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Brasil: esperando a Lula por Ruben Montedonico

Brasil: esperando a Lula por Ruben Montedonico
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El paréntesis que abrí en la edición anterior para saltearme la consideración del crecimiento derechista y ultra en Europa, sigue vigente aunque, seguramente, considere Brasil el 3 de noviembre. Condensar un cuadro de consecuencias en una opinión, donde inclusive recurrí a los lenguajes acomodados para zanjar algunos conceptos que creo que tanto para Brasil como Europa deben reverse; por ejemplo, debemos hacer lugar a un estudio más riguroso del fascismo, neofascismo y ultraderecha de nuevo tipo con aspectos colindantes con regímenes de fuerza anteriores. Entiendo que si aclaramos eso habremos dado un paso ineludible para enfrentar al capitalismo en todas sus fases.

Al considerar a Brasil en el contexto sudamericano, hay que contemplar de qué forma esos comicios y quienes gobernarán impactan en las economías circundantes. Aun apostando que Lula da Silva triunfe en el balotaje, el bolsonarismo -encabezando a la derecha- sería mayoría legislativa, lo que aparejaría circunstancias complicadas para Argentina, el Mercosur y la región toda. Lo de Bolsonaro no fue solo retórica. Su gobierno profundizó el modelo económico neoliberal introducido en Brasil a principios de la década de 1990, recortando el gasto público, afectando, entre otros, los servicios de educación y salud. El presupuesto del Ministerio de Ciencia y Tecnología, del que dependen todas las instituciones de investigación del país, fue recortado en 87% y en 2022 será poco más que simbólico.

Al aludir al Legislativo, es impensable no caricaturizar a eso que los políticos y la prensa brasileña llaman Centrão, saber a qué nos referimos con esa designación. Por principio de cuentas concebimos que está constituido por un grupo de legisladores provenientes de diferentes partidos que obedecen a intereses (personales, empresariales y religiosos-comerciales) que expresan aspiraciones y exigencias locales y heterogéneas: el ejemplo personal más evidente es Jair Messias Bolsonaro, quien hizo parte del mismo (sin hacer otra cosa que alzar la mano de vez en cuando) durante 28 años. A pesar de tratarse de un agrupamiento más o menos informe y anodino (en política se dice que “no se le cae una idea”) fue el sostenimiento en el Congreso Nacional de los gobiernos de los presidentes Fernando Henrique Cardoso, Lula y Dilma Rousseff. Es obvio que lo son del actual gobierno -con base en beneficios, canonjías y otras “lindezas”. Sin embargo, si llegan a percibir que habrá cambio de régimen, no dudarán en abandonar sus apoyos actuales para negociar algunas cuestiones con el Poder Ejecutivo que entrará. En todo caso, este grupo estará siempre de acuerdo en acompañar al Ejecutivo de turno defendiendo (o comerciando prebendas) desde la heterogeneidad corporativa.
Otros elementos que necesitan cierto estudio y gran sensibilidad -en caso de que cambie el rumbo del gobierno- es el militar. No es erróneo recordar que la fórmula presidencial actual de Ejecutivo, un ex capitán y un general fueron votados por civiles y que contaron hasta ahora con el apoyo de altos oficiales militares (en actividad y en retiro). Se me hace difícil explorar entre los uniformados a quienes añoran los tiempos de la dictadura, entre esos quienes creen oportuno un golpe actual y quienes le niegan espacio político a un régimen de ese tipo. Sin embargo, no hay que extrañarse que -además de otras incrustaciones- el presidente instituyó un régimen cívico-militar, otorgándoles a estos últimos ministerios y dirección de entes y empresas estatales. Es mi opinión que se debe indicar que pese a lo anterior, Bolsonaro no hizo parte cuerpo de decisiones de lo que en ciertos momentos se llamó “el partido militar”.
En todo caso, es una institución a considerar, que escenifica choques de corrientes y un signo de interrogación.
Al retornar Lula al escenario brasileño, restablecidos sus derechos políticos, fue un verdadero sacudimiento nacional, teniendo claro su papel de líder y las ramificaciones que en lo anímico supuso. Se trató de alguien que había sido defenestrado de la política porque quienes apoyaban a Bolsonaro en su campaña, descontaban que no le ganarían a Lula libre.
En los gobiernos postCardoso, la base de la política macroeconómica siguió siendo la misma, el llamado “trípode”: cambio flotante (sin intervención del Banco Central), superávit primario (gasto público inferior a los ingresos fiscales, para garantizar el pago de la deuda oficial) y objetivos de inflación (tasas de interés, notoriamente altas, utilizadas como freno al aumento de los precios, lo que asegura enormes beneficios para los tenedores de títulos de la deuda pública.
Asimismo, se dice que desde las elecciones presidenciales de 2006, el PT perdió cada vez más el apoyo de su base tradicional de clase trabajadora y media, atrayendo a votantes pobres de las zonas económicamente más atrasadas del país, en especial en el noreste, que fueron los más beneficiados por las políticas sociales. Pero otras reivindicaciones históricas de los movimientos sociales de Brasil fueron olvidadas o diluidas. La lucha por la tierra es un ejemplo. Aunque el gobierno de Lula garantizó una importante financiación para la pequeña agricultura familiar, también proporcionó un apoyo extraordinario al gran agronegocio. La reforma agraria siguió estando en los papeles.
El PT y Lula notaron los presentes comicios cómo se resquebraja la la unidad de la burguesía que impuso a Bolsonaro y formalizaron una suerte de “frente amplio” a la brasileña, transformando la polarización electoral en un conflicto entre democracia y autoritarismo: la designación de Alckmin a la vice evidencia la estrategia.
El apoyo a Lula ya no se basa, como en las décadas de 1980 y 1990, en romper con el pasado o cambios profundos, sino en tener un Estado suficientemente fuerte que mejore los niveles de vida– de los más pobres en primer lugar–sin radicalización política o movilizaciones que amenacen el statu quo. La nominación de Alckmin a la vice hace alga más que evidente la estrategia.

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