El discurso oficial, por lo general, trata los temas con un estilo muy particular, hay que prestar atención para seguirle el hilo. La izquierda, quizás en la búsqueda de una nueva ideología fácil de interpretar, ha construido su discurso en torno a un metalenguaje, donde lo que se quiere decir no es exactamente lo que se está escuchando. No es que el discurso disfrace una mentira en construcción, es el enredo lo que confunde, los meandros de un pensamiento que escapó de lo lineal y no sabe para donde agarrar sin que se le note el despiste. Uno puede escuchar largos minutos de exposición sin saber de qué se está hablando. Hay significados que parecen obvios, a veces el uso de una palabra extraña al contexto te saca del contexto y te devuelve más adelante dejándote la duda de ser un desinformado total, o un nabo.
Allá por la década del 80, a través de la 30, Astori hablaba del FMI con la misma parsimonia y profesionalismo que hoy, cuando dice lo contrario. En medio de todo, pasaron treinta años. Cayó el muro de Berlín, la Unión Soviética, cayó Carlos –el Chacal-, desapareció Yugoslavia, y Astori mantiene la misma convicción en sí mismo. Habla para un público cautivo, que, seguramente, no tiene idea de la calificación de los bonos, ni de las aseguradoras de riesgo, ni si el negocio con China es bueno o tóxico, para un país de tres millones. Uno escucha la letanía con la misma parsimonia y empeño de aquellos años y se pregunta qué está diciendo este hombre.
Un viejo tupamaro se vuelve el líder espiritual de buena parte de la humanidad por el hecho de vivir en la casa que pudo comprar, en una pequeña chacra, y mantenerse allí, hasta después de haber atravesado por la Presidencia de este país. Sus palabras caen como un fino polvo dorado sobre la tierra sedienta. Tanto un taxista de Buenos Aires como un hombre de negocios de España te van a hablar de ese hombre cojonudo, del que tanto tendrían que aprender sus políticos. ¿Qué ha dicho en su peregrinar por los foros? Más o menos lo mismo que Astori. Es magia pura, es lo que éramos, pero después de atravesar por Onetti y la dictadura militar.
¿Qué dijo Onetti? Allá por setiembre de 1939, pocos meses después de que Carlos Quijano fundara Marcha, Onetti publicó una nota pequeña en el semanario, donde condenaba duramente a la Unión Soviética por haber invadido Polonia, también invadida por los nazis. Eso no cayó bien a nuestros comunistas, como tampoco les cayó bien la posición de la FEUU tras la invasión soviética de Checoslovaquia. Cosas bastante pesadas, que unos defendieron hasta por un sentido ético de la política, y otros defendieron por una fe ciega en que los invasores tenían una finalidad generosa para con el proletariado mundial.
Alfredo Buxán, un excelente poeta español del post franquismo, escribió un poema que, luego, daría nombre a su libro: “Acumulada, numerosa herrumbre”. Buxán no habla de los nazis, ni del franquismo, ni de los chicos malos, ni del capitalismo. La poesía de Buxán nació en Madrid pero con la fuerte impronta familiar gallega, de un pequeño pueblo llamado Corcubión, casi al fin del mundo. Son lugares ariscos, de pocas palabras, y donde cada palabra significa algo. Pero a fuerza de dureza, de privación, el gallego aprendió a manejar ese vocabulario como un orfebre el metal duro. Ante un gallego vale más escuchar sus silencios que sus sonidos.
Los uruguayos tenemos mucho de gallegos, también de avispados calabreses, o de desconfiados polacos. Este país se hizo de a pedazos. Quedó tan bien zurcido que ni se le notan las costuras. Nunca hubo algo parecido a lo que sucedió en Europa, ningún brote de xenofobia pasó de algún mote o sobrenombre. El único enfrentamiento dramático lo provocamos entre todos los descendientes de las distantes etnias uruguayas, subyacentes bajo el color celeste. Tan absurdo como el “como te digo una cosa te digo la otra”. Esa pelea, por la que corrió sangre, fue contra la democracia, imperfecta, claro; vacilante, también. Era la que habían construido nuestros ancestros, que fueron buenos vecinos entre sí, y compartieron bancos en la escuela, y entre los suplentes de los numerosos clubes de fútbol, fundados por sus propias familias. Duele escuchar el rencor que repite las palabras previas a los primeros asaltos a las armerías, a la preparación de acciones para matar, cuando la pena de muerte había sido abolida, en este país, a comienzos del siglo XX. Duele en los oídos ese palabrerío sucio que no respeta lo que representa el adversario. Cuando se afirma que los niños, antes, comían pasto para matar el hambre, y se generaliza, se está mintiendo de forma deliberada, con un fin mezquino, indigno de un país generoso.
La memoria se pierde, y sobre esa herrumbre acumulada se intenta construir otra realidad. Una realidad funcional a la ambición de gobernar a cualquier precio. Se parece mucho al muro de Trump, que no será realidad, y más pronto que tarde acabará en el suelo. La falta de tolerancia y respeto sólo puede traer, como consecuencia, una mayor pérdida de confianza en la democracia. A lo largo del siglo XX nunca se había producido una polarización tan grande que diera lugar a la creación de un partido militar. Hubo sectores militares afines a unos u otros partidos políticos. Seregni fue un ejemplo de esa fragmentación civil y militar, Aguerrondo, Gestido, pero hoy estamos ante un fenómeno nuevo, que creció mientras pestañeábamos. No va a dejar de crecer hasta que la madurez aconseje a quienes no acaban de entender que cuando se dan muestras de ironía y se fanfarronea con lo bien que la hemos hecho, se está insultando a una parte de los ciudadanos que tienen una opinión distinta, y que tienen derecho a tener su opinión distinta.
Pecar de soberbios puede ser el peor pecado, porque lo peor puede venir después.
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