La inmensa mayoría de los estadounidenses censuran la conducta del derrotado presidente Donald Trump y confían en que las cosas, después que se le pase la rabieta, se encausen. De hecho, algunas han comenzado a encausarse. En definitiva, no se trata de otra cosa que de una mala experiencia por la que muchas, sino todas, las sociedades han pasado. Con esta mirada, prescinden de analizar el real estado de las cosas, de los conos oscuros de autoritarismos, incluso nazifascistas y de supremacistas (nombre elegante y amoral de los despreciables racistas, que de ellos se trata y no de otra cosa), de la mentira como instrumento/arma política cotidiana… asumiendo que con Biden, un tranquilo hombre del establishment, un político estable, previsible, ajeno a la improvisación y la audacia, y sobre todo, un sensato de Washington. Los primeros anuncios de designaciones van convergentemente en esa línea.
Con el correr de los días, la paciencia del establishment de Washington, de los más importantes tomadores de decisión de los distintos estadíos del mundo empresarial y político, van dando muestras de cierto hartazgo. Y es que esto de convertir a Estados Unidos en “una república bananera” no cae bien, y tampoco refleja la realidad de un sistema complejo en su articulación, de alta concentración de tensiones, construido bajo ciertas premisas generalmente aceptadas, con gran carga simbólica y muchísimos códigos. Aun cuando en los sesenta esas tensiones se corrigieron a fuerza de asesinatos políticos (como los de los hermanos Kennedy, John (1963) y Robert (1968), los líderes del movimiento de derechos civiles Malcom X (1965) y Martin Luther King (1968)).
A lo largo de la historia, los Estados Unidos debieron enfrentar situaciones dramáticas relacionadas a la figura residencial. En ocho ocasiones murieron presidentes en funciones y cuatro veces a causa de asesinatos. Asesinado en funciones fue Abraham Lincoln, en abril de 1865. El mismo Lincoln que impulsó a un nuevo tiempo, al fortalecer el gobierno federal y modernizar la economía. Fue la enmienda 13 de la Constitución en el año 1865 la que establece la abolición de la esclavitud en todo el ámbito de la unión, pero la vida real fue más compleja y las secuelas de aquel racismo persisten estructuralmente hasta hoy. Hasta allí llegan las raíces del racismo que queda en evidencia con el asesinato de George Floyd en Atlanta. Los otros presidentes asesinados fueron James Garfield (1881), William Mc Kinley (1901) y JFK (1963). En todos los casos, siempre asumieron los vicepresidentes.
La institucionalidad en riesgo
Una de las columnistas referentes del New Yorker, Masha Gessen, tituló su última columna de opinión de manera terminante: “La etapa golpista de la presidencia de Donald Trump”. Para esta periodista rusa radicada en New York desde 2013, Estados Unidos necesita “un ajuste de cuentas con la era Trump”. Y desde su punto de vista, Joe Biden es consciente de ello. En su primer discurso como presidente electo, el demócrata fue claro: “la mayoría de los estadounidenses optaron por organizar las fuerzas de la decencia y las fuerzas de la justicia”. Y prometió “restaurar el alma de los Estados Unidos”.
Ned Staebler, un empresario de Michigan, respondió categóricamente los twiters desestabilizadores de DT: “la mancha de Trump, la mancha del racismo, te seguirá a lo largo de la historia. En menos de tres horas, tuvo dos millones y medio de visitas.
Es una ironía de estos tiempos, pero la herramienta desestabilizadora de Trump, las redes sociales, fueron las que le plantaron bandera. Por allí millones de espontáneos mensajes hicieron sentir su hartazgo y reclamaron a los funcionarios públicos, a los jueces, y a los miembros del sistema político dignidad y resolución para acabar con “este payaso”.
Una a una las redes de presión de DT se deshilacharon. Pocos, e impresentables, son los que quedan junto a Trump. Como Rudolph Guliani, un impostor de méritos ajenos. Ahora, incluso CNN le ha cerrado sus puertas y su pantalla se completa con editoriales hirientes contra el mismo presidente que antes disponía de espacios a su antojo. Steve Schwarzman, amigo y asesor, ha reconocido explícitamente que Joe Biden es el ganador de las elecciones, por tanto, presidente electo, de unas elecciones limpias. Esta inestabilidad costará billones de dólares, pero quedarán invisibilizados. Es lo que pudo ser y no ha sido o no fue. Pero no caben en un balance de resultados. Sí en el accountability, en la rendición de cuentas.
EE.UU. en ebullición
Resuelta la dicotomía democracia-autoritarismo, empiezan a procesarse varios debates, reproches y ajustes de cuentas, todos concomitantemente. Las circunstancias que llevan al gobierno a JB obligaron a las diferentes corrientes y liderazgos demócratas a suspender (momentáneamente) sus duros cruces. Pero las distancias entre el “centrismo conservador” y el espacio que han ido abriendo Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez es muy grande. Y está el surco que ha dejado Barack, cuyo peso en el electorado de centroizquierda es muy fuerte. BS y AOC han ganado terreno en las juventudes universitarias y en los activistas sindicales y sociales. Autodefinidos progresistas y socialistas, es miembro de Socialistas Democráticos de América. Pero hay otras posiciones, como por ejemplo, la de Elizabeth Warren, con muchas posiciones similares a las de Bernie. Pero los centristas recriminan a JB haber cedido a los radicales (o sea, a la izquierda del partido, a BS, a AOC), y que, por ello, cayeron en las encuestas y la victoria se hizo trabajosa y débil desde el punto de vista parlamentario. Ello a pesar del apoyo de Barack a su exvice, al que impulsó cuidando no opacar. Los republicanos están desolados y enojados. Con una fuerza legislativa extrema, se enfrenta a una fragmentación que debilitará el accionar coordinado. Con ello cuentan los demócratas y coinciden los analistas. Ya casi ninguno quiere ser recordado como amigo de DT, pero el discurso político no fue derrotado sino un personaje simbolizó lo peor del lado oscuro de la conciencia supremacista a la que sumó arrogancia y otras muchas insensateces y actitudes unánimemente repudiadas.
Estados Unidos está en debate. La utopía de los padres fundadores, inexistente y cautivadora, se ha agotado. Hay una sociedad en busca de una nueva identidad, de una nueva aspiración colectiva. En 2019 asistí en Washington a un debate muy parecido a un sincericidio: “Is American Global Leadership in Decline? ¿Es Estados Unidos una potencia en declive?”. Un “trumpista”, Michael Anton (former deputy National Security Advisor), y Neera Tanden, presidenta del Center for American Progress.
El tema está instalado porque es parte del debate central. La cuestión ya no es Trump si – Trump no. Lo central es lo que viene después. Ya no está la utopía de los padres fundadores. Los hijos de los desplazados de ayer ya no aceptan más esa discriminación. Ni tampoco la falta de derechos como el acceso a la salud, a educación de calidad, a una vida digna. Pero la ultraderecha antidemocrática, más allá del oportunista de Trump, está más organizada y desafiante. No está dispuesta a hacer concesiones. Y saben, aunque aún sea poderoso, el imperio está en declive.
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