La renuncia de Marcos Carámbula como posible presidente del FA
le movió la estantería a varios en la nomenclatura de la izquierda.
Ahora empiezan a surgir las especulaciones y la danza de nombres.
Pero antes del quien, habrá que analizar el cómo y el para qué.
Se plantean dos posibles opciones para celebrar la elección.
Una es a través del congreso, usada en la antigüedad frentista.
Mecanismo que fue abandonado por la presión de la gente, que
al clamor de: un frentista, un voto, logró elección a padrón abierto.
Evidentemente esto no beneficia los grandes aparatos militantes,
lo lamento por Juan y sus “bolchesboys”, pero es más democrático.
Retroceder al viejo sistema, solo propiciaría el desánimo imperante.
Y lo más importante es que función debe tener el nuevo presidente.
Sin lugar a dudas debe ser un todoterreno que recorra el país
entero y que tenga capacidad de dialogo con toda la ciudadanía.
Debe poder articular con todos los sectores partidarios al mismo
tiempo que incentivar la participación de las bases frentistas.
Ser el catalizador de equipos que elaboren estrategias y proyectos
para la imprescindible refundación del Frente Amplio del siglo XXI.
Lograr ser un interlocutor válido del gobierno y los otros partidos.
Para el rol, debería ser una persona de trayectoria política y
formación importante, porque la tarea de conducir al FA no es fácil.
No precisamos un mascarón de proa, sino un dirigente político.
Las experiencias con Brovetto, Xavier o Miranda no fueron buenas.
Descalificar a alguien por una hipotética candidatura es ridículo.
Tanto como promover a alguien por género o edad, que no son
garantía suficiente de idoneidad para el cargo en cuestión.
El presidente del Frente no es un mesías es un conductor.
Espero que no se desate el perfilismo sectorial, proponiendo
cualquier cara de loco, porque lo que está en juego es la proyección
y desarrollo del partido político más grande de nuestro país.
Reflexión, madurez y compromiso es lo que exigimos los FAsecas.
Alfredo García
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