“Tenemos cincuenta economistas en la institución”, reconoció. Enseguida agregó: “están en el edificio porque hacen buenas preguntas, pero los tengo en el sótano”. ¿Por qué allí? “Porque no conocen sus propias limitaciones”. Esa fue la respuesta de William McChesney Martin, el presidente del Banco de Reserva de New York, sobre el papel de los economistas. Era la década de 1950, y la institucionalidad económica estaba en manos de políticos, abogados, corredores de bolsa o granjeros, pero en la de economistas como sucede hoy en día (1).
Desde aquel entonces, un cierto tipo de economista salió de los sótanos para tomar puestos claves en todo tipo de instituciones, desde empresas a organismos internacionales. Algunos se convirtieron en ministros o legisladores, y entraron al terreno de la política partidaria buscando ser presidentes. Ernesto Talvi también lo intentó.
Los senderos de los consultores
Talvi ha sido descrito como un “académico” y eso, a mi modo de ver es un error. Su perfil corresponde más estrictamente al de un “consultor”. En efecto, fueron los economistas convertidos en consultores los que abandonaron los sótanos a fines de la década de 1960, convencidos de contar con un saber privilegiado sobre cómo funcionaban las economías y cuáles serían los procedimientos para promover el desarrollo. Sucesivas oleadas se lanzaron sobre América Latina para asesorar distintos gobiernos desde la década de 1970, enseguida sobre Africa, y en los noventa ya estaban en Europa del Este guiando la transición del socialismo al capitalismo.
Si bien existen diversas formas de entender la economía, y a su vez, otras tantas de concebir el papel de un economista, por lo general el consultor esgrime posturas reduccionistas. El desarrollo requeriría mercados con una mínima interferencia, asegurándose la competencia y los derechos de propiedad, simpatizan con la privatización de diversas tareas (como salud, educación, etc.), priorizan instrumentos como impuestos o incentivos, les encantan los acuerdos de libre comercio y así sucesivamente. Son quienes confeccionan los manuales a seguir en todo el planeta. Los consultores economistas no dudan, siempre saben lo que debe hacerse, y si algo resulta mal no es su culpa, sino de quienes aplicaron sus recetas.
Quienes se ubican en ese rol inicialmente pueden iniciar su carrera en un centro de investigación o una universidad (más frecuentemente privada). Sus siguientes pasos están en la dirección de una empresa o una estadía en un organismo internacional (como CEPAL, Banco Mundial o el BID). Luego buscan ingresar a un puesto de alta jerarquía en el Estado, como ministro de economía o presidente del banco central. Luego, algunos regresan a las etapas anteriores, pero otros se vuelcan a la política, intentando ser legisladores o incluso candidatos presidenciales. Talvi ocupó varios de esos casilleros, destacándose su desempeño dentro del BID o sus trabajos durante el gobierno de Jorge Batlle, y desde allí ambicionó la presidencia.
Hay muchos otros economistas que apostaron por la política. Por ejemplo, Danilo Astori partió desde la Universidad de la República, trabajó intensamente en centros de investigación durante la dictadura, fue legislador y hasta candidato a la presidencia. Pero es evidente que sus propuestas son muy distintas a las de Talvi. Este último, más allá de algunos elementos retóricos, apunta a posiciones conservadoras reduccionistas de mercado indicadas arriba, e incluso hay algunos componentes neoliberales (en su sentido estricto). Esto lo asemeja más a otros economistas que también encajan con el perfil del consultor, como los argentinos Ricardo López Murphy y Domingo Cavallo. Ellos desplegaron ideas ortodoxas, fueron ministros de economía, candidatos presidenciales, nunca ganaron y finalmente también abandonaron la política.
En cambio, las ideas y recorrido de Astori no corresponde al perfil del consultor y se asemeja más a las carreras de Roberto Lavagna en Argentina o Luis Arce en Bolivia, todos economistas que fueron o son candidatos presidenciales. Aún más diferente es otro economista, que también fue ministro y candidato presidencial, el ecuatoriano Alberto Acosta, ya que sus posiciones y lazos con movimientos populares lo ubican a la izquierda de todos ellos.
De todos modos, el sueño de Talvi de llegar a la presidencia no es irreal porque en la historia regional reciente hay varios presidentes economistas. Más de lo que muchos suponen. Entre ellos se cuentan a Dilma Rousseff en Brasil, Sebastián Piñera en Chile y Rafael Correa en Ecuador, quienes fueron relegidos en ese cargo; y Pedro Pablo Kuczynski en Perú, quien cumplió parcialmente un período. Tal vez solamente Kuczynski se asemeje al papel del consultor, pero ciertamente no los otros. Pero a ninguno le ha ido muy bien: Rousseff fue destituida, Piñera enfrentó un durísimo estallido social que ahora está en suspenso, Correa y Kuczynski fueron procesados por corrupción (el primero se refugió en Bruselas y el segundo está bajo arresto domiciliario en Lima). Por lo tanto, los economistas que cumplieron el sueño presidencial quedaron luego inmersos en pesadillas.
Sociedad mercantilizada
El protagonismo de los consultores económicos se debe, al menos, a dos factores. Por un lado, que éstos se lanzaran decididamente a la pelea política. No aceptaron permanecer en los sótanos y ambicionaban ministerios y presidencias. Por otro lado, hay una creciente proporción de ciudadanos que no sólo creen en ellos, sino que los desean. Entienden que la marcha de un país puede reducirse a la economía, que esa dinámica discurre por un puñado de procesos, como la asignación de precios o el consumo, y que habría unas personas que saben todo lo necesario sobre ello. Es una situación que siempre tiene dos caras, de un lado los egos del consultor, y del otro lado una opinión pública que cree en sus discursos.
Esto responde a la paulatina mercantilización de la vida social que avanzó desde la década de 1970, primero en países como Chile, Perú y Colombia, y que luego continuó en las demás naciones. La valoración económica pasó a ser un elemento clave, el individualismo es aceptado e incluso festejado, se desconfía del Estado, el ciudadano es visto como consumidor, y se espera que instrumentos como los análisis costo-beneficio reemplacen el debate político. En Uruguay existen todavía algunas resistencias ante esto, y algunas de ellas tal vez incidieron en la salida de Talvi de la política. Pero las adhesiones electorales que recibió muestran que aquí también está presente la mercantilización de la vida social por lo cual son unos cuantos los que tiene una fe inquebrantable en que un consultor ofrezca soluciones supuestamente infalibles. Ese es uno de los problemas que una renovación de la izquierda debería atender.
Notas
- El caso se relata en: The economists’ hour, B. Appelbaum, Litle, Brown & Co., 2019.
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