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Christopher Plummer y Giuseppe Rotunno: Se fueron dos grandes

Christopher Plummer y Giuseppe Rotunno: Se fueron dos grandes
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Febrero comenzó peleado con el cine. En 48 horas dos grandes partieron. El 5 falleció el gran actor canadiense Christopher Plummer, 91 años, 217 películas (la última de ellas sin terminar), 68 años de carrera, ganador de un Oscar, un Globo de Oro, dos Emmy, un Bafta y dos Tony. El 7 se iba el eminente director de fotografía Giuseppe Rotunno, 97 años, 82 películas de 1955 a 1997 (año en que se retiró), ganador de un Bafta, 5 David di Donatello y un premio en Venecia. Casualmente ambos coincidieron dos veces: en el film para TV Escarlata y negro de Jerry London y en el largometraje Lobo de Mike Nichols.

PLUMMER. Nació en Toronto el 13 de diciembre de 1929. Sus padres se divorciaron cuando era niño, por lo que debió mudarse con su madre a Senneville, Quebec. Debido a ello halló su verdadera vocación, el teatro. Comenzó en secundaria, y de a poco proyectó su naciente talento fuera de ella. Viajaba largas horas en tren sólo para estudiar en Ottawa. Ya mayor de edad, radicado en Nueva York, debutó en TV en 1953, y al año siguiente en los teatros de Broadway. Poco después el promotor Guthrie McClintic lo llevó a París, y a partir de ese momento su nombre se hizo reconocido, logrando un notable éxito teatral con Cyrano de Anthony Burgess. En Inglaterra llegó a actuar en la Royal Shakespeare Company. Durante su carrera alternó entre obras de gran calibre en teatro (sobre todo en los años 80 y 90) y el cine.

Para la gran pantalla debutó en 1957 en Ambición de gloria de Sidney Lumet y enseguida protagonizó Infierno verde (Nicholas Ray, 1958), pero volvió al teatro y no regresaría al cine hasta 1964, cuando encarnó al malvado emperador Cómodo en La caída del imperio romano de Anthony Mann. Fue entonces que logró el papel por el cual las necrológicas aún lo definen: el capitán Von Trapp de La novicia rebelde (Robert Wise, 1965). Pero Plummer fue mucho más que eso, sobre todo en el resto de los años 60 y la década siguiente. Allí fue Rommel en La noche de los generales (Anatole Litvak, 1967), Edipo en Edipo rey (Philip Saville, 1968), un amanerado inca Atahualpa en El imperio del sol (Irving Lerner, 1969), Wellington en La batalla de Waterloo (Sergei Bondarchuk, 1970), Kipling en El hombre que sería rey (John Huston, 1975), el archiduque Fernando en El asesinato que conmovió al mundo (Veljko Bulajic, 1975), Herodes Antipas en Jesús de Nazaret (Franco Zeffirelli, 1977), Sherlock Holmes en Asesinato por decreto (Bob Clark, 1979) y sobre todo el psicopático ladrón de El socio del silencio (Daryl Duke, 1978), donde rodó la escena final vestido de mujer.

En los años 80 hizo mucha cosa banal para solventar sus obras teatrales, pero desde 1992 volvió en roles de reparto destacables para Malcolm X, Lobo, Eclipse total, 12 monos, El informante, Ararat, Alejandro Magno, Syriana, El nuevo mundo, El imaginario mundo del Dr. Parnassus, Principiantes (donde logró el Oscar), Todo el dinero del mundo (suplantando a Kevin Spacey y preparando el rol en nueve días) y Entre navajas y secretos. Pero aún en esa vejez compuso dos protagónicos inolvidables: el Tolstoi de La última estación (Michael Hoffman, 2009) y el judío afectado de alzhéimer queriendo vengarse de un genocida nazi en Recuerdos secretos (Atom Egoyan, 2015). Murió como quería: en su cama, preparando el rodaje de una nueva escena para el día siguiente.

ROTUNNO. No por más acotado, lo suyo fue menos brillante que lo de Plummer. Lo apodaban “el mago de la luz”, y había nacido el 19 de marzo de 1923 en Roma. Desde muy joven se ubicó en Cinecittá, pero la guerra lo sorprendió: reclutado para trabajar como reportero en Grecia, en 1943 cayó prisionero de los nazis. Después de dos años en un par de campos de concentración, fue liberado por los aliados en 1945. Volvió al cine, y entre 1947 y 1954 se desempeñó como operador de cámara en doce películas, entre ellas Umberto D. (Vittorio De Sica, 1952) y Senso (Luchino Visconti, 1954). A partir de 1955 se convirtió en fotógrafo titular para inolvidables labores de Visconti (Puente entre dos vidas, Rocco y sus hermanos, Boccaccio 70, El Gatopardo, El extranjero), De Sica (Ayer, hoy y mañana, Los girasoles de Rusia), Valerio Zurlini (Crónica familiar), Mario Monicelli (La gran guerra, Los compañeros), y sobre todo enalteciendo con su pincel la peor zona de la obra de Federico Fellini (Satiricón, Roma, Casanova, Ensayo de orquesta, La ciudad de las mujeres, Y la nave va), donde sólo Amarcord sería una excepción. Rotunno también destacó en Hollywood, desde un temprano ejemplo en La hora final (1959) a títulos como La Biblia, Conocimiento carnal, All That Jazz (por la que fue nominado al Oscar), Popeye, Lobo y el remake de Sabrina.

Rotunno fue uno de los mayores fotógrafos de la historia del cine, y la explicación de ello es sencilla: fue capaz de dar forma a la imaginación de los directores. Al haber logrado una tan perfecta comunión, las películas perduran en la historia. El baile de Burt Lancaster en la Sala de los Espejos del Palacio de Palermo o las coreografías del show musical que Roy Scheider nunca llegará a realizar son fragmentos imposibles de olvidar. Rotunno fue el ejemplo perfecto del operador adaptado a la visión del cineasta: hacía a la perfección lo que le mandaban, sin querer dejar una huella personal en esa labor, aunque de hecho la dejara. Exactamente lo opuesto a Vittorio Storaro. Él mismo lo explicó: “Tienes la luz clave, la luz de relleno y la luz de fondo, con las que puedes crear infinidad de resultados. La luz es un caleidoscopio, pero esas luces mezcladas son más delicadas que el caleidoscopio. Es difícil preguntarle a un pintor cómo pintó el cuadro. Yo voy con mis ojos y mi intuición. Me gusta mucho la luz y no puedo parar”.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".