En las últimas semanas hemos asistido a un intercambio incivilizado y mezquino, por decir lo menos, a propósito del resultado expresado en las elecciones nacionales de nuestro país. No pocos ciudadanos y dirigentes han expuesto su encono y endurecido las acusaciones hacia sus adversarios. No apelaré a las irregularidades consumadas en Ancap, ASSE, PLUNA o FONDES, ni a casos de corrupción (luego señalados por Danilo Astori y Mario Bergara), ni a la entrega de soberanía a las pasteras finlandesas, ni al incremento de la deuda externa, ni a las personas durmiendo en la calle con “el derecho adquirido a dormir donde quieran” (según declaraciones de Fabiana Goyeneche), ni a las inversiones ruinosas como la regasificadora o los ilícitos llevados adelante por Michelle Suárez y Daniel Placeres, entre otros, para demostrar las intenciones ocultas en los pliegues de una parte de “la izquierda” uruguaya y requeridas por los disidentes como argumentos para no votar al Frente Amplio. A decir verdad, nada de lo anterior me preocupa tanto (ya estábamos acostumbrados al nepotismo y a la malversación de cifras durante los gobiernos precedentes) comparado con el odio que se ha instalado entre compatriotas como consecuencia de un relato dogmático y populista.
En Uruguay exigimos, como corresponde, que no vuelvan “nunca más” los militares, pero en Venezuela “no hay que ponerse delante de las tanquetas”, como decía José Mujica. Y esto es así para individuos que evalúan a los cadáveres, las manos de los tiranos manchadas de sangre, el verde oliva de los uniformes y los activistas encarcelados, según se dispongan en el pentagrama ideológico. En el discurso progresista latinoamericano, la muerte de un joven asesinado por el régimen de Maduro tiene menos valor que las explicaciones buenistas, al tiempo que se hacen marchas por el crimen de Santiago Maldonado o se denuncian (de forma acertada) los atropellos perpetrados por la milicia chilena. La persecución de la dictadura nicaragüense a sus ciudadanos es menos grave que los desbordes de Bolsonaro…
De la invocación a la paz, a la fragmentación
“Ni una sola palabra negativa, ni una sola consigna negativa. Fuimos, somos y seremos una fuerza constructora, obreros de la construcción de la Patria del futuro. (…) Antes que ustedes se retiren, quiero decirles una cosa, la gran preocupación de este momento, para poder transitar efectivamente los caminos a la recuperación de la democracia es la pacificación de los espíritus, la pacificación nacional. No hay democracia si no hay paz.”
General ( R ) Líber Seregni, 19 de marzo de 1984, a la salida de su cautiverio.
Pasaron casi treinta y seis años de ese discurso ponderado que llamaba a la paz y el reencuentro de todos los uruguayos provenientes de todas las tiendas políticas. Por si acaso, no se trata de fustigar a un solo partido político por la degradación que vienen mostrando las fuerzas culturales de un pueblo subordinado al consumo y el vértigo del capital. Empero, algunos de los responsables por haber socavado los cimientos del tejido republicano bajo los fundamentos del relativismo, fueron los tupamaros (aunque no son los únicos). El “otro” siempre será el culpable para no pocos dirigentes progresistas: los gremios, la prensa, los intelectuales, la oposición, el imperialismo, el Plan Atlanta, la oligarquía. Todos aquellos que no sean “yo” o “nosotros”.
Ante una discusión absurda con un comentarista deportivo, el intendente Christian Di Candia desplegó una falsa autocrítica preñada de descaro: “Es un hecho: Perdimos porque nos siguen faltando siglos de empatía y transformación cultural«. La esposa del Presidente del Frente Amplio (Javier Miranda), Sabina Arigón, también se despachó con bajeza e ironía: “Mucha tinta rubia se va a vender!!! Eso es reactivación. ¡Todos blancos de piel y oliendo a perfume!” (imaginemos por un minuto que hubiera dicho Lilí Lerena de Seregni cuando ganó las elecciones Luis Alberto Lacalle en 1989).
