De unos años a la fecha se afirma que la globalización está irremediablemente destinada a desaparecer o -en versión más moderada- a adoptar formas distintas a como la conocemos. Sobre la base de un estudio publicado por el Credit Suisse Group AG se indica en los despachos de una agencia rusa que la globalización fue una fuerza poderosa que modificó economías y sociedades, pero que desaparecerá. Sobre las relaciones humanas recuerda que el estudio afirma que «todavía estamos lejos de una esfera digital verdaderamente globalizada” y adelanta algo que vivimos en estos días: “Los países pueden optar por aumentar las barreras comerciales mediante aranceles”.
Especula con que una eventual reducción en el comercio internacional podría resultar en un benéfico cambio climático atenuado, con consecuencias menos catastróficas. Sin embargo, dirige su atención a que la robótica destinada a lo militar derivaría en insospechados impulsos a los países para resolver bélicamente algunos conflictos o involucrarse en ellos. Agrega que el espionaje electrónico -acción en boga desde hace más de medio siglo- impulsaría desarrollos nacionales de nuevas redes, que al estar acotadas según sus perspectivas ideológicas, económicas, idiomáticas, defensivas, religiosas y de usos y costumbres, restarían independencia a los usuarios.
Por otra parte, se menciona como dato complementario que la estadunidense Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER por sus siglas en inglés) sostiene que la extinción del cuarto de siglo de globalización “podría conducir al aumento de la pobreza y conflictos civiles”: esto puede estar relacionado con la lectura del informe de la ONU que subraya que en el último quinquenio el mundo se aproximaba a los 850 millones de humanos desnutridos.
En lo que sí coincidimos algunos es que existe un cambio y que del deceso de la globalización no podemos extender puntualmente el acta de defunción, cosa que otros hacen a partir del triunfo en Estados Unidos de Donald Trump, la aprobación del Brexit en el Reino Unido o atribuyen la paternidad de final del ciclo a ambas cosas. También podemos afirmar que el análisis de este tiempo determina que la globalización dio relevante libertad al capital financiero y al comercio internacional, al tiempo que levantó barreras a los desplazamientos de personas: Schengen permitió la circulación dentro de su territorio pero sus fronteras se erigieron para impedir el ingreso de otros.
Sin tratar de determinar desde cuándo las reglas del capitalismo y el mercado empezaron a cambiar, debe reconocerse que las variaciones habidas y sus incertidumbres -en 2016, freno del crecimiento de Estados Unidos y anuncio de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea- produjeron junto con la proclamación de nuevos proteccionismos, sobresalto y casos de alarma. A la crisis no superada de 2008, se sumó que en la periferia se verificaba una amplia recesión, donde la economía brasileña caía un 3.3% y se reducìa la proyección de crecimiento mexicana.
Esta situación inició la etapa de una transición en la que los flujos de capitales y el comercio internacional dejaron de tener un papel relevante y hasta el FMI debió reconocer que un país cada vez más integrado a la globalización recibía ganancias menores. El vicepresidente del Banco de Grecia, Iannis Mourmouras, lo visualizaba en estos términos: «La economía mundial ha entrado en una nueva era conocida como ‘post-globalización’», y agregaba que esta nueva época se caracterizaría por corrientes migratorias amplias, desigualdad creciente de ingresos, creación segmentada de población dentro de un mismo país y paro elevado en países desarrollados. Luego, atenuando el discurso, declaró que «esto no es el fin de la globalización ni una desglobalización, es un nuevo tipo de globalización con otros centros regionales que empezarán a ocupar sus lugares en un renovado orden global multilateral. El cambio hacia un mundo multipolar con esferas regionales fuertes implica una reducción del papel de la globalización». Al parecer pensaba en el crecimiento de China, las posibilidades de India, Rusia, Sudáfrica (despejando de BRICS al Brasil del futuro) y posiblemente Irán, que justifican su mención a una multipolaridad.
Trump dispuso el plan proteccionista -que afecta a un sinfín de países, de lo cual la renegociación del Tlcan o Nafta es sólo una muestra- y tras la salida del Tratado Trans Pacífico arremetió contra Pekín en julio y agosto y subió los aranceles de importación a mil 579 productos chinos lo que significa 50 mil millones de dólares. Le respondieron desde Pekín con una retaliación equivalente.
Me doy una idea más cercana acerca de qué economía mundial intenta implantar el imperialismo: es una que procura reducir los costos de las materias primas de las naciones periféricas y con abundante mano de obra barata que sobrexplotar por las trasnacionales para extraer una cuota extraordinaria de plusvalía. Así, se provoca que los países con más baja productividad del trabajo, obtienen tasas de ganancia mayores que los de más alta productividad. Y ya que este año se evoca el 200 aniversario de su nacimiento, invocamos a Carlos Marx, que en El Capital define la tasa de ganancia en el capitalismo como la principal ley de la economía política. Es así que al darse al mismo tiempo, por la competencia, una tendencia a la igualación de la tasa de ganancia entre los distintos sectores, nos explicamos que se produce una transferencia de ésta obtenida en los países del sur, hacia los del norte. Por tanto, concluimos que la llamada “locura de Trump” es simplemente racionalidad del imperialismo y la “guerra comercial” no es otra cosa que la necesidad de superar los límites en que se halla en el sistema.
En el contexto del Mercosur, éste parece haber quedado acomodado para su regreso a los inicios de simple tratado comercial, que podrán vincular con la Alianza del Pacífico y negociar -quizá- su adhesión al mercado estadunidense o al europeo comunitario.
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