Constructivismo, Torres García y después… (Parte 1) por Alejandra Waltes
El constructivismo, movimiento artístico surgido en Rusia en el convulso año de 1914, estuvo orientado no sólo por una visión estética innovadora, sino también por una marcada intención política vinculada con la organización y el cambio social. En nuestro país su principal exponente y difusor fue el reconocido artista Joaquín Torres García.
Aquel año no marcó únicamente el principio de la primera gran guerra del siglo veinte, sino también un punto de inflexión para el arte. En el cambio político que se estaba operando en su país, y que desembocaría en la revolución de 1917, los artistas de la vanguardia rusa vieron una oportunidad única. La nueva sociedad radical y progresista que se avizoraba merecía un arte igual de radical que la representara. Y los artistas Tatlin, Kandinsky, Marc Chagall, El Lissitzky, Rodchenko, y las artistas Goncharova, Alexandra Éxter, Liubov Popova, Stepánova empezaron a trabajar en una identidad visual para el comunismo. Esa vanguardia rusa retomó las ideas de uno de los artistas más singulares de la historia: Kazimir Malevich, el creador del Suprematismo, que unos años antes ya había comenzado su particular revolución: un estilo genuinamente original que abogaba por la abstracción pura. Teniéndolo en cuenta, los artistas de la revolución optaron por crear un arte con un claro objetivo: debía ser comprensible para la mayoría y servir a las necesidades tanto del pueblo como de su régimen, que ya en 1917 empezaba a entender la importancia del arte como herramienta política. De esta forma nace el Constructivismo, que es el arte de la construcción. Este enfoque innovador en la creación de objetos, tomó ideas del Cubismo, el Futurismo, el Suprematismo y el Dadaísmo. Su objetivo era abolir la preocupación artística tradicional por la composición y reemplazarla por la “construcción”. Los constructivistas incursionaron en todos los ámbitos creativos y experimentaron con todas las disciplinas, técnicas y nuevas tecnologías. Para dicha vanguardia el arte y la ingeniería son casi sinónimos. Se enfatizó la valoración de los materiales y su eficacia, y la “faktura”, que suponía mostrar sin discreción las propiedades inherentes de los materiales en crudo, ya fuera en la pintura, el diseño o la arquitectura. De esta forma el arte ruso invadiría toda Europa con sus frescas propuestas futuristas y modernas. Los artistas tenían plena libertad de acción, y además, por lo menos en aquellos primeros años, estaban del lado del poder establecido. El comunismo visual era un arte con tres características meditadas: era reconocible, era firme, y era psicológicamente poderoso. El artista era ahora un simple constructor y técnico, igual de importante que un campesino o un minero, e igual de vital para la patria. El arte se vincula así con la utilidad: diseño, tipografía, ropa, muebles, edificios, escenarios de teatro, electrodomésticos, coches, etc. La corriente se vale de formas geométricas y colores puros. Algunos artistas llevaron esto al extremo, llegando a pintar lienzos monocromos. Un aspecto importante era la valoración del componente espacio/tiempo. Se planteaba que una escultura no debía ser una realidad por sí sola, sino que debe integrarse en el espacio y recibirlo por todas partes. Para ello se utilizaban materiales industriales que permitían que el espacio penetrara en la escultura.
Dentro del Constructivismo surgieron dos sectores: los Productivistas, que tenían un enfoque realista aún dentro de su increíble experimentación, y los Idealistas, como Kandinsky o Malevich, que creían firmemente que la pintura podía cambiar al universo. El constructivismo supuso una identidad visual para el comunismo soviético y tuvo como objetivo principal llevar el arte al pueblo rescatándolo de las élites. En 1913 Theo Van Doesburg, un joven pintor de influencia impresionista, entendió, al leer “Pasos” de Vasili Kandinsky, que la verdadera dimensión espiritual de la pintura surge de la mente del artista y no de la realidad natural. El cierre de fronteras por la guerra causó que Piet Mondrian se quedase en Holanda y coincidiera con Van Doesburg en 1916, lo cual fue decisivo para ambos. El arte de Mondrian siempre estuvo íntimamente relacionado con sus estudios espirituales y filosóficos. Gran parte de su trabajo estuvo inspirado en la búsqueda de un supuesto conocimiento esencial. Al dedicarse a la abstracción geométrica, buscaba encontrar la estructura básica del universo, la supuesta “retícula cósmica” la cual procuraba representar con el “no-color blanco” (presencia de todos los colores) atravesado por una trama de líneas de no-color negro (ausencia de todos los colores) y, en tal trama, planos geométricos (frecuentemente rectangulares) de colores primarios, considerados por él como los colores elementales del universo. En 1929, estando en París integra la agrupación de artistas abstractos “Círculo y Cuadrado” de la que también forma parte Joaquín Torres García.
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