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Cambio en Uruguay: ¿Sale el David, entra Tabárez? 

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La noticia corrió como reguero de pólvora. La intendencia de Montevideo planea poner una estatua del maestro Tabárez en la explanada. La iniciativa surgió del sitio web de la comuna, Montevideo Decide, donde se invita a los ciudadanos a proponer ideas «para mejorar la calidad de vida de todos y todas», y donde se expresa la intención de decidir en conjunto cuáles se llevan a cabo. Los proyectos allí presentados deben reunir quinientas firmas de apoyo para ser considerados.  ¿Se justifica? ¿No es necesaria que pase un tiempo para tener una mejor perspectiva histórica para homenajear a alguien? ¿Se merece Tabárez tal reconocimiento más que otras figuras destacadas de nuestro acervo cultural? ¿Forma parte de la campaña del intendente? ¿Los detractores lo hacen por conveniencia política? ¿Por qué una estatua si el camino es la recompensa? ¿Estamos generando un culto a la personalidad?

 

Y no aprendieron nada por Verónica Amorelli

Es imposible ser o sentirse uruguayo y no haber bendecido la mano de Suárez cuando detuvo el gol de Ghana en Sudáfrica, no haber sentido que el corazón se salía del pecho cuando el “Loco” la picó, no haber gritado a más no poder el segundo gol de Cavani frente a Portugal en esta Rusia 2018, no haber lagrimeado alguna vez, junto a los muchachos, entonando las estrofas del Himno Nacional.

Nadie es capaz de afirmar tajantemente que cada uno de esos momentos hubiese sido posible sin el sello de Óscar Washington Tabárez, ese maestro de primaria que llegó por segunda vez a dirigir la Selección Uruguaya en 2006, esta vez para quedarse.  Capaz de priorizar al hombre antes que al futbolista, al equipo antes que a las figuras, al proceso antes que al resultado, su marca lleva la impronta de la sapiencia, la mesura y la humildad. Atributos que pocas veces suelen combinarse en una misma persona.

Desafiando el espíritu de viejos decretos que prohíben homenajear a personas vivas en espacios públicos, la iniciativa de erigir un monumento al Maestro, en la Explanada de la Intendencia de Montevideo, despertó la polémica. Ya sea motivada por intereses electorales, en tiempos en los que cortar cintas se vuelve prioritario, o por la sana intención de materializar un merecido reconocimiento, la propuesta resultó, a todas luces, contraproducente.

Puede decirse que también son intereses electorales los que intentan evitar que un posible candidato presidencial como el intendente Daniel Martínez se vea salpicado, al menos simbólicamente, por las conquistas celestes. Puede argumentarse que esto de los monumentos va en contra de la humilde idiosincrasia nacional y hasta los cabalistas pueden preferir una Explanada sin Maestro.

Confieso que la sola idea de ver a un hombre público, vivo y plenamente vigente, convertido en estatua me resulta disonante. Sin embargo, más disonante me resulta, todavía, esa imagen en comparación con su ideario. Hacer un reconocimiento totalmente personalista a un hombre que siempre ha priorizado al colectivo, volver estático a un hombre que sigue haciendo camino, denota haber aprendido poco y nada de su ejemplo.

A minutos de haber quedado afuera del mundial de Rusia me tocó atravesar Montevideo que, como un gigante dormido, se despertaba a la rutina. En varias esquinas encontré la misma escena: los gurises del barrio jugaban un picado. Eran Suarez, Torreira, “El Cebolla” y Cavani (sin lesión). Allí el mundial seguía para Uruguay, por fuera de las reglas de la FIFA, allí todos fueron campeones del mundo. wasEn cada una de esas esquinas yo lo vi a “El Maestro”, aunque no estaba.

 

El maestro es el mensaje por Eric Alvez

 La propuesta de nombrar a la explanada de la IM con el nombre del maestro es realizada, por quien escribe, en el mes de julio mediante la plataforma Montevideo Decide y apoyada por cientos de ciudadanos/as. Despejemos entonces una movida de campaña. Creo que ese discurso es subestimar a la ciudadanía en un país en el que está profundamente estudiado que define su voto por una multiplicidad de factores. En mi opinión, ese tipo de críticas hablan más de quien las hace que de la idea. Me consta que el maestro nunca hubiera aceptado un homenaje de este tipo si no hubiera surgido de una propuesta ciudadana tomada por sus vecinos. Es bueno que las críticas vengan a la propuesta sin ruidos electorales, porque la misma nace de una valoración social de su mensaje, el cual debería ser jerarquizado por fuera de pertenencias o afinidades político partidarias.

