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Brasil: entre golpes y virus  por Ruben Montedonico

Brasil: entre golpes y virus  por  Ruben Montedonico
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El ex canciller de Brasil, don Celso Amorim -seguramente el ministro más importante en relaciones exteriores de su país en el último siglo- unió las acciones actuales de Jair Bolsonaro con las que desde 2016 se perpetraron contra Dilma Rousseff, consiguieron deponerla y prosiguieron con maniobras de todo tipo despejando el acceso suyo como mandatario al descarrilar y desprestigiar a su adversario -Luiz Inácio Lula Da Silva- hacerlo juzgar, mantenerlo encarcelado, hasta que fue sobreseído.

Amorim sostiene a quien lo escucha que “el bolsonarismo es un virus que aprovechó la infección del ‘lawfare’ ”, agregando en sus sentencias que “Brasil es el epicentro de la extrema derecha internacional” al adjudicarle a

Bolsonaro ser un seguidor-imitador del extremismo de Donald Trump al negar las partes que le resultan inconvenientes de la ley.

Tras los actos convocados por el presidente sin partido en Brasilia, en la Plaza de los Tres Poderes -apoyado por los camioneros, ante las puertas del Supremo Tribunal Federal (STF)- y luego en São Paulo. Si deseaba buscar provocar y exhibir un gran aliento popular, con 125 mil concurrentes quedó lejos de los dos millones de asistentes que auguró reunir, aunque dejó latente entre amplios sectores de los que siguieron estos hechos la posibilidad de un autogolpe de Estado, de un ‘putsch’ que significaría -de acuerdo con mi opinión- un golpe dentro del golpe. Con el ex canciller me permito coincidir en que no se descarta que en el camino Bolsonaro pueda impulsar un golpe para sobrevivir, evitando el eventual ‘impeachment’, algo que algunos creen factible de emprender en un país que vive sojuzgado por una dictadura y con la mayoría de los diputados “obedientes”.

En el caso del mitin en Brasilia concurrió un poco de gente, pero no la que esperaba el organizador, al tiempo que al anochecer algunos sectores se abalanzaron sobre el órgano judicial sin llegar a penetrarlo. No sólo integraron ese grupo camioneros y -dicen algunos- paramilitares, sino también uno que otro ‘fazendeiro’. De nueva cuenta, el presidente amenazó al Poder Judicial y en particular al juez que lo investiga, Alexandre de Moraes, del que demandó su destitución. Se trata de quien investiga a los asesores de Trump que también lo son de Bolsonaro: ese agitado feriado 7 de septiembre, el magistrado ordenó interrogar al estadunidense Jason Miller, asesor de Tump, antes que partiera a EEUU. 

Si al final de su período formal se efectúan elecciones en 2022 y el presidente no es reelecto (dejando sumido al país en profunda crisis y semiaislado del exterior), el régimen que lo suceda -sea el de Lula y el PT con aliados u otro- deberá dedicarse a la tarea de refundar Brasil sobre bases que atiendan lo político-económico, lo productivo y en reconstruir el maltrecho tejido social dañado por el tiempo Temer-Bolsonaro.  Y si situamos al PT como posible triunfador en 2022 es porque como en 2018 se perfila, por ahora, como primera minoría triunfadora de unos comicios que lo tienen -en el momento- como el único partido con una estructura nacional, sin más programa que el de quitar al presidente, lo que le da para conjuntar un factible caudal electoral.

La convocatoria presidencial para apañarse la fecha más significativa del calendario civil brasileño -el del Grito de Ipiranga que marcó la disolución del lazo del territorio al reino de Portugal y estableció el gobierno independiente de un denominado imperio- provocó desasosiego entre la denominada izquierda sudamericana -por el temor de una ruptura definitiva de lo que resta de institucionalidad-, cosa que no sucedió y generó un respiro entre los firmantes de una carta-advertencia. Por otra parte, pese a los relativos fracasos de asistentes a los actos de Bolsonaro, se dejó de hablar de un -entiendo yo- imposible ‘impeachment’. Con esto coincido con lo escrito por Ricardo Kotscho en las noticias de UOL, de Folha de São Paulo.

Sin embargo, no podemos dejarnos de preguntar cuál es la base sobre la que se sustenta Bolsonaro. En ella vamos a encontrar a empresarios de armas de defensa personal o artefactos similares, que trabajan sin otros elementos que la dependencia de patentes de EEUU, principalmente, y para la cual el Ejecutivo decretó medidas facilitadoras de la adquisición y portación por particulares. Otro grupo es el de la minería de regular escala, que los analistas consideran como “lumpen empresarial urbano” más preocupados por la comercialización de sus productos que por la mejora de la técnica extractiva. Consignamos ya a los camioneros y a los hacendados -deforestadores del Amazonas-, a los que se suman grupos formales de policías estatales, las bandas parapoliciales y, sobre todo, las diversas confesiones neopentecostales que se expresan públicamente, de forma evidente en el Congreso.

A esto debe añadirse que existe una cierta concentración -en algunos estados- de medios de comunicación favorables al poder que apoyarán en una segunda vuelta electoral, al sector mayoritario de la derecha (que lo será casi seguramente el bolsonarismo) enfilando a ésta detrás de una fortuita reelección. Por otra parte, de la ultraderecha al centro, espacio que debiera ocupar algún integrante del PMDB (del ex presidente Fernando Henrique Cardoso) tiene en la intención de João Doria, gobernador de São Paulo – alguna vez apoyo del presidente- su mejor carta, pero al parecer es “muy delgada”.

La izquierda cuenta, por su lado, con dos opciones: una que llamaré institucional, que estuvo años en el gobierno, cerrada, que perdió el diálogo con la base, y la de los movimientos, vinculada con la gente pero que no llegará al poder. En caso de que existan elecciones, de que se sobreviva a más de 400 días con Bolsonaro, de que éste no se aferre al gobierno si pierde, Lula y el PT tendrán posibilidades de gobernar, acotados por las FF.AA.

Con recuerdos a los queridos amigos Paulo Schilling y coronel Dagoberto Rodrigues, ambos políticos defensores de las instituciones, asilados en el Uruguay.

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