Los orígenes del cine son menos claros de lo que suele suponerse. La convención mundialmente aceptada sitúa a los franceses Auguste Marie y Louis Jean Lumiére como sus inventores, pero su desarrollo abreva de variadas influencias, de diversas épocas y países. Ya antes de la invención del cinematógrafo existían diversos dispositivos que utilizaban fotografías en movimiento. El ciclo dedicado al cine mudo que desarrolla Cine Universitario durante todo el mes de noviembre, ofrece una breve pero adecuada muestra de tan fermental subgénero.
La idea de capturar, crear y reproducir el movimiento humano por medios mecánicos es muy antigua, y existieron antecedentes tales como la cámara oscura, el taumatropo, la linterna mágica o el fusil fotográfico. La técnica para captar la realidad por medios luminosos había sido ya desarrollada por los inventores del daguerrotipo y la fotografía, a mediados del siglo XIX.
El genial inventor norteamericano Thomas Alva Edison, creador, entre otras cosas, de la lámpara incandescente y el fonógrafo, estuvo muy cerca también de inventar el cine, al patentar el Kinetoscopio. Muy limitado, solamente podía ser utilizado individualmente, y permitía visualizar una película de tan solo veinte segundos. La invención se le ocurrió a Edison luego de una visita al fotógrafo inglés Eadweard Muybridge, del cual tomó, o podríamos decir plagió, la idea.
El Zootropo, cilindro con ranuras a través de las cuales pueden observarse fotografías moviéndose a gran velocidad, o el Fusil Fotográfico, que posee un tambor como los revólveres y permite capturar instantáneas y hacerlas girar frente a una lente, también son dispositivos que anteceden en muchos años a la invención de los Lumiére.
La primera película filmada de la historia, “La escena del jardín de Roundhay”, que dura un par de segundos, fue obra de Louis Le Prince en 1888, siete años antes de que Louis y August presentaran su invento, el cinematógrafo.
Gracias a estos hermanos franceses nació el cine de sala, y el nuevo género comenzó a popularizarse. Sin embargo, se dedicaban a filmar escenas de la vida cotidiana, sin mayores pretensiones artísticas, por lo cual Georges Melliés, también francés, fue quizá el primer cineasta.
Suele creerse que la principal diferencia entre el cine mudo y el sonoro es, meramente, que el primero prescinde de la palabra hablada, y que el segundo se vale libremente de los diálogos, los sonidos y la banda sonora como recursos complementarios a la imagen.
Pero lo cierto es que la presencia o ausencia de sonido genera lenguajes cinematográficos muy diferentes, en los que la forma de filmar, el estilo de interpretación actoral y, más que nada, la forma de realizar el montaje arrojan resultados muy diferentes entre sí. El cine mudo no se filmaba secuencialmente según un guión rígido, ya que las tomas podían editarse libremente, cambiando el sentido de la película según la combinación y el orden elegido. El montaje era fundamental, para determinar el argumento y estilo de la obra.
El cine sonoro, por el contrario, limita al director en cuanto a la temática del filme y el orden de las tomas. El montaje sigue siendo importante, las tomas pueden ordenarse aun con cierta libertad, pero el guión cobra mayor preponderancia, limitando la autonomía del realizador Con la llegada del sonido nace el libreto, que es un guión que incluye no sólo el argumento de la película sino también los diálogos, los personajes, la diégesis y el orden preciso de las tomas.
El ciclo que Cine Universitario pone en pantalla durante el mes de noviembre nos ofrece un breve repaso sobre algunos fundamentales exponentes del cine silente. Obras cumbres del expresionismo alemán como “El gabinete del Doctor Caligari”
(1920) o “Metrópolis” (1927), clásicos franceses como “La pasión de Juana de Arco” (1928), obras maestras del cine soviético como “El acorazado Potemkin” (1925), del emblemático Sergei Einsestein, cineasta y autor de algunos de los primeros libros de teoría cinematográfica y clásicos como
“Tiempos modernos” (1936), del talentoso y multifacético Charles Chaplin, son algunas de las obras que pueden disfrutarse en dicha selección.
También integran el ciclo dos películas del siglo veintiuno que escapan al periodo mudo, pero que rescatan su estética y estilo: la animación “El ilusionista” (2010) y el oscarizado filme “El artista” (2011), que narra, en clave de comedia dramática, la historia de un renombrado actor de cine mudo y su decadencia causada por el advenimiento del cine sonoro.
El ciclo se exhibe durante los miércoles y domingos del mes de noviembre.
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