La idea de la escultura surge en diálogo con diversos equipos de la IM, con conocimiento y expertise en varios aspectos vinculados a la viabilidad del asunto. Es así que se descarta la posibilidad de ponerle el nombre a la explanada, dada la reglamentación vigente. Reglamentación que habla de la nomenclatura de “las calles, caminos, plazas y paseos” enumerando espacios públicos taxativamente y que en ningún momento habla de prohibiciones para intervenciones urbanas. Por lo cual los argumentos legales en contra de la intervención son absolutamente interpretables. En cuanto a las opiniones vinculadas a la estética del espacio, como persona interesada en interpretar las diferentes aristas del conocimiento, también considero que las visiones sobre el urbanismo son diversas, creer que hay visiones académicas absolutas sobre la arquitectura y el paisajismo es un error.

Diferentes opiniones pueden haber sobre si es la propuesta la forma de homenajear y si es necesario dejar pasar los años para reconocer a las personas. También creo que aquellas personas que han planteado que mañana el seleccionado del maestro puede cosechar derrotas no han entendido el espíritu de lo que se propuso. El punto es que en tiempos donde constantemente se envían mensajes de enfrentamiento entre ciudadanos/as, jerarquizar la figura de personas que muestran enseñanzas de convivencia, de trascender lo individual y darle valor a lo colectivo se vuelve urgente. Para nada esta iniciativa es excluyente de otros necesarios homenajes, todo lo contrario, quizá sea un buen punto de partida para cambiar el paradigma acerca de qué tipos de compatriotas son merecedores/as de reconocimiento y lo importante que es hacerlo en vida. No creo que sea un culto a la persona, sino darle jerarquía al contenido. El maestro es el mensaje. De los más lindos y rescatables en tiempos de individualismo y donde ganar lo es todo.

 

En el país de los “peros”… por Jorge Pasculli

Aceptando la buena intención de los ciudadanos que propusieron el homenaje y convencido que la enorme mayoría de este país siente un profundo reconocimiento por el Maestro Tabárez, sin embargo creo que no es oportuno efectivizar el mismo. Es tan claro y sincero el

respeto que se ha ganado el Maestro que no hay necesidad de exponerlo a la “polémica” que hoy se desata por todo. Estamos en una etapa donde el ácido úrico y el colesterol malo generan un ensordecedor zumbido en un sector minoritario de la población pero que se hace oír por las múltiples vías que hoy existen, que no vale la pena. Y que se desata y explota por cualquier motivo. Sea valedero o insignificante. Sería como tirarle margaritas a los chanchos. Solo sería justo y representativo si toda la ciudadanía pudiera expresarse y no sería sensato embarcarse en un nuevo plebiscito por un homenaje que el Maestro no necesita.

Además, el Maestro Tabárez sigue en funciones, está activo, la Selección genera una identidad y un apoyo como ninguna otra expresión del país, tiene por delante muchísima actividad que para qué complicar todo eso que funciona bien. Y algo que funciona bien es el principal atractivo para quienes buscan saciar su voracidad despiadada para calmar vaya a saber qué insatisfacción.

Porque está bueno dialogar, intercambiar, enriquecernos con lo que aportan los otros. Escucharnos. Observar, investigar, analizar, denunciar lo que sea necesario cambiar. Pero respetarnos, querernos como parte de un país que –por supuesto-tiene problemas, pero que también tiene logros muy saludables que pareciera que algunos no quieren ver ni reconocer. Solo basta mirar un poco la región y el mundo que nos rodea y dejarse de mirar por un segundo el ombligo. Si el “medio vaso vacío” es parte de la vida, también lo es el “medio vaso lleno”. Sin embargo, solo “lo malo” parece ser noticia y motivo de interés en los medios de comunicación. Como muestra basta un botón: la enorme mayoría de los medios, durante los veinte días que estuvo Uruguay en el Mundial, dedicó horas y horas a su cobertura. Parecería que en ese momento no hubo casi delincuencia, no hubo “despiadadas polémicas”, no hubo enfrentamientos por estupideces. ¿No los hubo o simplemente a los medios les convino rumbear para la celeste?

