Respeto, dialogo, y consenso.
Tres palabras demasiado sobrevaloradas.
Nuestro actual sistema político hace un entusiasta hincapié en el civismo que denotan dos oponentes políticos hablando de manera mesurada.
Aparentemente, la barbarie del mal tono espanta mucho más a nuestros encumbrados demócratas, que los motivos del disenso.
No importa que el tema en cuestión sea la elevación de la edad jubilatoria o la alimentación escolar, lo importante es que esa conversación sea sostenida con palabras suaves que no hieran la sensibilidad del oponente. Calificativos como neoliberal, derecha y explotación deben ser reemplazadas por eufemismos como gobernanza, consenso y variados potenciales como “parece” y “tal vez”.
Actuamos como si el motivo de ese disenso fuera una cuestión de meras opiniones personales, simples diferencias de visión sobre temas menores acerca de los cuales pudiera haber variedad de puntos de vista y opciones.
Todo muy de salón sino fuera que el motivo del disenso es y sigue siendo la vieja y conocida lucha de clases.
Y ese es el problema: hay un Uruguay que quisiera poder abandonar esa discusión en el medio del bosque y que los pájaros se coman las migas para que ya nunca encuentre el camino de regreso a casa.
Pero la discusión siempre encontrará el camino mientras sigan existiendo los motivos que la despertaron: en principio la desigualdad (esa que crea el hambre que hace doler el estomago y no deja dormir).
Claro, durante los quince años de gobierno progresista del Frente Amplio esa desigualdad se aplacó a fuerza de políticas sociales y los estómagos volvieron a dormir. Pero la raíz del problema no fue tocada y tan pronto como cambió el signo, del gobierno, el recién llegado rompió, con pasmosa facilidad, las frágiles barreras de contención creadas por el anterior, y las desigualdades y los privilegios volvieron con toda su antigua fuerza.
Gran paréntesis necesario
Lo de antigua no es antojadizo, claro. La raíz del problema es el viejo y conocido capitalismo, destilado durante el siglo XX hasta lograr su más refinado producto: el neoliberalismo; con la diferencia que en el siglo XXI en vez de venir en formato chaleco y reloj de oro, viene con chupines, practica deportes y vida sana y hace gala de una ferocidad que parecía olvidada.
Para la destilación se tomaron su tiempo –porque tiempo y dinero les sobra-, y llegaron a la conclusión de que para recuperar el terreno perdido después de la obligada perdida de privilegios que supusieron las ocho horas, había que disfrazarse. Ya no convenía tener una gran flota de esclavos para amasar fortuna porque la esclavitud estaba mal vista, ya no resultaba mandar el ejército para controlar a toda una nación porque había que ser democrático, y así con todo. El siglo de la manipulación mediática comenzaba y los recursos de los poderes hegemónicos se pusieron a trabajar en perfeccionarla. Al decir de Capusotto, “el mal se hace el boludo, no se presenta como mal”.
Y tantos esfuerzos y recursos dieron sus frutos. Tanta escuela de Chicago financiada aquí y acullá produjeron cambios profundos y el refinamiento del mal llegó a los sistemas financieros, que vieron crecer sus posibilidades casi al infinito con la era de las desregulaciones. El poder mediático se esmeró, pasando de las viejas fake news de siempre -tan bien expuestas por Humberto Eco en “El cementerio de Praga”, a éste presente de redes omnipresentes que logra proezas como que en plena pandemia las poblaciones de riesgo de todo el mundo salgan a la calle para protestar contra un virus inoculado por chinos y Bill Gates a la vez. El pueblo norteamericano lleva tanto tiempo y tanta carga viral de éste tipo de manipulación que es absolutamente sorprendente que un movimiento como Black Lives Matter haya logrado siquiera asomar. Hay esperanza.
Back to the future
También el Uruguay de hoy, con su sobrevaloración del consenso es producto de esa vieja rencilla y su, no tan vieja, re-solución. En los ’90, cuando sobrevino el fin de la historia, si queríamos evitar el escarnio y la ignominia de ser de izquierda teníamos que modernizarnos. Aprendimos que la lucha de clases ya no existía y que los que insistían en ella estaban perimidos o eran unos viejos crispados (y nadie quería ser el viejo crispado) así que, sin abandonar los bellos ideales, aprendimos a aggiornarlos, agregándoles un poco de management, algo de pragmatismo y mucho de escepticismo. Fue como si millones de aviones nazis hubieran sobrevolado los cielos de Londres panfleteando la derrota. Nos quebraron, no lo notamos inmediatamente, pero nos quebraron.
