Desbarrancando

El rapiñero fue interceptado a la salida de la pollería por un grupo de testigos, los que, incapaces de contener su justa indignación, le propinaron una golpiza tan ejemplar que terminó con la fractura de cráneo del indeseable. Así nomás, simple. Le partieron la cabeza. Desde los noticieros de la TV no justificaban, pero entendían la indignación de los vecinos.

El episodio no pasó desapercibido para un  grupo de vecinos del otro lado de la cañada, que indignados ante los salvajes actos de agresión y tortura con los que habían sometido a la víctima, se armaron con palos y piedras y proporcionaron un duro castigo a los cobardes agresores, quienes habían evidenciado en su accionar lo peor del instinto humano. Desde los noticieros de la TV tampoco justificaban, pero seguían comprendiendo.

Las aguas de la cañada tiñeron de rojo los pastizales y el rumor de la sangrienta masacre enfureció a los pobladores del barrio vecino, los que desesperados por la inacción policial, y al grito de “justicia”, “así no se puede seguir” y “esto no se aguanta más”, se pertrecharon con ametralladoras y fusiles de asalto para limpiar el buen nombre de aquellos vecinos justicieros, agredidos de manera brutal y canallesca por la turba de forajidos, cómplices del malviviente. Todos seguíamos sin justificar, pero comprendiendo.

Años después, apenas finalizada la cruenta guerra civil, el anciano dueño de la pollería rememoraba con nostalgia aquellos buenos tiempos en los que todavía existían códigos, mientras desde la TV no comprendían cómo era posible que se hubiera llegado tan lejos.

Marcelo Aguiar