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Demasiado lento Por Luis Nieto

Demasiado lento Por Luis Nieto
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Pepe Mujica, todos lo sabemos y lo saben en casi todo el mundo, es un personaje político ineludible. Un tupa que ha gobernado sin tupas si por eso se entiende a los integrantes más notorios del histórico MLN. Si antes fueron buenos para desafiar al sistema, y ponerlo frente al abismo, y muchos de ellos protagonizaron notorias proezas, llama la atención que no hubieran estado en la primera línea de la política cuando uno de aquellos nueve rehenes, ocupaba la presidencia de la república, nada menos. Hubo una notoria excepción: Fernández Huidobro. ¿Y el ingeniero Manera Lluvera? ¿Y Engler, que estuvo metido en la locura, salió adelante y acabó fundando el Cudim en Montevideo? ¿Por qué ninguno de ellos ocupó un ministerio capaz de sacar el país del punto muerto, y dar una señal de cambio, por lo menos en el Instituto Nacional de Colonización? El silencio se tragó muchas frases célebres del Pepe, del amigo Mujica, como aquella exclamación vehemente: ¡Educación, educación, educación! Hay un lapsus de cuatro años y se oye de sus labios una lastimera confesión: “Me dejaron solo”. ¿Sus viejos compañeros del MLN o sus nuevos compañeros del frente político que representaba?
Del MLN se pueden decir muchas cosas, desde que fue innecesario hasta que siguió el manual del foco, desarrollado por el dúo Castro–Debray. Lo que no se le puede achacar a aquella juventud, es que no haya ido hasta las últimas consecuencias, como pedía el Che, como debía ser en una revolución verdadera. Los tupas se la jugaron hasta que no les quedaron balas, ni lugares donde criar a sus hijos, y, como pudieron, soportaron la tremenda tortura a la que fueron sometidos. Es enorme la cantidad de muchachos jóvenes que perdieron la vida por una idea de justicia, equivocada o no, así fue. ¿Toda la izquierda estaba en el mismo barco? Esa es otra cuestión. ¿Valió la pena haber ganado aquel espacio político para acabar diciendo que lo habían dejado solo? También es otra cuestión. Tal vez Mujica tenga una respuesta más esclarecedora. ¿Para qué aceptó Fernández Huidobro el ministerio de Defensa?
Los Tenientes de Artigas le tenían mucho respeto. Alguno hasta lo confesó en medio de una borrachera, en una reunión de familiares, en plena dictadura. Cuando el Ñato aceptó el ministerio sabía que se inmolaba. Ese era el final de su carrera política porque ya no podía volver a la segunda mitad de 1972, ni a los tiempos en que varios de aquellos tenientes y capitanes lo iban a visitar a los cuarteles donde estaba detenido como rehén. El Ñato aceptó porque era el único que podía frenar lo que se venía, y que los Tenientes le hicieron saber en la visita que recibió el presidente Mujica, en la cocina de su casa, una noche en que un delegado de esa logia militar golpeó la puerta trasera y le hizo ver un video en el que dos grupos de oficiales en actividad le hablaban claro al presidente, nada menos que al presidente (Una oveja negra al poder, Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, Sudamericana, 2015).
En su crepúsculo, el Ñato, ya derrotado, se despidió lentamente de esta vida. Había cumplido con la más ingrata de las tareas, después de las gestiones de Bonomi y Rosadilla, que, evidentemente, eran frágiles fusibles en el gobierno del Frente Amplio. Las palabras de Manini en su despedida fúnebre fueron claras ante la desaparición de un combatiente, sin dudas que tan equivocado como digno.
Mujica, por otro lado, se inclinó por el lobby, por el encantamiento de las serpientes. En Venezuela se dejó fotografiar con una campera militar del ejército de ese país, aquí hizo del Quincho de Varela, el reducto chic donde los invitados extranjeros deliraban con el presidente más pobre del mundo. En eso fue muy bueno. No hay taximetrista en Buenos Aires o Madrid que no sepa quién es Mujica, que no afirme que fue el líder de la lucha contra la Dictadura, y que, hoy, con la misma furia, combate la corrupción y la desigualdad social en Uruguay y América Latina.
En realidad, el MLN se mantuvo independiente, siempre estuvo mirando hacia lo desconocido. Se pudo haber declarado marxista–leninista, por ejemplo, como le hubiese gustado a la izquierda uruguaya y a Cuba, por supuesto. No lo hizo nunca, entre otras cosas porque Sendic no era leninista, hasta prefería a Rosa Luxemburgo. Tampoco le gustaba la bomba, la odiaba. Cuando el MLN intentó llevar adelante el plan “Cacao”, que consistía en hacer volar empresas extranjeras, puentes, sitios de diversión de la rosca uruguaya, Sendic estuvo furioso hasta que la Dirección echó para atrás con el plan, y es posible imaginar que no hubiese aceptado ningún compromiso de fondo con Chávez. Tanto él como su sucesor, Nicolás Maduro, llegaban a Montevideo con sus dólares y se hacían llevar al Quincho de Varela. Aquella parecía ser la verdadera embajada.
De la misma manera, el Tren de los Pueblos Libres partía raudo a dar una potente señal a nuestros ciudadanos, pero el tren no llegó a ninguna parte y no hubo rectificación de la fanfarria propagandística. Tampoco hubo claridad con la maleta llena de dólares de Antonini Wilson. Desbordes por todos lados. El régimen venezolano fundió su empresa petrolera, un propósito realmente difícil de cumplir, pero ahí están los resultados, salvo para el Frente Amplio, que siempre trata de equilibrar la balanza con algún razonamiento escabroso, como que esa es decisión de los propios venezolanos. ¿También debimos haber aceptado ese razonamiento ante la dictadura uruguaya? ¿Debimos habernos quedado de brazos cruzados hasta que los uruguayos, perseguidos dentro del país, hubiesen podido tomar la iniciativa de voltear al régimen? ¿Nos habremos pasado de la raya?
Es tarde, Pepe, lo de Venezuela se está cayendo a pedazos. Está muy bien que avives al Frente de que es un régimen autoritario, porque ahora es mano y tiene que, por lo menos, empardar tu apuesta. ¿Obligarás a que acepten que es autoritario, que hasta podría llegar a ser una dictadura?
El MLN no se merece tanto eufemismo. Siempre tuvo un lenguaje directo, y no es necesario caer en la ordinariez, como los dirigente venezolanos para ser firme, claro, ante la necesidad de determinar de qué lado se está.

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