Y así, quebrados, aceptamos que el problema de la vida eran los políticos corruptos y no el poder real que gobernaba a través de ellos.
La política, era mala, sucia y fea y sólo contábamos con los mercados para salvarnos.
Desde entonces nos dejamos correr con todo: que alimentamos vagos, que confundimos presos políticos con presos comunes y que por eso no podemos gestionar la seguridad (no que buscamos humanidad en cada acto), con el narcotráfico, con los problemas familiares, con la educación, incluso con los logros, que presentan como fracasos, nos corren.
Mientras tanto las riquezas de los ricos uruguayos crecieron, y las de los ricos extranjeros en el Uruguay mucho más. Las filiales sojeras extranjeras en el Uruguay siguen siendo la puerta regional de esas multinacionales para evadir en sus países de origen. El sistema financiero recibió como una propina la obligatoriedad de bancarización porque su fuerte siguió estando en las fortunas que le depara un sistema previsional privado que exprime a la población dejándola cada mes con el agua justo a ras del cuello (lo justo y necesario como para que siga a flote y trabajando). Y nosotros quebrados ideológicamente no le pudimos explicar a esa población de dónde venía el mazazo, cómo se escurría su trabajo, su porción del PBI, sus impuestos –virtuosos a la hora de subsidiar el agro pero nada virtuoso cuando va al rescate de los más vulnerables. Y dejamos que la explicación la hicieran los medios, en nuestra contra. Y porque ahí donde hay un renunciamiento también hay una conquista, cada paso atrás que dimos, fue un paso adelante del poder real. Cada concesión desde la izquierda corrió el eje de la disputa un poco más hacia la derecha. Como resultado, seguimos pagando como izquierda fea, sucia y mala, reivindicaciones apenas socialdemócratas, mientras que en la derecha “centrada” proliferan Mileis, neonazis y los partidos militares.
No nos une el amor
La unidad dejo de ser medio para convertirse en objetivo y, así configurada, transformarse en kriptonita. Si la discusión política es acallada y las diferencias alisadas a fuerza de cargos las posibilidades de subsanar errores, de corregir rumbos y de minimizar infiltraciones se reducen sustancialmente. Sin hacer política, la herramienta política, se oxida y finalmente se rompe. Dicho más claramente, la amenaza de la unidad no está en la discusión sino en el consenso acrítico.
Y más claramente aún: una fuerza política, que se plantee la defensa de los más desprotegidos, pero niegue para ello el ejercicio de la política es más que un sinsentido, es un suicidio en masa.
En los últimos días, entre tantos homenajes al compañero Tabaré, reapareció un viejo video en el que el entonces intendente de Montevideo contaba su decisión de donar su sueldo de intendente, poniendo esa acción como prueba incontrastable de que “no todos los políticos son iguales”. Tal vez, si lo analizamos en el contexto de la época, en medio de la crisis de la región y el reclamo de “que se vayan todos” podríamos decir que se trataba de una jugada estratégica para captar los votos de esa masa despolitizada, desconcertada y necesitada de señales. Pero continuar, veinte años después, destacando ese gesto como lo distintivo, insistiendo en resolver los problemas del país con una cantidad de políticos donando su sueldo, solo sirve para confundir y desviar la atención de la verdadera raíz del problema: la explotación e injusta distribución de la riqueza.
Desviación tan perniciosa como entretenerse en la auto felicitación de los modales democráticos y el diálogo civilizado, entre los perpetradores de políticas criminales de ajuste y hambre y sus víctimas –como se felicita al esclavo bueno y obediente- en vez de tomar conciencia del peligro, poner sobre aviso a esa mismas víctimas y cumplir así con los mandatos tanto tácitos como explícitos que la mitad de la población encomendó.
Es hora de marcar con guijarros el sendero y reemprender el camino para volver al amor y nunca más al espanto.
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