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Biden zurció al cambiar estilo  por  Ruben Montedonico

Biden zurció al cambiar estilo  por  Ruben Montedonico
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El presidente Joseph Biden se estrenó en reuniones con los tradicionales aliados y en sus cónclaves trataron algunos temas actuales como cambio climático y vacunación contra la pandemia que asola el mundo. Sin embargo, el “plato fuerte” en la mesa fue el de relaciones con Rusia y China. De acuerdo con observadores, Biden tuvo como meta en esas reuniones europeas la de confirmar entre los países la unidad de criterios entre estos y EEUU.

En este tenor, subrayó -por ejemplo- como una obligación, “Quiero ser muy claro: la OTAN es de una importancia capital para nuestros intereses y en sí misma”. Y pese a las anteriores declaraciones condenatorias a Alemania (de Trump), los estadunidenses reacomodaron su posición, tenida como debilidad ante el adversario ruso por la construcción a través del Báltico del gasoducto Nord Stream 2, e hicieron circular la versión de que lo consideraban un gesto previo para facilitar el encuentro del jefe de la Casa Blanca con el premier peterburgués Vladímir Putin.

En el inicio de su periplo, Biden encontró buena recepción en la OTAN y en particular sobre cómo considerar a China y a Rusia como adversarios al leer la extensa declaración emanada de la reunión, que puede considerarse como una encomienda con remitente para la administración estadunidense. Frente a la postura de estimar fuente inevitable de aprovisionamiento al gasoducto ruso-germano, se dieron los plácemes a EEUU en la militar Alianza Atlántica junto a Canadá y los aliados europeos (más Japón) por un lado; y, en el otro, a China -que cada vez atrae más aliados a sus dominios- y a Rusia.

La OTAN expresa temores ante la reactivación del aparato militar ruso -en alguna medida le reconoce adelantos en aviación, ejército y submarinismo- y en la eventual competencia en que la comercialización de armas pueda representar en el mercado internacional. Para decirlo en un lenguaje de guerra fría (como corresponde hacerlo ante la retoma de la que considerábamos extinta o el arranque de una nueva): a Occidente le preocupa tanto el posible expansionismo de Moscú como qué ocurriría con sus ventas a terceros. Sobre el caso de Crimea, el único comentario público que conozco fue el del estadunidense que declaró su apoyo a la península y condenó las acciones agresivas de Rusia, sin ir más allá.

Acerca de China el lenguaje fue un poco más cuidadoso -existen inversiones occidentales importantes en su desarrollo-, aunque comercial y militarmente le presten mayor atención a su crecimiento. Las declaraciones consignaron, casi como una evocación, las reglas de un orden internacional que insisten en creer que dominan (aunque cada vez este sea más competido) e hicieron hincapié en el desarrollo cibernético chino (recuérdese el ataque de la anterior administración republicana a Huawei). No se abordó, según los trascendidos públicos, la temática militar: Pekín sigue creciendo en dicho terreno, aunque, por ahora, se limita a llenar con barcos y aviones el estrecho frente a China continental que la separa de la isla de Taiwán.

Se supone que con Turquía el mandatario tejió, asimismo, un ambiente de comprensión para anular desencuentros, haciendo que Recep Tayyip Erdoğan afirmara que su país es libre para adquirir material defensivo (como el conseguido en Rusia) lo que fue aceptado por Biden.

En cuanto a la reunión ginebrina Biden-Putin, la misma duró varias horas, hubo limitados comentarios acerca del contenido -aunque abundaron los calificativos del ruso al ser cuestionado sobre derechos humanos- y sin expresiones insultantes en lo personal. Queda claro, en todo caso, que ambos eludieron -como viejos conocidos- algunos temas espinosos y cuando se tocaron lo hicieron con la delicadeza de quien sobrevuela sin auscultar.

En verdad, se trató del primer acercamiento para romper el hielo que inclinó a Putin a ser algo más expresivo para contrarrestar aparentes ventajas de Biden. Ambos deploraron una renovada o nueva guerra fría, pese a lo que se ve en la práctica cotidiana, en particular por la parte Occidental -con EEUU como punta de lanza- contra Rusia y China.

En cierto sentido, las partes no se salieron del libreto y la égida que el canciller Sergéi Lavrov anticipó: “No sobrevaloramos las expectativas; no nos hacemos ilusiones de que se avecinen avances. Pero existe una necesidad objetiva de intercambiar opiniones al más alto nivel sobre qué amenazas ven Rusia y EE.UU. como las dos mayores potencias nucleares en la arena internacional”. Una primera acción hacia futuros encuentros fue dada y como expresión de la misma Moscú y Washington finalizaron el tiempo de “llamados a consultas”, retornando los embajadores a sus respectivas representaciones. En palabras de Putin, la junta tuvo un aspecto positivo de cara a lo que vendrá, pudiendo contribuir a ·establecer “condiciones para dar siguientes pasos a efecto de normalizar las relaciones ruso-estadounidenses”. Por su parte, Biden se permitió aseverar que había lanzado la advertencia en la reunión que Washington no dudará en “responder a futuras acciones dañinas” rusas.

Los pespuntes dados en las reuniones fueron positivos para Biden al “sanar” las relaciones con sus aliados de la OTAN y la Unión Europea que justificaron así el que posea la batuta del mando principal de Occidente como la potencia dominante, y recomenzar un diálogo -de dudoso futuro- con el adversario militar, aunque en este momento atenúa la factibilidad de una confrontación y aleja la posibilidad de un cuarto enfrentamiento entre los sobrevivientes de la previa, que sería con palos y piedras (pensamiento de Albert Einstein).

En el trazado que esta columna adelantó desde el momento en que la victoria demócrata resultaba incontrastable, y en otras oportunidades con Biden ya en la Casa Blanca, el estadunidense dedicó la primera fracción de su gobierno a restaurar el peso internacional con los aliados de EEUU como conductor principal (imperial para quienes lo sufrimos) de Occidente. Con verbo firme y delicado lo logró, por ahora.

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