Para peor, la proximidad de las elecciones augura que esta tendencia se puede acentuar. Es muy triste y muy patético. No tengo ninguna duda que la mayoría de los uruguayos que no tienen la posibilidad de expresarse públicamente, y que por salud se alejan de las “polémicas” en las redes, quiere un país unido y activo en solucionar sus problemas

reales e importantes. Quiere trabajar realmente por mejorar el país que le queda a sus hijos y nietos. Todo ese palabrerío fatuo y virulento simplemente le da pena y pesimismo. Y si aquellos que tienen el “poder” de cambiar las cosas, de dirigir el país, de incidir en la toma de decisiones, está ocupado en esa catarsis frívola y egocéntrica, qué se puede esperar…

Por eso, como le dijo el “Pulpa” Echamendy, gran director técnico de Nacional en su época de oro, al arquerito suplente que debía suplir al inmenso Manga que nunca se había lesionado hasta ese día: “Mirá botija, jugá tranquilo que nadie te va a decir nada. Las que vayan al arco, si podés atajalas. Eso sí, las que vayan afuera, no me las metás para adentro…” Por eso, dejemos tranquilo al Maestro y a la Selección que ya habrá tiempo de estatuas. El mejor homenaje son las decenas de miles de uruguayos que llenan el Centenario en cada partido, siendo el país que con menos población es el que más entradas ha vendido en estas tres últimas eliminatorias, mientras que a los partidos locales no va nadie. El mejor homenaje son los miles de uruguayos que viven en el exterior que viajan kilómetros para expresar su adhesión, su identificación, su apoyo. El mejor homenaje es el respeto internacional que existe por esta Selección. El mejor homenaje es la emoción de nuestra gente, la alegría de nuestros niños, el ejemplo vivo de lo que un grupo de uruguayos puede hacer trabajando unidos y dando el máximo.

 

Iniciativa genera polémica por Max Sapolinski

Lo primero es lo primero. Por eso dejo en claro que soy un ferviente admirador del proceso que implantó el maestro Tabárez en el fútbol uruguayo y apoyo en forma irrestricta la obra que ha conseguido.

Desde el punto de vista futbolístico, tengo la certeza que mi generación ya practicamente había abandonado la idea de ver a la Selección uruguaya respetada en todo el mundo y siendo protagonista de los más importantes campeonatos, como se ha logrado en la última década gracias a planificación, esfuerzo y conducta.

Desde el punto de vista ajeno a lo estrictamente deportivo, en un país donde se ha hipotecado fuertemente una serie de valores que supieron ser distintivos de la cultura local, como la humildad, la cultura del trabajo y la educación, el proceso que protagonizó Tabárez, su equipo de colaboradores y los jugadores por él seleccionados, muestran lo mejor de nuestra sociedad.

Dicho todo esto, analicemos la polémica que se instaló por la propuesta de erigir un monumento en homenaje al Maestro en la Explanada Municipal.

Muchas veces se hace mención a lo positivo de realizar homenajes en vida y no dejar para el recuerdo el reconocimiento de aquellos que fueran reconocidos por sus méritos.

Para ello, existen una serie de formas de homenajear a los distinguidos, que cada sociedad ha sabido imponerse. En las Islas Británicas, la Realeza brinda títulos nobiliarios; en muchos países se otorgan condecoraciones diversas. En Uruguay mismo, con estilo más republicano, se otorga reconocimientos como el otorgamiento de títulos de “Ciudadano ilustre”.

Sin embargo, la normativa de nuestro país, por lo menos en Montevideo, con buen criterio, estableció que para integrarse al nomenclátor capitalino deben haber transcurrido diez años de la desaparición física del homenajeado. Esta medida no rige para el caso de la estatuaria. Debiera regir.

Cuando se homenajea a alguien en vida, se reconoce los méritos de lo realizado, el sentir de sus conciudadanos  por el proceso generado, el reconocimiento por los logros obtenidos. Todo hasta ese momento. Cuando por el contrario, se pone el nombre a una calle o se instala una estatua en su recuerdo, debiera mediar un mínimo de tiempo que permita aquilatar si el sentimiento generado en vida ha permanecido en el sentir nacional mereciendo que se transmita de generación en generación manteniendo incólume al paso del tiempo como ejemplo para toda la sociedad.

