ningún pacto o alianza militar que pueda interpretarse como una extensión de esa fuerza a la frontera con Rusia. Al mismo tiempo, Ucrania debe tener (y ejercer) el derecho a elegir libremente asociaciones políticas y económicas, incluyendo con Europa y la UE, excluyendo el capítulo militar.

Pero no todo se reduce a Ucrania. Sería inaceptable asumir serenamente que Rusia se anexe Crimea. Para ello se requiere del reconocimiento de la soberanía ucraniana, al tiempo que Ucrania debería garantizar un estatuto de autonomía. Queda allí otro capítulo difícil a resolver: la de la Flota del Mar Negro, una sub-unidad estratégica dependiente de la Armada Rusa, que opera en el mar Negro y el Mediterráneo desde fines del siglo XVIII. Para ser más precisos, refiere a navíos de guerra con base en puertos del mar Negro y del mar de Azov, y a la aviación en Crimea (hasta marzo de 2014 parte de Ucrania) y el krai de Krasnodar.

¿Resolver, pero en qué marco?

Estos, quizás alguno más, son los elementos principales que un acuerdo de paz y restablecimiento de las relaciones amistosas debe contener. Estas condiciones deben incluir la buena predisposición de las partes para la construcción de un relacionamiento positivo, basado en la colaboración. Obviamente que ello es una construcción, que requiere su tiempo.

Pero hay otro asunto de fondo, que hay que por lo menos mencionar. Los organismos multilaterales han ido perdiendo sentido y, lo que es aún más grave, credibilidad. Son muchos años de hostigamiento político y ninguneo, de vaciamiento de objetivos, y de florecimiento de una casta de burócratas encantados con el discurso y el universo de los papers, que también han contribuido al estado actual de las cosas.

Los organismos multilaterales no solo deben lidiar con estas cuestiones graves, también lo deben hacer, como en una especie de navegación de segundo plano, lidiar con un cada vez más poderoso entramado corporativo que ha construido una sofisiticada red que vanguardiza formas propias de gobernanza, donde el estado, los estados, llegan tarde donde nunca pasa nada.

Lo que está en juego es la necesidad de nuevas formas de gobernanza que devuelvan al soberano la gestión de los asuntos públicos, tanto en la escala local como regional y global.

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