Está circulando desde hace unos días la noticia sobre un proyecto de monumento vinculado con el Covid 19 a ser instalado en la rambla del Buceo. Ha suscitado opiniones a favor y en contra, por argumentos estéticos, de oportunidad y hasta filosóficos. No me hago eco de ninguno de ellos, pero la propuesta me parece abstrusa. Pienso como más razonable y de mayor significación para lo que pueda ser la evocación posterior de esta encrucijada que vive nuestro país una vez que ella haya pasado pensar en un monumento no a la pandemia sino a quienes nos han protegido de ella y cuidado como el Comite Asesor Científico Honorario, el Instituto Pasteur, el Ministro Salinas y el subsecretario, y todo el personal de salud pública, por ejemplo.
En general yo tengo particular cuidado en no enfriar o poner obstáculos a cualquier iniciativa porque considero que uno de los más feos defectos de nuestro país es la desconfianza a lo que quiere comenzar, a las iniciativas. Este es el país que valora la antigüedad y la experiencia previa sobre cualquier otra condición de modo que el que proyecta algo nuevo, sea lo que sea, empieza el partido perdiendo dos a cero.
No obstante, mi disposición primaria a favor de cualquier iniciativa no encuentro argumentos a favor de ese proyecto de memorial al Covid 19. Y a la vez y a propósito de todo eso me viene a la memoria el recuerdo de un monumento o memorial que se encuentra en la ciudad de Melo. Me emociona cuando lo evoco y es la tibieza de esa emoción lo que me ha empujado a escribir sobre el asunto. Les adelanto: es un monumento a un médico.
Como dije, se encuentra en Melo, en la avenida que se forma a la entrada de la ciudad viniendo desde el sur por la ruta 8. Hay un repecho largo y al llegar arriba, donde hace mil años, cuando yo iba a Melo todos los inviernos, había un descampado en el que levantaban sus carpas los circos brasileros y donde años después se levantó el altar donde el Papa celebró Misa, después se arregló y ahora está urbanizado, es en la avenida que ahora es de doble vía pero antes era de una sola, donde se encuentra, casi desapercibida, la estela que los pobres de Melo costearon y lograron colocar en conmemoración de un médico que dedicó su vida a atenderlos y curarlos. Es un modesto recordatorio, modesto pero enorme.
Se trata de una columna cuadrada de ladrillo revocado, de poco más de dos metros de alto, en cuya base, en relieve y en toscas letras mayúsculas hundidas en la argamasa dice. “por 780 pobres”. Así nomás. Y abajo una fecha: Enero 1 de 1924. Todo esto enmarcado en un cuadrado. En la parte superior hay una chapa de bronce con una figura humana doliente, típica de las que se encuentra en los cementerios y grabado en el metal se lee con dificultad: “Al Filántropo Dr. Juan F Ferreira. Homenaje de gratitud de los pobres de Melo”. ¡Fantástico!
Cuenta la leyenda, que yo pude recoger personalmente en alguno de aquellos lejanísimos inviernos en Melo, que quienes tuvieron la iniciativa y se propusieron levantar el monumento quisieron asegurarse que proviniera realmente de los pobres de Melo y por eso recogían los fondos con la condición de que nadie pudiera poner más de un vintén. Un vintén era una moneda de dos centésimos. Reconstruyo en mi imaginación la intervención de algún platudo generoso que les dijera: muchachos, díganme cuánto les falta que yo lo pongo. Y que recibía la serena y altiva respuesta: si Ud. quiere colaborar ponga un vintén y si no, no pone nada.
Estamos hablando del Melo de hace cien años, que había visto en sus calles a Aparicio Saravia llegando a caballo desde su estancia del Cordobés; la ciudad donde el recuerdo de la última revolución, de sus héroes y de sus muertos, tenía apenas veinte años.
Me imagino a los organizadores del proyecto reuniéndose periódicamente en algún boliche para intercambiar charla del barrio con ideas sobre el monumento, calculando los costos o el lugar de ubicación. Eran pobres, pero gente de trabajo, dispuestos a apartar cada mes unas moneditas de lo que se ganaban con sus manos y su esfuerzo. No eran mendigos, eran lo que en aquel entonces se pronunciaba con honor y ahora es motivo de befa: eran pobres pero honrados. Me conmueve la seriedad escolar de su contabilidad trasladada al monumento: setecientos ochenta pobres. No una cifra redonda o un número al barrer. No: setecientos ochenta, ni uno más ni uno menos; estamos hablando de gente seria.
Ese Dr. Juan Ferreira, el del monumento, murió en el cumplimiento del deber; iba en una ambulancia a atender una emergencia, la ambulancia chocó y el Dr. Ferreira murió a consecuencias de las heridas del accidente. Ese médico, ese Dr. Juan Ferreira, era el padre de Wilson Ferreira Aldunate, quien como se sabe, era nacido en Nico Pérez y criado en Melo.
Cuando oigo hablar del proyecto de monumento al Covid19 en la rambla del Buceo me vienen a la mente -y al corazón- estos recuerdos de Melo y cada vez me va pareciendo más grande la distancia entre una cosa tan cálida y otra tan fría, entre un memorial de un recuerdo que no merece desaparecer y el memorial de algo que vamos a querer olvidar: uno tan repleto de sentido y el otro de publicidad.
No me gusta, como dije más arriba, desestimular las iniciativas, pero ¿qué quiere que le diga? ¡Hay tanta diferencia!
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