Si se piensa que el cambio de autoridades en Estados Unidos (EEUU) nos traerá mejoras, eso es francamente ilusorio: el país de América del Norte seguirá esquilmando -aplicando la máxima monroísta de “América para los americanos”- y dando directrices desde su condición rectora e imperial.
Consecuencia de la cobertura mediática sobre los hechos del 6 de enero, se dieron expresiones locales y mundiales que denunciaron el socavamiento de la democracia made in USA cuando bandas neofascistas republicanas asaltaron la sede legislativa. Las expresiones de estupor derivaron en apoyo esperanzado hacia Joseph Biden -como componedor capaz de restablecer la “normalidad”- e hicieron recordar antecedentes de la campaña de Donald Trump, en la cual afirmó que si ganaba todo seguiría igual, pero si perdía sería por un fraude de los demócratas, con lo cual bocabajeaba las bases sobre las que se asienta EEUU. Fue cuestionado por ese “todo o nada” o “gano y si no rompo todo”.
Lo de la toma del Capitolio por las turbas conservadoras segregacionistas estuvo agravada por la “bendición” presidencial que les sumó gente de sectores policiales; militares y representantes republicanos; en general, sorprendió pero no pasó a mayores. Eso no hace nacer anticuerpos que impidan mañana a sectores demócratas, igualmente ultraderechistas racistas como algunos republicanos, hacer y expresar algo con trasfondo similar.
El capitalismo en general y el imperialismo en particular atraviesan desde hace más de una década momentos de crisis políticas y económicas -además de las disputas intrasectoriales y los competidores- que suponen trastocamientos de las actuales reglas de juego y obligan a sectores a alianzas insospechadas con fuerzas, en particular, de corte faccioso.
La sucesión encadenada, duradera y descompuesta de las economías de los últimos tiempos en EEUU y naciones centrales del capitalismo no nos llevan a sospechar que sea algo definitivo, terminal, ni tampoco temporal, aunque la casi supervivencia de nuestra especie se regirá de forma distinta a la manera actual; o sea, no podemos aceptar pronósticos ni adivinanzas de los que de todo acusan a la pandemia de Covid, a las caídas de los mercados y al decaimiento general de la producción, mientras piensan en un regreso a la “normalidad”; tampoco tenemos elementos que sostengan que se trata de algo mayor y mejor para lo que debemos prepararnos participando de los estertores del sistema.
Antony Blinken –veterano halcón sustituto de Mike Pompeo- adelantó parte de la igualdad entre ambos partidos representados por Trump y Biden, mandatarios de estilos diferentes y de cuño político similar. Según él, los promotores del terrorismo o como le vayan a llamar próximamente, seguirán siendo China, Rusia, Irán, Siria y Corea del Norte (en América Latina, Cuba y los que se agreguen) mientras que de acuerdo con el pasado -declaró el secretario- si se ordenó y adoptó a Juan Guaidó como detentador del ejecutivo de Venezuela, la administración Biden continuará con dicha parodia mientras Maduro y Cabello mantendrán cierta indolencia ante los ataques a Chávez, sus ideas y propuestas de intención revolucionaria.
El anciano presidente -que desde la comisión de defensa del Senado apoyó a los intervencionistas mandamases del ejecutivo de EEUU- tiene diversas tareas que heredó de la administración saliente, según lo cual, habrá casos en que continuará con idéntico curso y en otros contemplará variantes. Coincido en el tema -no podría ser de otra forma- con lo expuesto el 15 de enero pasado por Michael T. Klare, donde destaca el contencioso con China -preeminente en el escenario- seguido por la pandemia, el mal estado de la economía local y el cerco económico a Rusia, que también es militar al ocupar el desaparecido Pacto de Varsovia (liderado por la URSS). Contra China y Rusia dio inicio la guerra fría II.
Biden reinsertará al país en los Acuerdos de París sobre cambio climático -al igual que con la OMS- no reconvendrá a nadie en su OTAN, expresará respetos por Alemania, Francia, Merkel y Macron, extendiéndolos a Ursula von der Leyen y la Unión Europea. Aprovechará para alabar la democracia italiana -pese a que ese país firmó un acuerdo para la Ruta de la Seda hacia Europa occidental que fortalece a ambas partes competidoras de los estadunidenses- en tanto calcula qué hacer con los británicos, la firma de un eventual TLC que compense el brexit con los 27 competidores y repasa el comportamiento de Boris Johnson (sospechoso por el grupo del presidente y este mismo de trumpista encubierto). Todo apunta a que intentará retomar el liderazgo internacional sobre sus socios, algo que varios cuestionan.
Luego, en 2022 y años siguientes, se ocupará de lo demás (ahora hará algún retoque, atenderá las migraciones, se informará de las elecciones en Chile y Perú): si no ocurre nada “llamativo” en la periferia latina esta quedará, como siempre, para después.
El derrotado Trump se fue llevando una serie de acusaciones (la sección 3 de la Constitución podría impedirle ser electo), amenazando crear otro partido (algo como George Wallace con los demócratas). El tema de un nuevo intento de impeachment tomó cuerpo entre los demócratas y Nancy Pelosi no dudó y le dio trámite: sabía que tras las elecciones no sobrevendrían problemas porque con el pasar de los años y la desmemoria pública no produciría nada contra la normativa del país en 2024. En pocas palabras: no se trataba del caso de tentativa de enjuiciamiento contra Clinton por sus deslices con una becaria antes de unos comicios y que, de haber prosperado su expulsión hubiese degradado más el sistema, poniendo a la Casa Blanca por los suelos, como ocurrió en el caso Nixon.
Los republicanos, en tanto, pueden hasta llegar a aceptar perder elecciones si Trump cumple y funda otro partido: podrán exhibir que nada tienen que ver con un anciano ridículo de 78 años, sus malos modales y los exabruptos: para eso sólo deberá estar vivo el martes 5 de noviembre de 2024.
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