Por otra parte, estas iniciativas generan polémica. Se pone en tela de juicio cuán representativas son las quinientas voluntades de dispararon la polémica, se cuestiona que una propuesta similar no sea contemplada para otros actores del quehacer nacional, ya sea deportistas, artistas, políticos o cualquier otro ciudadano destacado; se abren dudas sobre qué pasaría si el futuro del homenajeado por cualquier desventura del destino, poco probable en este caso, no fuera tan diáfano como los antecedentes considerados.

Por otra parte, sobrevuela también la liviandad que se transmite desde la órbita del Intendente de Montevideo para tratar cierto tipo de temas, que por su investidura debiera otorgarles un cierto de grado de mínima solemnidad para mantener sin mácula la institucionalidad.

Al final de cuentas, como expresara el rey espartano Agesilao II: “Si alguna hazaña notable llevé a cabo, ésa será mi mejor monumento; de lo contario, todas las estatuas del mundo no bastarán a ilustrar mi memoria”.

 

Al Maestro con respeto por Leo Pintos

Vox populi, vox dei, pero a veces el pueblo y Dios pueden macanearla. Si algo tiene la propuesta de homenajear al Maestro Tabárez con una estatua en la explanada de la Intendencia es que es de mal gusto, inmerecido y desubicado. No se trata de cuestionamientos a Oscar Tabárez persona ni al técnico, no son los temas en debate. Se trata pura y exclusivamente de criterios de razonabilidad y oportunismo respecto a la medida. Es una realidad que el «proceso Tabárez» vino a significar un antes y un después en la historia reciente del fútbol uruguayo, y que por la trascendencia que tiene este deporte para los uruguayos dicho proceso en sí mismo constituye un hecho histórico destacable y plausible. Pero intervenir un espacio público va mucho más allá de la propia intervención. Debe hacerse con un criterio ético y estético. Por lo tanto no parece razonable homenajear a una persona viva levantando una estatua en un espacio público. Algo que hasta para el propio homenajeado ha de significar una situación incómoda. La normativa prevé que transcurra determinado tiempo tras el fallecimiento de una persona para que su nombre sea incorporado al nomenclátor del Departamento. Para honrar a una persona viva existen otras instancias, por ejemplo la designación de Ciudadano Ilustre. Desde el punto de vista estético la explanada del Palacio Municipal no parece el espacio más adecuado, pues se trata de un entorno tan amplio que una escultura a escala 1/1 pasará casi inadvertida. Parece más oportuno –y hasta justo- designar con su nombre el Complejo Uruguay Celeste por ser un símbolo característico del “proceso Tabárez”, y porque además no involucra lo público. Porque los espacios públicos merecen y requieren otro tratamiento. Necesita tiempo a que la obra del homenajeado se asiente en el colectivo popular. Esto es Uruguay, donde el fenómeno fútbol es tan pasional y por ende tan cambiante que tres derrotas consecutivas pueden precipitar la caída del pedestal del más encumbrado y echar por la borda un proceso. Hay un tema subyacente en esta polémica y es el programa «Montevideo decide». Siempre es bueno habilitar la participación popular en ciertos aspectos del gobierno, sea éste a nivel nacional, departamental, municipal o barrial, pero se debe aplicar con criterio. Y en este caso 500 adhesiones parece un piso demasiado bajo para una iniciativa de este tipo. Los hinchas del fútbol tenemos mucho para agradecer al Maestro Tabárez. Y el mejor reconocimiento ES el estadio LLENO EN CADA PARTIDO DE LA SELECCIÓN y el compromiso de los jugadores adentro y afuera de la cancha. Todo lo demás es humo.

El ídolo por Fernando Pioli

Un ídolo es una imagen que se venera de modo sagrado y a la que se atribuye un poder sobrenatural dado que se le trata como si fuese la deidad que representa. De este modo la imagen cautiva la atención y conduce la carga emocional que nos domina y nos impide razonar. En definitiva, el ídolo suprime nuestra angustia existencial exponiendo ante nuestros sentidos nuestra creencia en un poder superior al que podemos ver y palpar al mismo tiempo que invocar, y de este modo, darle un sentido a nuestra penosa existencia.

