En una columna titulada ¿Qué es el Poder Político?, hablamos en líneas generales sobre el poder político, esa capacidad para influir en decisiones y acciones dentro de una sociedad. Lo vimos como un recurso que se acumula o como algo que emerge de las relaciones entre actores. También mencionamos que puede ser coercitivo, sustentado en la fuerza, o legítimo, cuando se basa en la aceptación social. En esta ocasión, vamos a profundizar en cómo se manifiesta el poder político, siguiendo las ideas del reconocido profesor de ciencia política Josep Valles.
El poder político se muestra de muchas maneras, pero una de las más claras es la fuerza. No hablo solo de la violencia física, sino de cualquier tipo de presión que limite o condicione las acciones de otros. Esta presión puede ser obvia, como cuando un gobierno usa su aparato de seguridad para reprimir protestas, controlar la disidencia o acallar a la oposición. Pero la fuerza también tiene su lado más sutil. Pensemos en la censura, ya sea directa o disfrazada, que restringe la circulación de información y el acceso a recursos. Un gobierno que controla los medios y manipula las noticias está ejerciendo coacción al privar a la gente de información completa y veraz. De la misma manera, los grupos financieros o corporativos pueden ejercer una presión económica al condicionar sus inversiones o actividades a cambio de beneficios fiscales o regulatorios, chantajeando así a los gobiernos para que actúen a su favor.
La influencia es otra manifestación del poder político, aunque se diferencia de la fuerza en que opera a través de la persuasión y no de la coacción. La influencia se basa en la capacidad de modificar las actitudes, creencias o comportamientos de otros, apelando a la razón o a las emociones. Este tipo de poder depende en gran medida de la habilidad de manejar y difundir información, así como de movilizar a las masas a través de campañas propagandísticas o mediáticas. Un político que convence a la población de la necesidad de una reforma estructural a través de un discurso bien elaborado y respaldado por datos estadísticos está ejerciendo influencia. Pero la influencia no se limita solo a la palabra; también se manifiesta en la capacidad de un grupo de organizarse y movilizar recursos para lograr un objetivo común. Un sindicato que logra que sus miembros apoyen una huelga general, a través de un esfuerzo organizado y sostenido, está ejerciendo una forma de poder que se basa en la influencia.
La autoridad es una forma de poder que, a diferencia de la fuerza o la influencia, se basa en el reconocimiento y la aceptación voluntaria de quienes la siguen. No necesita coacción ni persuasión explícita; su fuerza proviene de la legitimidad que le otorga la posición de quien la ejerce. Esta autoridad puede surgir de un cargo formal, como el de un presidente o un juez, cuya autoridad es reconocida por su rol institucional. Pero también puede derivar de un reconocimiento más abstracto, como el prestigio moral, la sabiduría o la experiencia. Una persona respetada en la comunidad, cuyas opiniones son valoradas por su trayectoria, ejerce autoridad cuando sus palabras o acciones son seguidas sin cuestionamientos, no por la presión que pueda ejercer, sino por la confianza que inspira. La autoridad, por tanto, se distingue en su esencia: es un poder que se concede y se acepta sin necesidad de fuerza ni persuasión, basado en la credibilidad y el respeto.
El poder político no se manifiesta de manera uniforme ni actúa de forma aislada. Se despliega en distintos niveles, desde lo más visible hasta lo casi imperceptible. En un primer nivel, el poder se muestra abiertamente, como cuando un líder político hace una declaración pública o cuando un grupo de ciudadanos se manifiesta contra una medida del gobierno. Aquí, la interacción entre fuerza, influencia y autoridad es evidente y se desarrolla en el marco de un conflicto o debate público. Pero el poder también opera en un nivel menos visible, donde las decisiones no siempre están bajo el escrutinio público. En este nivel, actores con poder económico o político pueden evitar que ciertos temas lleguen al debate público, manteniéndolos fuera de la agenda y de la toma de decisiones colectivas. Este tipo de poder, que controla la agenda política, decide qué se discute y qué no, influyendo de manera decisiva en los acontecimientos sin necesidad de una intervención directa o visible.
Existe un nivel aún más sutil de poder, donde se moldea la percepción de la realidad social. Aquí, el poder político actúa cuando se logra que una situación de desigualdad o injusticia no se vea como un problema, sino como algo natural o inevitable. Este tipo de poder es especialmente insidioso, ya que opera en el ámbito de las ideas y creencias, construyendo un marco de referencia que lleva a las personas a aceptar situaciones injustas como normales. Por ejemplo, cuando se hace que la sociedad vea la contaminación ambiental como un costo inevitable del progreso o la precariedad laboral como una consecuencia natural de la economía global. Este poder, descrito como la capacidad de moldear las preferencias para que los subordinados no perciban su subordinación, es una forma de control ideológico que perpetúa el status quo sin necesidad de fuerza o persuasión explícita.
En respuesta a la pregunta inicial, el poder político se manifiesta a través de la fuerza, la influencia y la autoridad, combinando estos elementos y operando en distintos niveles según las circunstancias. Este poder está presente en todos los ámbitos, aunque no siempre es visible, y su efectividad depende de la habilidad de quien lo ejerce para manejar estos tres componentes de manera estratégica. Comprender cómo se manifiesta el poder político es esencial para entender las dinámicas que rigen nuestras sociedades y, en última instancia, para intervenir en ellas de manera consciente y crítica. Sin esta comprensión, corremos el riesgo de ser simples espectadores de nuestro propio destino, sometidos a las decisiones y manipulaciones de quienes ejercen el poder sin nuestro conocimiento ni consentimiento.
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