El senador electo Daniel Olesker anunció: “Si como resultado de las leyes que pone en marcha la coalición multicolor, se cuestionan los derechos adquiridos y las políticas sociales, y si se reducen los salarios reales, allí tendrán la movilización, la lucha, la resistencia, como lo hemos hecho siempre, en la dictadura y en los nefastos años 90”. Está muy bien defender las conquistas alcanzadas, pero la comparación de un presidente electo con la dictadura es un hecho que deja en evidencia la reacción y el posicionamiento ante el concepto “democracia”, al tiempo que se vuelve a apelar al miedo como herramienta disuasiva o amenazante.
La imperiosa necesidad de llevar al extremo la posición ideológica del “otro” fue sostenida ásperamente por el dirigente de FENAPES, José Olivera: “Pablo da Silveira no le llega ni a la suela de los zapatos a Germán Rama” y “Robert Silva es un fiel representante de la vieja política del acomodo” (…), “ganó el neofascismo” con la “ultraderecha filo Bolsonaro”. Carolina Cosse volcó su desprecio hacia los representantes de la mitad de los ciudadanos uruguayos: “Tantos candidatos. Nunca tantos fueron tan poco. Nunca algo multicolor fue tan gris.” Horas más tarde, Cosse se refirió a la intervención cromática sobre el cartel que forma la palabra Montevideo: “Lamento que algunas personas hayan vandalizado esta imagen de nuestra ciudad durante los festejos de hoy temprano.” Sin embargo, llama la atención la ausencia de desvelo de Cosse ante el grave vandalismo y pillaje que sufre el patrimonio arquitectónico de Montevideo bajo la mano de graffiteros indolentes. Es claro que esos forajidos no reconocen paternidad partidaria y por ese motivo es que sus actos no son tenidos en cuenta.
La soberbia y el convencimiento blindado de que son poseedores de la Verdad y de que están en el lado correcto de la historia (a menudo bajo premisas bienintencionadas y ocasionalmente bajo eslóganes y panfletos), los ha llevado a solicitar la “reflexión” del “otro”. Artistas como Rubén Rada, los Olimareños o Raúl Castro nos han reclamado que “pensemos”. Ahora bien; solamente aceptarán ese ejercicio siempre y cuando conduzca a las mismas conclusiones que arribó el solicitante. Es decir; si decidimos votar otra cosa distinta (en el acierto o en el error) eso significará que no estamos “pensando en la dirección que corresponde”, ni tenemos “memoria”. Como explica Óscar Botinelli: “No se puede tratar a la gente como idiotas que no piensan.” En efecto; han subestimado al ciudadano que piensa diferente y lo han tratado de “cornudo” y, desde las redes sociales, algunos fanáticos iracundos han convocado a escraches y asonadas: «Si estas dentro del 4,2% (de los votos en blanco) y tenés una librería, ojalá te fundas, si sos abogado, que los clientes no tengan con qué pagarte, si sos un histérico inconformista también te la vas a tener que bancar, igual que nosotros.» Otro posteo (anterior al balotaje) proponía: “Si llega a ganar la coalición nazi propongo que todos colguemos nuestras banderas del FA fuera de nuestras casas durante los cinco años que dure su gobierno y que organicemos una marcha del FA por año para refregarles en la cara todo el tiempo que no los quiere nadie”. Una periodista que dirige las páginas culturales de un semanario ha dicho: “ganaron los milicos, que nos encuentren cogiendo en tetas a todes en la calle”.
Según el psicoanálisis, si el grito es “el grado cero del lenguaje”, el insulto vendría a ser el grado último de la desesperación y el despotismo. Y como reza un viejo dicho, “la violencia engendra más violencia”, pues del otro lado, militantes blancos, colorados y nuevoespacistas, recogen la piedra y participan de un intercambio bizantino parasitado por la violencia.
Con toda justicia, se puede entender el dolor de quienes están habitados por el altruismo genuino y vieron naufragar sus esperanzas bajo el edicto de las urnas. Lo que no se entiende, y no se debe dejar pasar, es el odio, el resentimiento y la reacción al borde del delito de algunos ciudadanos.
Sólo queda advertir que, efectivamente, los derrotados perciben al votante no frentista como idiota, narcisista (“ombliguista”, “pancista”), lumpen, trastornado mental (sic), hijo de puta, oligarca y/o fascista. Dado que todavía existe una importante reserva espiritual en nuestro pueblo, no se debe generalizar, pero desgraciadamente no pocos frenteamplistas (tanto militantes como dirigentes) están convencidos de los adjetivos utilizados. El relato que construyeron no deja espacio para vacilaciones ni fisuras: solo admitirán la equivocación de la fuerza política en “no haber comunicado a ciencia cierta los logros del gobierno”. Sólo desde ese enfoque se puede comprender que a esta conclusión descafeinada la entiendan como “autocrítica”.
