Hace un tiempo, leyendo un libro que trataba sobre los sectores más ricos del Uruguay coincidí con la apreciación de que en nuestro país siempre se ha estudiado mucho acerca de los sectores más pobres, pero que al momento de identificar y caracterizar los sectores económicamente más poderosos ya no había tanto. Al menos tanto en difusión.
Recuerdo alguna página de un viejo semanario que tomaba a forma de prontuario aquellos casos que además de los procesos de concentración típicamente capitalista había una suerte de denuncia a grupos que tenían algún proceder que no era cristalino.
A estos grupos en la cultura popular se los conocía (y yo creo que aún se los conoce, aunque pasen más desapercibidos) como rosca. Este término es usado en forma despectiva poniendo cierto énfasis en el desprecio a sus procederes dentro de los sectores de clara hegemonía en el poder económico, pero que además de una u otra manera se apropian de beneficios del conjunto de la sociedad por vías no tan justificables
El nombre técnico con que se les conoce es el de Plutocracia. El plutócrata no es solo una persona que tiene gran poder o influencia debido a su riqueza, sino que además la usa claramente en beneficio propio.
A partir de allí, y vaya a saber por qué efecto motivador, me puse a buscar sobre sus características.
Buceando en el océano de internet me encontré con alguna caracterización general, definición y relatos históricos a este respecto. Es así que me enteré que ya por la antigua Grecia había las primeras definiciones y perfiles. Por ejemplo, Tucídides y Jenofonte señalaban que los plutócratas tienden a ignorar los intereses del Estado, la responsabilidad social y los problemas políticos, empleando el poder para su propio beneficio. Creo, que es este último, historiador y filósofo, el primero que claramente empieza a manejar el término.
Pero a partir de allí, hasta nuestros días hay innumerables referencias a grupos de poder económico que de una u otra manera se aprovechan apropiándose de beneficios económicos gracias a la posición privilegiada que pueden tener en Estados que actúan con genuflexión hacia este tipo de presiones.
Es así que en alguna página técnica que estudia estos sectores de la sociedad desde la visión económica se detallan algunas de las formas de actuar para la obtención de estos objetivos, por ejemplo:
• Los plutócratas pueden chantajear desde su esfera de poder para obtener los beneficios buscados y hasta revocar el mandato de los gobernantes electos.
• Hay algunos gobernantes que rinden cuentas, por ende, a los plutócratas antes que al pueblo.
• Llegan a actuar a tal nivel que los poderes públicos pueden ser sometidos a instrucciones vinculantes de este tipo de élite.
Un mecanismo plutocrático bastante extendido consiste en la adquisición de los bienes públicos o estatales en subastas públicas (Ups! Qué coincidencia!) que reciben el nombre de privatización, y que otorgan a intereses privados el control sobre bienes básicos o de importancia pública incuestionable.
Esto les confiere a los sectores económicos una injerencia importante sobre las dinámicas políticas nacionales a partir del control de los bienes de primera necesidad. En líneas generales, la plutocracia impide el funcionamiento transparente de la democracia representativa y promueve la existencia de intereses ocultos, secretos, en el ambiente político. (Fuente: https://humanidades.com/plutocracia/#ixzz7rmMPfY00)
Hace ya unos años, un empresario me alcanzó un libro que se titulaba “Catilina: la revolución contra la Plutocracia en Roma”. Su autor, Ernesto Palacio, un referente del nacionalismo argentino, Realizaba un revisionismo del hecho histórico de la acción de un Senador romano, Catilina, en contradicción y confrontación con Cicerón, a quien identificaba como el más claro representante de una oligarquía plutocrática. Realmente un libro muy interesante y recomendable (creo que hay una reciente reedición de la obra que yo leí en un ejemplar de la década de los 40 del siglo pasado), no por darme muchas verdades sino por tener el particular beneficio de hacerme pensar.
Cuando devolví el libro a su dueño, éste me inquirió por cuál de los dos personajes históricos me inclinaba después de haberlo leído. Tanto Catilina como Cicerón pertenecían a la oligarquía, aunque el primero se me presentara con una pátina de honestidad y acción desinteresada por la república. Por eso, en esa alternativa, contesté que me seguía quedando con Espartaco. Creo que la respuesta no le gustó al hombre.
Pasado el tiempo, y a la luz de algunas experiencias más o menos recientes, reivindico esa respuesta. Porque creo que, y voy a usar el término criollo, la rosca siempre está al acecho. A veces con discursos liberales, otras camuflada en discursos nacionales y hasta con barnices pretendidamente populares.
Pero más allá de los posibles pases diferentes, la rosca sigue siendo rosca.
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