El reciente libro de Leonardo Haberkorn, es como una linterna que se pasea por los rincones más oscuro de la historia del MLN, en sus momentos de mayor incidencia en la política nacional. La muerte de un peón de campo a manos de la organización guerrillera que decía luchar por los más humildes exime de mayores comentarios. Sin embargo, “Caraguatá” nos obliga a reflexionar sobre lo que sucedió en el establecimiento Espartaco.
Su libro no es duro por la intervención de Haberkorn sino porque el autor recoge directamente las palabras de dos de los testigos fundamentales, y la deja fluir sin descanso. Es la voz de los protagonistas la que grita los detalles que rompen las páginas de la “literatura de las virtudes”. Solo había trascendido la información que divulgaron las Fuerzas Armadas cuando encontraron el cadáver de Pascasio Báez Mena, pero de ellas, tanto antes como después del golpe de Estado, solo se podía esperar una mentira, o una campaña desacreditada por las propias fuentes. Haberkorn conversa con Bassini y Osano, los dos tupamaros que tuvieron la responsabilidad más inmediata sobre el peón encontrado en el Caraguatá, el primero fue quien le administró la dosis de pentotal para acabar con su vida y Enrique Osano, quien lo detuvo. El autor no abre juicio sobre ellos, se conduce como un testigo sin agregar ni quitar nada. La linterna de Haberkorn va iluminando las sombras de un episodio sórdido, pesado que, casualmente, vino a marcar el inicio del fin de la guerrilla tupamara. El golpe fue demoledor. Eleuterio Fernández Huidobro desconocía el hecho y cuando se enteró, a principios de junio de 1972, quedó desconcertado. Su reacción fue clara: “Por la vida de un peón de campo yo le entrego treinta tatuceras como esa a los milicos”. Bastante parecida fue la reacción de Sendic.
No era una tatucera cualquiera, de las que se hacían con una pala donde hubiera tierra floja. El Caraguatá fue construido en medio de grandes piedras; el salón principal tenía cinco metros de ancho por quince de largo, y le habían construido un tubo de diez metros más que se sumaba al largo del salón para poder hacer tiro al blanco bajo tierra. Pero eso no era todo. Allí se acondicionó para tener una buena parte de las armas sustraídas al cuartel de la Marina y se instaló un laboratorio para fabricar amonal, un explosivo que se conseguía a partir del nitrato de amonio, uno de los componentes de los fertilizantes más comunes de uso agropecuario. Y todavía había más: Como la zona donde se construyó el Caraguatá estaba salpicada de grandes piedras, el cierre de la tatucera se hizo con una piedra que pesaba alrededor de una tonelada. Se construyó un nicho de hierro donde se depositó la enorme roca, a la que se le instaló un balancín, oculto bajo la construcción, que permitía levantar la inmensa roca sin esfuerzo. Era de gran importancia estratégica para el MLN, y a eso se refirió Fernández Huidobro cuando reaccionó diciendo que le entregaba treinta tatuceras como esa por la vida de Báez Mena. Caraguatá fie la única de ese porte que construyó el MLN.
Quienes tienen una visión todavía romántica de aquella experiencia en nuestro país, sería aconsejable que se acostumbren a ver más de cerca los dientes sucios de la muerte. Cuando se transita por ese camino, más tarde o más temprano, las ideas comienzan a tener el valor que aquella famosa frase ilustró con lamentable claridad: “Como te digo una cosa te digo la otra”.
Leonardo Haberkorn deja hablar a sus entrevistados para recorrer la mayor parte de la historia del MLN. Desde la primitiva tendencia soslayada por la historia oficial: los robos de flores para vender en la feria del cementerio de La Teja, a las primeras discrepancias internas que han sobrevivido –en el plano personal– hasta nuestros días.
Es un libro sorprendente, escrito en la madurez de un periodista que ha entregado a la opinión pública uno de los más lúcidos testimonios, incontrastables por tratarse nada más, y nada menos, que del recuerdo y la dolorosa memoria de los protagonistas del desenlace. Se puede percibir a través de la narración el aire pesado en la habitación en que Haberkorn entrevista por última vez a Ismael Bassini, con poca luz y mucho calor; y el desgarrador testimonio de Bassini cuando habla sobre la muerte de Pascasio Báez Mena. Bassini era un buen hombre, estudiante avanzado de medicina, que no tenía horario si se trataba de ayudar a cualquiera de sus compañeros que lo necesitase. Luego de salir en libertad reconstruyó su vida como pudo, y entre sombras y tinieblas convive con ese pasado que jamás soñó sería parte de su futuro. En esa habitación de la casa de Bassini Haberkorn habla y lo deja hablar sobre su vida, en el epílogo de una trayectoria política que lo llevó a tomar las armas.
Si se hace abstracción de las circunstancias personales, Bassini lleva una vida normal, la de un hombre ya mayor, jubilado, que hace una vida monótona. Ha ido pocas veces al cine, lee poco, pero se entera de las noticias por la computadora. Opina que el MLN fue uno de los hacedores de ese proceso que sacó a la izquierda del endémico 6% hasta llevarla a la presidencia de la república. No se arrepiente de ese proceso “a pesar de las cagadas”, afirma con lágrimas en los ojos. En uno de los tantos momentos de las cinco entrevistas que Haberkorn había tenido con Bassini, este le confesó que haber matado al peón le había arruinado la vida. Se podía haber ido del país, como tantos de sus compañeros, pero aquel estudiante avanzado de medicina decidió quedarse y afrontar lo que tuviese que afrontar.
Caraguatá es una obra periodística mayor, el lector no puede despegar los ojos de una historia de los uruguayos, al menos es lo que se puede recoger hablando con otros lectores. Haberkorn evita embanderamientos. No los busca y, quizás, tampoco cayó en la tentación de usarlos. Eso ha sido otra de las cosas que han hecho importante a este nuevo libro de Leonardo Haberkorn.
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