Cuando seguimos el curso de las declaraciones de Donald Trump no podemos eludir compararlas con situaciones y acciones precedentes, de donde surge una constante: la falta de credibilidad derivada de sus repentinos y constantes cambios de posición que van, en gran parte de los casos, en sentido contrario de lo que han sido líneas políticas generales de Estados Unidos (EE.UU.).
De sus desafortunadas y destempladas afirmaciones, recogemos una: hace días indicó que respondería a los norcoreanos con «fuego e ira». En otro discurso de contenido amenazante, Trump aludió a que puede decidir el empleo de sus mayores capacidades militares, lo que implica atacar al enemigo recurriendo al arsenal nuclear, que con sensatez rechaza una gran parte de su entorno, estamentos castrenses y ciudadanos comunes. Esto mientras que la contraparte desde Pyongyang – gobernada, parece, hereditariamente por los Kim- le proporciona argumentos cuando, por ejemplo, alardea de los éxitos -reales o no- de sus misiles intercontinentales y menciona la posibilidad de alcanzar con ellos territorios o posesiones estadunidenses como Guam. Por cierto, circula una carta abierta de isleños donde “(…) se lamenta de que sólo cuando Guam está amenazada por las bombas los ciudadanos estadunidenses o su gobierno se acuerdan de la isla”, donde EE.UU. tiene en el protectorado colonial 6 mil militares.
De su lado, la Fundación Carter y su presidente, James Carter, aseguran que los dirigentes de Norcorea “han venido declarando la voluntad de alcanzar un acuerdo de paz con EE.UU que ponga fin a la actual situación de cese el fuego vigente desde 1953” (armisticio, no tratado de paz). Citado por varias fuentes, un antiguo corresponsal en Moscú, Eduardo Ibarra, sostiene que “Corea del Norte quiere paz, pero teme una agresión”, y que “la dura retórica de Washington y Pyongyang durante los últimos meses ha exacerbado la relación de confrontación actual entre ambos países y probablemente ha eliminado cualquier posibilidad de conversaciones de paz de buena fe”
Se tiene la impresión que para enjugar los yerros casi cotidianos y las renuncias periódicas de integrantes del gabinete y círculo cercano, Trump está inclinado a buscar un éxito militar en alguna parte del mapa y lanza permanentemente dicterios, sanciones y amenazas intervencionistas contra diversas naciones o regiones: Corea o Venezuela, en algunos casos, o como hemos señalado en notas anteriores, el Pérsico (Qatar e Irán). Al ser el ánimo del sujeto tan cambiante cuan iracundo e insolente, sus palabras pueden tomarse como simple ocurrencia vulgar o -en ocasiones- como planteo estratégico, sin que necesariamente deban tenerse en cuenta las respuestas que recibe de aquellos que se consideran aludidos: con las provocaciones dirigidas desde Washington y sus repercusiones hay suficiente material de qué ocuparse.
La prensa pequinesa, actuando como vocera del gobierno, apunta que del 21 al 31 de agosto Surcorea y EE.UU. programan ejercicios militares que “provocarán a Pyongyang” al tiempo que en un editorial se afirma que Seúl “no puede quitarse el control de Washington, ni en su mente ni en sus hechos”.
Si en algún momento creyéramos la baladronada que EE.UU. lanzaría un ataque nuclear, por limitado que fuera, contra Norcorea, un simple ejercicio de sentido común y análisis de correlación de fuerzas -teniendo muy presente las consecuencias para los habitantes del mundo- nos diría que, además de un disparate y un desacierto, activaría reacciones en cadena que cualquier jefe militar con poder suficiente se negaría a darle recibo y obedecer.
En los inicios de la década del 50 el general MacArthur quería levantar una “cortina nuclear” en la frontera sur de China Popular estallando “entre 30 y 50 bombas atómicas” en Corea del Norte y de esa manera poner fin a la guerra en la península: lo sacaron del mando los mismos guerreristas que lo habían encumbrado.
Cuando Trump formula sus cotidianos disparates intervencionistas contra Pyongyang, no puede obtener menos que respuestas claras de su entorno; así, antes de renunciar, su consejero Steve Bannon, con una pregunta dirigida al presidente le inquirió sobre si había considerado que un ataque contra Norcorea produciría de inmediato la muerte a 10 millones de surcoreanos, población estimada de Seúl, ciudad de unos 600 años, a 55 km del paralelo 38 que la separa del norte.
Si damos continuación a esta suposición, para fines de un ejercicio, debe considerarse el entorno norcoreano, siendo imprescindible el hacerlo con dos de los estados -China y Rusia- por lo menos. Por un lado, tenemos que Pekín -que se sentiría amenazado como eventual objetivo- está a 760 km; lo mismo Tianjing (560 km) la ciudad y el puerto más importante del país; Dalian (286 km) un puerto que es la salida del comercio del norte. Hay una muy importante terminal carbonera en Qinguandao (donde la muralla china finaliza en el mar) y uno de los principales balnearios frente a Tianjing, donde existe importante actividad petrolera offshore. También Qingdao, antigua base alemana en 1914. En toda en esa zona sur de China hay posiciones militares, navales y aéreas y los principales contingentes antiaéreos y antimisilísticos, que cubren el espacio coreano. China entraría en el conflicto si Norcorea fuera atacada y sus defensas ejecutarían una respuesta masiva automáticamente.
Por otro lado, tiene una frontera de 17 mil 703 metros con Rusia –que ha desplazado varios trenes con tropas y pertrechos a la zona- y en un radio de mil km están los asientos nucleares y de defensa estratégica más importantes del país de cara al Pacífico. En la posibilidad de disparos con cohetes contra Norcorea que pudieran realizar fuerzas estadunidenses, las defensas rusas y chinas lo considerarían como una agresión a su territorio. En estos días Pekín declaró oficialmente que impedirían un ataque preventivo, lo que implica derribar misiles y luego destruir los sitios desde donde se lanzaron.
En lo tocante al armamentismo balístico de Norcorea, según nota de The New York Times -crítico de Trump-, detrás está la tecnología del “aliado” Ucrania (transferida legalmente o contrabandeada) y revela que hay una propuesta de Rusia y China para solucionar el contencioso coreano.
De acuerdo con informaciones oficiosas de la OTAN -sin considerar al Reino Unido- producida por fuentes francesas, al tener por delante evidencias de que Washington y Pyonyang han momentáneamente, al menos, aplacado su duelo verbal acerca de ataques nucleares, el organismo se ha sumado a las propuestas de Moscú y Pekín que tras declarar el «carácter inaceptable» sobre amenazas o uso de la fuerza, «provengan de donde provengan», plantea -de acuerdo con diversas fuentes- “que la diplomacia es la única alternativa posible para encontrar una salida a la crisis generada entre Estados Unidos y Corea del Norte por las amenazas sobre el uso de su armamento nuclear”, mocionando un entendimiento negociado. El comentario que surgió de inmediato fue que “desafortunadamente el plan requiere más sentido común de lo que EE.UU. es capaz”.
Si nuestras predicciones son justas y en consecuencia -con el tiempo- se vuelven certeras, no quiere decir que para eso de inmediato se vayan a aplacar las invocaciones a la guerra de un lado y otro: es muy posible que por años -como viene ocurriendo con distintas intensidades hasta ahora- sobrevengan las agresividades verbales.
Lo anterior no niega la necesidad de Trump de buscar un triunfo militar que le llene las alforjas vacías de popularidad en lo que va de su mandato. Por esto último, nuestra atención se vuelve hacia lo que consideramos como más factible escenario bélico imperialista: el Pérsico.
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