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Construyendo Otro Teatro

Construyendo Otro Teatro
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Como señalábamos semanas atrás, en la sala de la Asociación Cristiana de Jóvenes se viene desarrollando un ciclo que reúne espectáculos nacionales de colectivos que no tienen espacios propios donde trabajar. En este número reseñamos dos espectáculos que pasaron por ciclo, denominado Otro Teatro, y anunciamos la obra con la que culminará su primera edición.

Tal vez mañana mi olvido tenga forma de familia
“El significado del pasado es continuamente modificado por la mirada que se realiza desde distintos momentos del futuro. De algunas anécdotas importantes de mi vida yo ya no podría recordar exactamente lo que sucedió, tantos relatos diferentes fueron los que realicé en el tiempo (…) A través de algunos textos que leí de Wilhein Reich yo sospecho que el origen del cáncer se halla en una especie de coraza que protege un terrible secreto: una descomunal mentira que genera el suicidio celular.”
El párrafo anterior pertenece a un artículo de Enrique Symns sobre el indulto con que Menem benefició a los represores de la dictadura militar (que también hubo eso después de “1985”), aunque en este caso nos interesa su alcance más cotidiano. Mientras veíamos Tal vez mañana mi olvido tenga forma de familia no podíamos dejar de pensar en esa lógica intrafamiliar que oculta hechos, que niega situaciones, que no habla de determinadas personas o enfermedades. Es una lógica que pretende negar la realidad tras la fachada de foto familiar “feliz”, pero que termina produciendo una suerte de “tumor” que es necesario extirpar. Vaya a saber si no pasa por ahí la afirmación del equipo creativo de que la obra es como un vómito: “Un vómito de bilis, flúor, ardiente, con lágrimas en los ojos, con olor a wáter mal lavado, con enojo, rabia, con gargantas apretadas por las decisiones tomadas y las no tomadas.»
Desde el comienzo la obra se plantea como un juego en que las temporalidades se entrecruzan, en que personajes del presente se refieren a hechos del pasado que arrastran hasta el presente para contarnos no solo como fueron, sino como pudieron ser. La primera escena es particularmente tensa, construida con elementos mínimos que representan a un conductor ebrio que viaja con su familia. Una narradora protagonista juega con las posibilidades y nos mantiene en vilo. La segunda escena da un paso más, cambiando el de uno de los personajes mientras transcurre y dejando en claro que no habrá una construcción lineal de acontecimientos, sino una captura desordenada de hechos del pasado que se acomodan en el escenario yuxtapuestos. Si lo vemos bien, la escenografía misma representa un desorden que remite directamente a esa forma en que los recuerdos se nos aparecen aleatoriamente, sin que tengamos control alguno sobre ellos. El diseño lumínico parece complementarse con la escenografía para potenciar el concepto de la memoria como un espacio caótico, que se alumbra por momentos con relámpagos que jamás alumbran todo el panorama.
Quizá lo más interesante de este espectáculo es que tampoco se trata de una familia “disfuncional” “tradicional”, valga la contradicción. Porque si hay oscuridades, también hay luces. Y las oscuridades muchas veces no pasan por una “perversión” sino por la toma de conciencia, por ejemplo, del sacrificio humano que significa ser una “madre” en un formato más o menos tradicional. La reconstrucción de la foto familiar no logra que las piezas se ensamblen unas con otras, pero el sentido falta tanto para “reivindicar” la estructura familiar tradicional como para “denostarla”. Y quizá eso sea lo más potente, ese vómito existencial desde el que se crea el espectáculo podrá exorcizar en algo a sus creadores, al menos al momento de la creación, pero no tranquilizará ninguna conciencia.
Es una lástima que hayan habido tan pocas funciones de esta obra, nos pareció de lo mejor de esta temporada. Ojalá el año próximo vuelva a vomitarse en los escenarios montevideanos.

Tal vez mañana mi olvido tenga forma de familia. Texto: Virginia Rodríguez Olveyra. Dirección: Mateo Altez. Elenco: Hugo Altez, Ezequiel Núñez, Paula Liberman, Pilar Cartagena y Virginia Rodríguez Olveyra. Diseño: Belén Perini y Jimena Vignolo (escenografía, iluminación y vestuario), Mateo Altez (sonido)

Marosa
De Marosa ya hicimos una reseña hace algunas semanas (Voces 806), allí señalábamos que, tomando las premisas estéticas de la propia Marosa Di Giorgio, el espectáculo se estructuraba como un relato onírico en el que se entretejen en un mismo plano aspectos biográficos de Marosa junto a su obra literaria. Las temporalidades en esta lógica tampoco siguen una línea recta, sino que se quiebran conformando una unidad en el que la naturaleza habla (y esto realmente sucede en la obra merced a los micelios y el diseño sonoro de Juana Fernández) y se integra al universo estético puesto en pié por el equipo de Ciclón Teatro. Lo que señalamos también en la nota anterior es que las características del espacio parecían imposibilitar que la propuesta cuajara en su totalidad. Y hay que decir que el espacio de la ACJ jugó a favor en este caso. Puesta la platea sobre el escenario, pero con los espectadores enfrentados a las butacas (con telón cerrado) el espacio se comprimió permitiendo que el público captara en su totalidad los detalles de las escenas familiares, los intercambios en los cafés y las reuniones con amigos. Pero permitió también, una vez abierto el telón, que la expansión hacia el universo mágico-poético se percibiera en toda su profundidad. La escenografía cubrió las butacas de la ACJ y la particular “naturaleza” de Marosa cubrió todo el espacio teatral. El equipo de Ciclón Teatro dio muestras de su capacidad de adaptarse a los espacios y sacar el mejor provecho de cada lugar en que tienen la posibilidad de trabajar.

Marosa. Texto: Federico Martínez inspirado en la poesía de Marosa Di Giorgio. Dirección: Federico Martínez. Elenco: Valentina Gualco, Camila Moreira, Valentina Pereyra, Carmela Pérez Lobato, Andrés Preto, Bernardo Scorzo, Camila Sosa Calero, Analía Troche y Juan Vázquez. Diseño: Juanita Fernández (sonido), Mariana Pereira (escenografía), Lorena Maneiro (iluminación) Sándra Gómez (vestuario)

Cierre de Otro Teatro
Este sábado 3 de diciembre es la última función del ciclo, tocándole cerrar a la obra escrita y dirigida por Marcel Sawchik El tigre del Río. La reseña del espectáculo destaca: “El tigre del río es una obra en tono de comedia dramática, que transcurre bajo el manto de una noche brumosa y perdida en un alejado río. Dos hombres que están viviendo una delicada situación familiar, se lanzan a la aventura de la pesca de un dorado (pez conocido en la jerga popular, como “el tigre del río”, por su peso y bravura). Uno es un pescador avezado, el otro no. ¿Qué es lo que realmente están esperando pescar cada uno?”.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.