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“Contra viento y marea” A 25 años de su estreno

“Contra viento y marea” A 25 años de su estreno
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Tras realizar películas con aire de thriller y de artificioso estilo visual (El elemento del crimen, 1984) y Europa (1991), apostar por una historia de amor, erotismo y represión religiosa ambientada en la década del 70 en una isla de Escocia, rodada con largos planos secuencia y con cámara al hombro, sólo podía ser síntoma de pérdida de identidad o de genialidad. Un cuarto de siglo después del estreno de Contra viento y marea, no cabe duda que los delirios artísticos del discutido, marketinero y provocador Lars von Trier apenas tienen parangón en el panorama del cine actual, y que su universo creativo, unido a su afán de experimentación estética, le sitúan en el Olimpo de los directores preferidos por los festivales, lo cual no significa nada. Un año antes de Contra viento y marea, von Trier había presentado el Manifiesto Dogma 95, una tontería inconducente que proponía un modelo de cine que negaba la obra anterior del cineasta danés. Rodar en escenarios naturales, cámara en mano, sin iluminación, con sonido directo y sin firma, eran algunos de los preceptos básicos del nuevo movimiento. 1995 fue también el año de El reino, la revolucionaria serie de TV en la que von Trier experimentó con ese estilo realista en un relato convencional de terror y misterio en un gigantesco hospital. Y, por supuesto, Contra viento y marea indagó en estos caminos recién abiertos por el cineasta danés.

La película parece estar inundada del espíritu del Carl Theodor Dreyer de Días de ira y La palabra. Si a ello se le añade unas gotitas del marqués de Sade, el cóctel resultante es de una inusitada confrontación de contrastes. Desarrollada en siete capítulos y un epílogo, cuenta una intensa historia de amor, un melodrama imposible, morboso y nauseabundo. Soportar Contra viento y marea es difícil si el espectador no mantiene sus defensas en alto durante buena parte del metraje. El relato, un folletín imposible con final impactante, cuenta la historia de Bess, una joven muy sensible (la maravillosa Emily Watson), con antecedentes de enfermedad mental, una virgen inocente perteneciente a una comunidad puritana y fundamentalista, que se casa con Jan (Stellan Skarsgard), un hombre bueno y vitalista, operario de una plataforma petrolífera, y se despide de él después de unos pocos días de felicidad en su compañía. Poco después, tras comprobar cómo un compañero suyo regresa por una pequeña fractura en la mano y pedirle a Dios volver a ver a su marido, lo recibe parapléjico, víctima de un accidente en la plataforma. Para hacerle feliz primero, y para salvarle después, Bess se sumerge en una espiral de pecado, escandalizando a la comunidad en la que vive, convencida que esa penitencia, su vía crucis particular, hará que Dios devuelva la movilidad a Jan. Al contrario del protagonista de La peste de Albert Camus, que buscaba la posibilidad de ser santo sin creer en Dios, de hacer el bien por el bien sin esperar nada a cambio, Bess pecará para acercarse a su tan venerado Dios, y no seguirá los mandatos de la Iglesia. Solamente su inocencia y bondad lograrán hacer sonar las campanas de Dios, que la iglesia de su comunidad no posee. El plano cenital final rompe con todo lo expuesto hasta el momento, otorgando una nueva lectura a lo contado.

A mi entender, y al de la mayor parte de los personajes de esta historia, Bess tiene una salud mental frágil en exceso. Educada bajo los severos preceptos calvinistas, cree hablar con Dios y, en un acto de amor redentor se entrega sexualmente a otros hombres para revivir en ellos la carnalidad que no puede vivir con su marido, al mismo tiempo que hace de estos actos un sacrificio ante Dios para sanarle. Sin embargo, la presunta locura de Bess no es el eje vertebrador del personaje. Ella es un ser bondadoso. Tal y como explica al final de la película el médico que la ayudaba, “su enfermedad mental tenía nombres científicos, pero a ella, realmente, la mató su bondad”. De hecho, el Bien impregna todo lo que sucede en la película.

A diferencia de la serena mirada de Dreyer, el estilo visual que impone Lars von Trier se fundamenta en los planos secuencia rodados por Robby Müller (el excelente operador de Wim Wenders y Jim Jarsmuch) cámara en mano, ajustando la óptica sobre la marcha y adaptando el movimiento de la cámara al de los actores, y no al revés. La cámara rompe formas, los planos no tienen límites, ansiosos por aprehender las miradas, los gestos, los sentimientos y las inquietudes de los personajes. La textura extremadamente granulada de la imagen también ayuda a que el tono documental y naturalista de la cinta ceda el protagonismo a los actores. También por ello, el final mágico y milagroso adquirirá una dimensión nueva, ya que el contrapunto entre la estética de reportaje y la entonación de hechizo del epílogo resalta la fuerza de éste.

Contra viento y marea es un desaforado melodrama místico, crítico con la intolerancia religiosa, que al estilo de La palabra de Dreyer finaliza de manera fantástica, a pesar que Lars von Trier nos había introducido por completo en una especie de documental. El peso de la película recae fundamentalmente en la historia y los actores, siendo éstos últimos el auténtico milagro, en el que sobresale Emily Watson, enamorándonos a todos desde su primera mirada a la cámara. En los años siguientes von Trier, luego de la estupenda Bailarina en la oscuridad, caería del pedestal con películas que, más allá de alabanzas festivaleras, dan vergüenza ajena (Los idiotas, Dogville, Manderlay, en menor medida Anticristo). Sin embargo, en los últimos años se recuperó con Melancolía, la extensa Ninfomanía y La casa de Jack, así que más allá de sus habituales desplantes, habrá que esperar sus nuevas producciones con una mezcla de interés y desconfianza.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".