Muchas veces se considera que los ídolos son una muestra de un estado primitivo de la conciencia y el espíritu humano, propio de sociedades salvajes en las que la ciencia y la razón aún no gobierna las decisiones. Si tomamos como ejemplo una sociedad laica y descreída como la nuestra, no es de extrañar que busquemos ídolos en entidades menos enraizadas en lo sobrenatural y misterioso. Es aquí que viene a cuento la estatua de Tabárez.

A alguien se le ocurrió, porque vamos a suponer que realmente a alguien se le ocurrió, imaginar que es una buena idea constituir un altar dedicado a una figura humana y viva. Obviamente que esta es una decisión extremadamente peligrosa, dado que las personas vivas tienden a equivocarse y actuar por fuera de nuestras expectativas. Esto funciona mejor con dioses y diosas a quienes podemos atribuirles características inalcanzables para nuestra humanidad y nunca nos vamos a sentir defraudados por sus acciones, en todo caso agradecidos, culpabilizados o simplemente atemorizados. Ninguna deidad que se precie puede tomar a mal que se establezca un altar en su honor, eso es algo que solo puede hacer un ser superior pero a escala humana. Así que una vez más, me siento agradecido de que Tabárez en su imperfecta humanidad, llena de errores, nos recuerde que los altares son solo para aquello que no existe más que en nuestra mente y necesitamos recordar como si existiera fuera de ella.
Por mi parte, muy agradecido de que siga siendo imperfectamente humano.

 

 No creo que sea un mesías por Alejandro Sciarra

Cuando me dispongo a escribir estas líneas, Oscar Washington Tabárez ya le dio de baja a la estatua. Creo que hizo bien. Ese hecho lo enaltece más que la estatua misma. En lo personal, no me gustan los monumentos. Detesto poner personas en pedestales. Salvo las leyendas incuestionables (de las que naturalmente sabemos poco), cuanto más alto sea el pedestal, más fuerte es la inevitable caída. Una estatua, que nunca caminará tampoco corresponde al célebre autor de “el camino es la recompensa”. Es que, pasada la época de las esculturas a Neptuno, el Discóbolo, la Venus de Milo, o el Moisés, encuentro ridículo este tipo de homenaje.

También podríamos ser más cuidadosos con la idolatría. Tabárez ha sido un gran director técnico, y ha contribuido a una cultura del profesionalismo que creo ha hecho mucho bien.

Eso sí. No creo eso de que Tabárez los obligaba a levantar la mesa, a hacer la cama y poco menos que a rezar antes de irse a dormir. A los jugadores los educaron en sus casas. Tabárez ha sabido, entre otras muchas cosas, seleccionar personas (y no sólo jugadores).

Es también de ellos, como grupo, y no individualmente considerados, el mérito de ser una selección que es un buen ejemplo de competición, de profesionalismo y de entrega para los más jóvenes. Creo que Tabárez forma parte de esta mecánica. Pero no creo que sea un mesías. Las mismas frases que se le escuchan en conferencias de prensa y que todos repiten como máximas alucinantes, las leemos en cualquier libro de autoayuda. Es un gran profesional, es muy bueno en lo que hace, y en lo personal, siento un profundo agradecimiento por haber sido fiel a una filosofía de trabajo en la que cree y que ha traído buenos resultados, en lo deportivo y en lo humano. De ahí a merecer un monumento, no sé. No creo que exista alguien hoy en Uruguay que merezca una estatua. Es más, hay gente que merece algo mucho mejor. Pero a esta altura no importa, pues no se hará. Entonces viene la discusión acerca de las motivaciones. El Intendente Martínez manifiesta su voluntad a levantarle una estatua al Maestro, al parecer, sin haber hecho siquiera un “focus group”, pues la iniciativa traía la firma de quinientas personas y las redes sociales la bajaron de un hondazo. Me cuesta creer que el Intendente haya planteado esto con motivaciones políticas sin antes hacer algún “análisis de mercado”. Sin haber leído las notas de mis compañeros, me aventuro a decir que hay muy poquitos favorables (si los hay) a levantar el monumento. Aún así, muchos resisten en la idea de que es parte de la campaña electoral del Intendente. Es verdad, el Maestro Tabárez será merecidamente recordado. Pero no en un pedazo de mármol. Con contrato renovado (y jugos), todavía le queda lienzo por pintar. Y ojalá nos sorprenda con alguna cocarda.

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