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Educación en tiempos de COVID por Juan Pedro Mir

Educación en tiempos de COVID  por Juan Pedro Mir
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Nuestro sistema educativo (como casi todos ellos en el mundo) tiende a reproducir la estructura social en que se encuentra. Se puede decir, y así lo demuestran todos los informes de evaluaciones nacionales e internacionales, que de acuerdo al hogar donde el niño nazca, se puede anticipar el desarrollo de su escolaridad.

Es una realidad dolorosa para un país que ha crecido bajo el imaginario de la escuela integradora y republicana. Sin duda lo fue, pero dentro de los límites que el origen social marca.

Si hasta antes del 13 de marzo de este año, nuestro sistema educativo era desigual y mantenía casi cerrados los circuitos culturales de los niños de acuerdo al territorio donde habitan las familias, podemos decir que hoy esa realidad se ha visto sustancialmente agravada.

El corte de las clases presenciales y en la actualidad, el desarrollo de propuestas que fragmentan la asistencia, es un golpe en el espinazo a la educación inicial, escolar y secundaria.

Si bien se conocen algunos datos referidos al notable incremento del uso de las plataformas digitales, falta conocer hoy el porcentaje de vinculación de niños y jóvenes a la asistencia regular en los días pautados y su relación con la situación socioeconómica de sus hogares.

Algunos datos informales, recogidos casuísticamente, nos dan a entender que mientras en las familias socialmente integradas al circuito laboral y social, la asistencia es casi regular, en zonas de exclusión socioeconómica, es menor al 50%, llegando en educación inicial, a rondar el 30%.

Estos datos primarios serían fundamentales de sistematizar, tomando en cuenta la complejidad que hoy existe y que casi seguramente se mantendrá en el 2021.

El panorama europeo, donde hoy están comenzando las clases, nos dice del mantenimiento del distanciamiento, de la necesidad de más metros cuadrados para cada niño en salones y patios y de las dificultades logísticas para mantener la asistencia.

Uruguay corre con 6 meses de ventaja con respecto al hemisferio norte. Podemos y debemos prepararnos en varios frentes.

Primero, evaluando cualitativa y cuantitativamente cómo evoluciona la asistencia y los aprendizajes en esta nueva situación.

Luego, preparando un calendario escolar que prevea períodos de dos meses de asistencia, que sean la estructura curricular para fijar metas y contenidos a abordar.

Finalmente es fundamental que en cada institución se cuente con los recursos humanos necesarios para atender a los grupos de niños y jóvenes que deben retomar su asistencia semanal regular. Para ello, con imaginación podemos construir formatos donde a la presencia de maestros y profesores, se sume personal técnico preparado y además, estudiantes avanzados de formación docente que pueden trabajar directamente con sus estudiantes a la vez que hacen su práctica profesional en servicio.

Junto a esto sería fantástico llamar a toda la sociedad civil para que en cada espacio que haya disponible, se generen aulas y metros cuadrados para la educación. Es imposible multiplicar por tres o por dos, los metros cuadrados de los edificios escolares. Pero el punto es que a una escuela no la hace solamente un edificio. Una escuela, un liceo, un jardín, es un espacio donde un docente se encuentra con sus estudiantes, en el abrazo de la comunidad, para compartir un proceso de aprendizajes y cuidados. Hay escuela atrás de un escudo y una bandera. Pero también puede haber escuela en un club barrial, en el salón de una cooperativa, en cualquier espacio de calidad ambiental y humana donde se dé la oportunidad del irrepetible encuentro de la enseñanza y el aprendizaje.

Cuando los recursos escasean, la inventiva y el compromiso popular y social, es la mejor herramienta de la educación pública. Ésta revive cuando el pueblo la abraza, la hace suya y multiplica su compromiso.

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