No me gaste las palabras.
No cambie el significado.
Mire que lo que yo quiero.
Lo tengo bastante claro.
Mario Benedetti
Un día sí y otro también asistimos a enfrentamientos verbales.
¿Está mal? ¿Acaso pensamos todos de la misma manera?
¿Hay polarización y grieta profunda en nuestra sociedad?
Mucho ruido y pocas nueces, diría algún veterano polemista.
Los fuertes cruces dialecticos de otrora eran de hacha y tiza.
Se discutía duro y parejo y sin decir gre, gre sino Gregorio.
Lo que hoy marca la diferencia es la existencia de las redes.
A los cinco minutos cualquier comentario grueso se hace viral.
Y eso da lugar a escraches digitales de unos y otros sin piedad.
Lo que hay es una sensibilidad a flor de piel de mucha gente.
Dominados por la corrección política muchos ni se expresan.
Nadie quiere caer en las garras de la policía moral del lenguaje.
Mejor ni hablemos de la tontería del lenguaje inclusivo, que algunos
fanáticos quieren imponer como el gran cambio para la sociedad.
Nos referimos a las limitaciones a la libertad de expresión que
muchos promueven con el verso del discurso discriminador.
No se puede criticar a las mujeres, porque te volvés misógino.
No se te ocurra hablar de negros, pues te etiquetan de racista.
Cuidado con opinar sobre los homosexuales, sos homófobo.
Y sin decís conservador seguro herís la susceptibilidad de alguno.
Guambia con catalogar a alguien de reaccionario, de zurdo, facho o
comunista, porque corres riesgo de que te lleven a la justicia.
Nos estamos pasando de rosca con el intento de controlar los
discursos de la gente, pregonando la cancelación de transgresores.
Con esa actitud se empobrece el imprescindible debate ciudadano.
Creo que no se puede limitar ningún tipo de pensamientos.
Hay tantas opiniones como individuos y todas deben ser permitidas.
¿Quién es el dueño de la verdad para decidir que se puede decir?
A la verdad se le aproxima con la confrontación de ideas diversas.
Cualquier intento de coartar huele a censura y autoritarismo.
Y eso los orientales ya sabemos que no lo queremos ni cerca.
Alfredo García