El sábado 27 se recuerdan los 47 años del golpe de Estado.
Es mucho tiempo y han pasado y crecido muchas generaciones.
Sin ir más lejos, tenemos un presidente que nació ese mismo año.
¿Cómo encarar la historia? ¿Qué se debe destacar de ese hecho?
¿A los que no lo vivieron, le importa el quiebre democrático o lo ven
tan lejano que no les quita el sueño y menos la vista del celular?
Para los protagonistas de aquella época, tiene una importancia
fundamental y está bien que así sea, pero muchas veces nos
paramos como celosos guardianes del templo de la historia.
Y todo hecho tiene siempre varias interpretaciones muy subjetivas.
Y ahí afloran los problemas y la utilización proselitista del pasado.
¿No estamos hartos acaso de escuchar sobre el apoyo del Partido
comunista a los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas?
¿Y de la connivencia de los partidos tradicionales con los golpistas?
Intentar ponerse los galardones de haber sido el mayor opositor a
la dictadura desmereciendo al adversario es faltar a la verdad.
Sacar rédito político actual sobre la resistencia es muy mezquino.
Recuerdo que tuve en mis manos el volante mimeografiado que
traía la Declaración conjunta del Frente amplio y el Partido Nacional
del 5/7/1973 que terminaba con la consigna: ¡Abajo la Dictadura!
Quitarle méritos a Wilson o a Seregni es traicionar la historia.
En tiempos donde asoman sus diestras garras los tiranosaurios y
sus zarpas siniestras los brontosaurios, no ensuciemos la cancha.
Cada sector tiene mártires, víctimas y héroes, pero en la lucha por
la libertad no se pedía nombre ni seña, todos eran compañeros.
Retomar ese espíritu de concertación nos haría falta.
No podemos permitir que el interés partidario nos haga olvidar que
el Toba y Zelmar murieron juntos por una justa causa compartida.
Podré pecar de lirismo, pero no me cabe ninguna duda que frente a
una amenaza institucional, nos encontraremos todos juntos en la
misma trinchera, desde Connie Hughes hasta el Boca Andrade.
Porque entre la democracia y el autoritarismo por suerte, hay una
gruesa línea roja que nos separa a los republicanos de los otros.
Alfredo García
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