En suma, el maniqueísmo no entiende que el país está cortado en dos partes muy similares; cada una con su bandera partidaria, su ejército de nobles ciudadanos, obreros, psicópatas, violentos, lúmpenes y seres pensantes: el maniqueísmo solo entiende de enemigos. Hasta se han escrito libros que explican la vigencia de los conceptos “derecha” e “izquierda” como categorías firmes y cerradas. Habida cuenta de la vigencia de los intereses de clase en un mundo regido por las asimetrías, el espacio es cortado quirúrgicamente en forma aséptica y sin bordes discontinuos. En ese relato plano, el “otro” siempre será “el mal”.
Antes de mí, el vacío. Después de mí, el diluvio
El escritor Aldo Mazzucchelli dice que cuando alcanza el poder cualquier grupo cuya forma de ser es autoritaria (sea de derecha o de izquierda) se transforma rápidamente a esa práctica de excluir al “otro”. Lo hicieron los fascistas en Italia cuando marcharon hace casi un siglo sobre Roma, arrasando todo a su paso, impusieron de facto a Mussolini en el poder único del Estado (con la anuencia secreta del Rey Víctor Manuel III), y luego en base a decretos y leyes convirtieron a Italia en una dictadura de partido único. Siempre alegando ser los “defensores del pueblo” y representarlo.
Ahora, aquí, hay quienes piensan que, dado que el fascismo original, el de 1922, fue de derecha, la izquierda no puede tener componentes fascistas. Pero el fascismo cambia de lugar y muta sus vestiduras, explica Mazzucchelli. Si se quiere localizar su embrión, basta con tener presente los comentarios que elegí antes como ejemplos. ¿Qué personas ningunean a todos los otros, qué personas hoy están sacudiendo cucos y falsedades, y qué personas intentan excluir a los demás acusándolos, precisamente, de “fachos”?
Eso permite vivir sin leer al “otro”, sin saber lo que realmente quiere, siente, piensa, qué lo aflige. Paradójicamente, es necesario que exista un “otro” para recortarse en un espejo inverso: el que tranquiliza que yo estoy en la Verdad y en el bien.
El mecanismo es más cruel, continúa Mazzucchelli, “porque alguna gente buena lo sigue teniendo inoculado sin saberlo y repone el discurso autoritario sin ser ellos mismos autoritarios. Pero en realidad esas formas de entender al pais (el país dividido en «pro y anti dictadura», o el país arqueomarxista entendido como «oligarquía versus pueblo», o el país urbano chic que cree que la gente que labora en el campo son todos oligarcas y explotadores) son ecos del esquema que armaron unos pocos viejos de los sesenta para justificar su violencia inicial, y su posterior colaboracionismo con el autoritarismo militar; o de otros que vieron en la lucha contra la dictadura una oportunidad retórica de representarse a sí mismos como los únicos que habían luchado contra la dictadura —o como los principales, en todo caso— a efectos de asegurarse réditos políticos y simbólicos para ellos y sus grupos. Viejos tupas y bolches, viejos milicos, y viejos miliqueros de los dos partidos tradicionales.”
Ojalá no abandonemos nunca la protesta legítima ante la represión o los retrocesos sociales, pero tampoco celebremos la violencia organizada en la calle, ni fomentemos a militantes incitados por aquellos viejos líderes o “sindicalistas peronizados de brazos gordos” llamando al terror para luego poder señalar ese mismo terror como ejemplo del “fracaso” y el “carácter represivo” del gobierno que no les complace, al que ellos habrán obligado, con toda deliberación, a reprimir.
El “otro” (aunque imprescindible, como mencioné antes) no puede existir en el universo de los propietarios de la Verdad. Especialmente en estos días, con su pseudo-democratismo que les perdura hasta que sienten que pierden el gobierno, su presunción de haber fundado el Uruguay, su lectura maniquea de la historia reciente y su falta de sentido común para entender la legítima diversidad de quienes piensan distinto.
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