Los tiempos de crisis trastocan muchas cosas, producen
inseguridades, sacuden certezas, nos vuelven más frágiles.
Incluso los que nos creemos omnipotentes, vacilamos un poco.
Mirando el panorama comenzamos a pensar en bajar cortina.
Hacernos la idea de aquello de: “Desensillar hasta que aclare”
Dispuestos a tirar la toalla empezamos a hablar con alguna gente
y sorpresivamente recibimos un mensaje desde las antípodas:
“¿Me estas jodiendo? ¿Se puede ayudar en algo?”
Minutos después suena el teléfono y viene la voz solidaria para que
no aflojemos y que están dispuestos a dar una mano si seguimos.
Ahí recibimos una especie de inyección de adrenalina y barremos
de un plumazo las nubes negras que nos rondaban por la cabeza.
Empezamos a relativizar nuestros problemas comparados con las
situaciones dramáticas que están viviendo muchos compatriotas.
Y visualizamos mucha solidaridad aflorando en la vida cotidiana.
Hay dificultades reales que debemos encarar como sociedad.
El gobierno está lidiando con un choclo enorme y podrán errarle
pero no es por falta de trabajo y dedicación, laburan como locos.
Se trata de que todos aportemos, cada uno de acuerdo a nuestras
posibilidades y dejar de lado causas partidarias o corporativas.
Hay que apretarse el cinturón, sea de piola o de cuero de cocodrilo,
porque muchos están precisando algo tan básico como morfar.
Todos vamos a pagar las consecuencias de la pandemia en mayor
o menor grado, pero se trata de que ningún uruguayo quede tirado.
Nosotros volvemos después de turismo, ya veremos de qué forma.
Pero hoy más que nunca está vigente la frase de Victoria Diez:
“Ánimo compañeros, que la vida puede más.”
Alfredo García