“La violencia ha sido siempre un factor reaccionario”. Karl Liebknecht.
Con menos de la mitad de los votos de los inscriptos para votar -desde 2012 el sufragio es voluntario- la derecha alcanzó el pasado domingo a empatar el número de senadores a la denominada izquierda chilena -mayoritaria en estos momentos- y, asimismo, acortar la ventaja que ésta tiene en diputados, aunque desde mediados de marzo de 2022 -cuando se instale la futura administración- quien sea mandatario no tendrá mayoría propia que acompañe en ese cuerpo su gestión.
En lo correspondiente directamente al Poder Ejecutivo, ante el hecho de que ninguno de los candidatos obtuvo más del 50% de los votos emitidos, el 19 de diciembre tendrá verificativo una segunda vuelta para definirlo entre los candidatos que obtuvieron las dos mejores cifras de sufragios. Desde este espacio, el 9 de noviembre me permití vaticinar quiénes disputarían la sucesión de Sebastián Piñera en La Moneda. De acuerdo con las cifras del escrutinio, así ocurrirá entre el declarado pinochetista representante de la ultraderecha José Antonio Kast -por el Partido Republicano- y Gabriel Boric del Frente Amplio de centroizquierda en alianza con el Partido Comunista.
Kast tomó una exigua ventaja, ligeramente superior al 2%, sobre Boric y desde el mismo domingo de primera vuelta obtuvo el apoyo del candidato que quedó en tercer lugar (el libertariano Franco Parisi) y casi seguramente obtendrá la decisión en su favor de toda la derecha. El hecho paradójico, si se quiere ver así, de estos comicios indica que mientras en Alemania, Austria e Italia la mayoría de los votantes en el exterior lo hicieron por Boric, en Israel ganó Kast, el nieto de un soldado nazi, hijo de un ultraderechista.
En el caso ser triunfador en el balotaje, constituyéndose en presidente de Chile, Kast no sólo afirma que continuará la línea de la antigua dictadura de su admirado Pinochet, tan alabada por la Escuela de Chicago (el modelo económico, no el arquitectónico), puesto como ejemplo del neoliberalismo, también acrecentará la represión -en particular contra el movimiento mapuche-tehuelche. Como católico se opondrá al aborto, al reconocimiento de adoptar con libertad una tendencia sexual (independientemente del género de nacimiento) y en general arremeterá contra los derechos humanos adquiridos mediante reclamos y movilizaciones populares habidas en la post-dictadura. No escaparán a esas posturas los planes jubilatorios y la edad para las pasividades, el refuerzo de las empresas que administran ahorros obligatorios individuales de cuentas para el retiro de trabajadores y las preferencias otorgadas a los negocios educativos de paga privados como escalón para acceder a la instrucción terciaria.
De no ser por las consecuencias nefastas que apareja, el mote de “radical” que las cadenas y empresas de comunicación hegemónica adjudican a quienes se oponen al dominio de los más ricos en las sociedades y gran parte del mundo, sería algo que movería a risa. Los únicos radicales -entendido el término como implantación dominante, con revueltas y violencia- son los de la derecha, que obligan sin discusión a soportar criterios para su provecho a las mayorías. Sin ir más lejos, en Chile, sólo la movilización de los nacidos bajo el despotismo dictatorial fue capaz de arrancarle al gobierno -oligárquico y represor- la Constituyente que hoy redacta una Carta Magna que representa intereses distintos a los que estableció el régimen que asaltó los poderes legales constituidos aplicando la violencia, la financiación y el respaldo del imperio.
Boric, si fuese presidente, pretende -se supone- continuar con la filosofía de ciertos programas truncos desde 1973. Sin importar qué piensa acerca de muchas cosas, está claro que actuaría de acuerdo con la ley, dejando
vigente aquello que se alcanzó en la sucesión del régimen militar, mejorando o profundizando otros, procurando acuerdos o dando compensaciones a los pueblos originarios y sus reclamos, respetando -hasta donde le fuera posible- la alianza con los comunistas y otros grupos de izquierda, no sin sobreponerse a fuerzas internas de sentido contrario, que también las hay en conglomerados de signo socialdemócrata como el Frente Amplio.
Tampoco hay que engañarnos ni confundir: lo de Boric en el gobierno no representaría la continuación de la vía chilena al socialismo, pensada y elaborada por el socialista Salvador Allende en los 60 e intentada en su presidencia de los 70, basada en su conducción desde el Ejecutivo, la alianza con partidos de izquierda (abarcando a comunistas, socialistas, miristas e independientes) y con el respaldo de obreros, campesinos, pobladores, intelectuales y jóvenes.
La mayoría relativa de Boric sí se parece con aquel por el necesario respaldo electoral (y legislativo) que debe dar a su fórmula la Democracia Cristiana. Al igual que Herbert Read, inglés, filósofo y crítico, anarquista, termino este pasaje con un pensamiento de Terry Eagleton -crítico literario de izquierda: “sí hace falta el socialismo o algo parecido para que el sistema pueda ser derribado sin arrojarnos a todos a la barbarie. Y es por esto que las fuerzas de oposición son importantes para resistir tanto como sea posible al fascismo, el caos y el salvajismo que seguramente surgirán de una crisis mayúscula del sistema”.
En el caso de la elección habida en Venezuela este domingo próximo pasado, poco tengo para decir. De no tratarse de la gran expectación generada por la reaparición en competencia electoral de fuerzas de oposición y la presencia de veedores internacionales de la Unión Europea, los comicios que renovaron estructuras locales no hubiesen llamado la atención.
Con una concurrencia relativamente menor -poco más del 40 por ciento del electorado habilitado- los neochavistas dirigidos por Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Vladimiro Padrón, tuvieron con el Partido Socialista Unificado, 20 triunfos, mientras la opositora de derecha, Mesa de la Unidad Democrática, logró sólo tres.
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