Tomando como referencia al circuito comercial, Cinemateca y la Sala Nelly Goitiño, a lo largo del 2019 se estrenaron 20 largos, aunque este año bajó el nivel de calidad de las producciones uruguayas, que se dividieron en 7 ficciones y 13 documentales.
FICCIÓN. Sólo dos títulos merecen verdadero destaque. El mejor fue Así habló el cambista de Federico Veiroj, historia ambientada en los años 70, con instituciones en bancarrota, un gobierno militar, subversivos tras las rejas y el mercado financiero uruguayo como lugar ideal para lavar dinero. Más allá de la estupenda labor de vestuario y ambientación, y el sostenido nivel narrativo que Veiroj imprime al film, la trama permitió al protagonista Daniel Hendler construir un antihéroe de características aborrecibles, dueño de una avaricia desmedida y un ansia de acumulación de poder que parecen ser las dos únicas metas que se ha propuesto en la vida. Humberto Brause es sin duda alguna un personaje ruin, y significó un cambio rotundo para Hendler, que navegó en un registro dramático muy diferente al que nos tiene acostumbrados.
El otro título valioso fue una sorpresa. Las rutas en febrero retrata el reencuentro con su abuela de la joven Sara, que llega desde Canadá a Montevideo. Al llegar toma un bus interurbano que la deja en una remota estación de servicio en la ruta, y allí reencontrará a la abuela, pero nada resultará como esperaba, ni la realidad coincidirá con sus difusos recuerdos infantiles. Con elementos autorreferenciales la directora debutante Katherine Jerkovic, canadiense hija de una uruguaya y un argentino, construye una película donde el humor y la nostalgia se mezclan con resultados sugestivos y entrañables. Hay una notable fotografía jugada a los claroscuros y contraluces en interiores, que contrastan con la luminosidad de las escenas al aire libre. Otro plus es Gloria Demassi, formidable.
De las ficciones restantes la más promisoria fue En el pozo de Bernardo y Rafael Antonaccio, policial de suspenso construido casi por completo en torno a cuatro únicos personajes, amigos que pasan una sofocante tarde de verano en una cantera abandonada. Las tensiones y la violencia latentes estallan finalmente en medio de una buena creación de atmósferas opresivas, lo cual abre una cuota de interés por el futuro artístico de los jóvenes cineastas, que se atrevieron con el cine “de géneros” y llegaron a buen puerto.
Menos importancia tuvo Los últimos románticos de Gabriel Drak, con dos amigos que enfrentan una oportunidad que podría cambiar sus vidas para siempre. El film intenta trabajar el humor mordaz con cinismo y suspenso, pero naufraga por su falta de tensión dramática. Y más allá que nadie en su sano juicio debería tomar en serio un subproducto como Fiesta Nibiru de Manuel Facal, en cambio era muy esperada Los tiburones, de la (misteriosamente) multigalardonada cineasta y libretista Lucía Garibaldi. Fue el gran fracaso de la temporada. Como los escualos que parecen rondar el balneario donde la historia se ambienta, la joven y depredadora protagonista intenta cazar la presa elegida, un chico por el que se siente atraída y por el cual incurre en acciones muy cuestionables. Nadie le pedía a la directora que pusiera al público de parte de la protagonista, pero por lo menos había que exigirle un mínimo de complicidad entre el producto ofrecido y quien lo recibe. Eso nunca lo consigue. Sumado al nulo desarrollo de personajes, hizo imposible seguirle el juego a la historia y a la película como un todo.
DOCUMENTAL. Este año fue diferente a lo habitual, porque ningún documental supo salirse de la media acostumbrada. A la hora de elegir un título el mejor fue El campeón del mundo de Federico Borgia y Guillermo Madeiro, la historia de Antonia Osta, uruguayo campeón mundial de fisiculturismo, que vive austeramente con su hijo adolescente en el pueblo donde nació, arrastrando un problema renal severo y atrapado entre su pasado de gloria, la casi nula repercusión que su hazaña obtuvo en los medios de comunicación, y la imposibilidad de volver a ser quien fue. El resultado es un retrato humano de nivel humano estimable, y por momentos se eleva a niveles de conmovedora sinceridad.
En la docena restante de documentales no hubo ningún otro con la solidez del anterior. Hubo intentos interesantes de acercarse al mundo de la música, como la coproducción con Argentina Charco: canciones del Río de la Plata de Julián Chalde, que incluye a 70 músicos de ambas márgenes del estuario y ofreció buen nivel musical pero sin pasar a mayores. Algo similar puede decirse de Amigo lindo del alma de Daniel Charlone, sobre vida y obra de Eduardo Mateo, con muchas cabezas parlantes que hablan con honestidad del controvertido músico, y versiones musicales a cargo de consagrados artistas, el punto fuerte de un film que tampoco se eleva a niveles de real importancia.
También hubo documentales de sesgo político-testimonial, como el simpático vistazo a las pasteras ofrecido por Fraylandia de Sebastián Mayayo y Ramiro Ozer Ami, que se estrenó con ocho años de retraso respecto al rodaje; o el más serio aunque anodino Conversaciones con Turiansky de José Pedro Charlo, sobre el movimiento obrero y la izquierda uruguaya. En la otra punta del espectro habría que citar a El país sin indios de Nicolás Soto y Leonardo Rodríguez, y Alexis Viera: una historia de superación de Luis Ara, dos films que simplifican burdamente ciertos temas controvertidos, y que lo único que logran es retrasar el nivel del documental uruguayo en más de medio siglo.
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