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Daños severos de una pandemia por Ignacio Martínez

Daños severos de una pandemia por Ignacio Martínez
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La gente que ha emergido a la luz pública mostrando una situación al límite del desamparo, es una parte importante de la población que venía resolviendo su vida con ingresos diarios constantes que, lejos de ser magníficos, les permitían, sin embargo, hacer frente a las vicisitudes de la vida.

Ninguno es dependiente de ayudas sociales del MIDES u otros organismos. Son trabajadores en procura de una vida digna que, de buenas a primeras, vieron cerrada su fuente de ingresos.

Feriantes de los más diversos rubros. Trabajadores de puestos callejeros; los que llamamos cuentapropistas con atención en la calle. Changadores. Gente de oficios de atención directa, muchas veces en sus propias casas, léase peluqueros, masajes, estudiantes avanzados que preparan exámenes o apoyan escolaridades, para nombrar solo algunos. Ellos pagan sus impuestos, su DGI, su BPS y quedaron sin clientela.

Taximetristas independientes, gente de UBER, mudanzas, fletes, trabajadores independientes de los más diversos oficios. Ellos también han visto reducida la demanda de sus servicios y por ende sus ingresos.

Los trabajadores de sueldos muy bajos que se acogen al seguro de paro a término, reciben partidas muy inferiores a lo habitual.

Gente de comercios que cerraron, de empleos domésticos y otros servicios, también ha visto que su economía familiar se ve enormemente trastocada de malas a primeras.

La gente de la cultura y sus más diversos anexos también. Actores y actrices, directores, iluminadores, escenógrafos, personal de boleterías, personal de limpieza y tantos otros. La gente de los cines. Los músicos y el personal de centros de espectáculos musicales. Los artistas callejeros. La gente de gimnasios y clubes deportivos y escenarios deportivos. Podríamos seguir sumando.

No nombro acá a otros trabajadores que tal vez apechugaron porque tenían ahorros, pero su vida también se vio amenazada. Dentistas, podólogos, psicólogos, entre otros.

Toda esta gente es nuestro pueblo del día a día, del mes a mes que, sin embargo, había visto mejorar su condición de vida en estos 15 años con más acceso a la vivienda, a la cultura, a la educación, a la salud, pero que de una guadañazo vio abortados sus ingresos.

¿Cuántos son? Y sí, tal vez anden en los 500 mil orientales entre los trabajadores directamente afectados y sus familias. A ellos son a quienes debemos proteger con un salario mínimo de emergencia, una renta básica, hasta que escampe el temporal. Esa sí es una responsabilidad de gobierno.

Por la repentina y dramática visibilidad de estos compatriotas hay quienes ponen el grito en el cielo y acusan a los 3 períodos frenteamplistas. Esa acusación es ambidiestra porque la he oído desde la derecha y desde la izquierda. Me niego a ese griterío infame. Me enorgullece saber que, rápidamente, ante esa ruptura de economías familiares de gente que no tuvo capacidad de ahorro y de un día para el otro se quedó sin ingresos, se armaron cientos de ollas populares y se procuraron ayudas. Esto nació en los barrios, desde los trabajadores y desde los mismos damnificados con la solidaridad de muchísima gente.

Este será uno de los daños más severos que dejará esta pandemia porque hay que preguntarse ¿volverán a sus trabajos? ¿verán mejorías en sus ingresos en el futuro inmediato? Difícil, con respuestas tales como aumento de tarifas básicas (luz, agua), aumento del IVA, aumento del dólar, carestía de decenas de productos alimenticios y de vestimenta, entre otras.

Muchas de estas personas están en las filas por una comida caliente, pero que te quede claro, no son ventajeros ni atorrantes, son parte de los sectores más expuestos de la sociedad a quienes la pandemia los ha golpeado mucho más allá de su salud. No son daños colaterales. Son el principal y más urgente asunto a atender desde ya. De lo contrario las consecuencias del virus serán mucho más desastrosas.

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