Es muy fácil caer en demagogia políticamente correcta un 8 de marzo.
Es sencillo hablar para quedar bien con “todas” el día de la mujer.
Es cómodo hacer declaraciones grandilocuentes y declararse “feministo”.
Pero muchas veces no hay convencimiento real y es todo una impostura.
Soy un heterosexual, blanco, académico, viejo, izquierdista y de clase media
Soy casi la encarnación de todos los males patriarcales en este mundo diverso.
Y sin embargo me reconozco como una víctima más del machismo imperante.
Nací en un mundo donde el varón jugaba sólo al futbol y resulté un patadura.
Viví en una familia donde el tío homosexual era una vergüenza innombrable.
Crecí con una madre que daba cariño y un padre que debía poner los límites.
Me desarrollé a la sombra de una inteligente hermana mayor como modelo.
Escuché muchas veces decir que los hombres no lloran y deben ser fuertes.
Aprendí que los varones deciden y que las mujeres son objetos sumisos.
Enfrenté tabúes sexuales y creí que los ganadores son los verdaderos machos.
Me enseñaron que conseguir plata era mi función y que billetera mata galán.
Me inculcaron que hombres y mujeres no tienen los mismos derechos.
Me robaron la sensibilidad, la ternura y hasta la intuición que es femenina.
Me limitaron en mi paternidad y en mi derecho de criar a mis hijos pequeños.
Me dieron modelos de varones violentos, porque a golpes se aprende.
Me persuadieron de ser racional y que los sentimientos son cosas de mujeres.
Me catequizaron en que hay tres tipos de mujer: la madre, la virgen y la puta.
Tengo como muchos una pesada mochila de obsesiones y prejuicios, pero
aprendí que la única forma de ser macho es caminar junto a mujeres libres.
Alfredo García
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