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El ejecutor: tragedia contemporánea

El ejecutor: tragedia contemporánea
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Sergio Blanco partió a Francia a fines de los años noventa para continuar su formación como director teatral. En pleno desarrollo de la copa del mundo de 1998, cuando se terminaba su permiso de residencia, decide quedarse en París de forma “ilegal”. Esa decisión terminó siendo determinante para que comenzara su carrera como dramaturgo. Temiendo ser descubierto en algún control policial: “me quedé en casa sin salir, un comportamiento totalmente paranoico, y ahí empecé a escribir. Estaba encerrado en mi casa, nunca tuve tele, no iba al cine, solo leía, y ahí empecé a escribir, por eso la escritura para mi está muy ligada al encierro” (Voces N° 582). En ese contexto escribe La vigilia de los Aceros o la Discordia de los Labdácidas, su primera obra, y dos años más tarde ve a luz Slaughter, texto que más de dos décadas después pone en escena María Dodera en Montevideo.
El encierro en el que da sus primeros pasos el dramaturgo se traduce escénicamente en Slaughter. El espacio que habitan los personajes (¿o el personaje?) de este espectáculo es un apartamento cerrado, con una ventana que apenas deja traslucir lo que sucede en el exterior. El aislamiento espacial se corresponde con el de las criaturas que lo habitan, como se indica en el programa de mano de la obra “un hombre regresa de realizar un crimen y nadie le cree su verdad, un soldado regresa de una guerra y no encuentra su hogar, una mujer que lucha por salir de opresiones cotidianas; todos unidos por la búsqueda de un ‘otro’ con quién empatizar en un grito furioso de humanidad”.
El contexto de encierro se completa con algunos elementos escenográficos que parecen señalar cierto abandono. Un plato con un pescado que se descompone y un televisor encendido pero sin señal terminan de ubicar las escenas en un tiempo-espacio inquietante. La presencia del pez muerto en particular dispara un diálogo que pone énfasis en la descomposición de un cadáver, y se interrumpe brevemente por una sensación de asfixia que como leitmotiv atravesará el espectáculo. La muerte violenta por asfixia es una de las claves de la escena con que comienza la obra, y de forma sugestiva parece reaparecer al final.
En medio de la escena inicial y continuando con la centralidad de ese cadáver proveniente del mar el personaje que encarna Sebastián Silvera dirá: “Y sin embargo, parece que en otros tiempos hubo hombres que lograron sobrevivir en el vientre de un pescado.” La cita hace referencia al personaje bíblico Jonás, tragado por una ballena que lo devuelve para que cumpla la tarea de predicar en Nínive. Las ruinas de aquella ciudad asiria se encuentran cerca de Mosul, al norte de Irak, donde, como señala Sergio Blanco, se encontraban gran parte de las bases militares durante la primera guerra del golfo, a comienzos de los noventa. El universo alucinado de Slaughter tiene mucho de las secuelas de ex combatientes que sufren el llamado “síndrome de la guerra del golfo”, causado, entre otras razones, por la exposición al uranio utilizado en las armas de las fuerzas “occidentales”. Increíblemente solo dos años después de que Blanco escribiera esta obra Irak volvió a ser invadida a causa, supuestamente, de esconder en su arsenal “armas químicas”. De hecho el texto plantea un atentado que podría ser una premonición del que daría inicio a un nuevo conflicto en Oriente Medio.
Pero si Slaughter parece hablar de acontecimientos que sucedieron, y suceden, después de que fue escrita, la virtud del autor está más en sintonía con señalar la locura de un andamiaje social cerrado, opresivo y circular que en encarnar la capacidad adivinatoria de una Kassandra. Si la guerra está omnipresente en la obra es porque la guerra es una necesidad inherente a nuestro orden social. Como el autor hace decir al soldado: “este ejército es de todos. Les pertenece a todos. Nos pertenece a todos. A usted. A mí. A sus vecinos. A sus hijos. Y algún día pertenecerá a los hijos de sus hijos. El privilegio del sistema que permite preservar la especie. Cada una de nuestras operaciones es tan nuestra como suya. Cada bombardeo es mérito tan nuestro como suyo. La democracia es eso: esta ametralladora es tan mía como suya. Yo la manipulo, usted la paga.”
Y si la locura de la guerra es inherente a la sociedad capitalista desarrollada, el hermetismo agobiante del clima de la obra parece ser una metáfora alucinada de las cadenas que la sociedad capitalista impone a quienes la sufrimos y la sustentamos a la vez. No hay que olvidar que Blanco escribe este espectáculo cuando los exultantes profetas del neoliberalismo se hartaban engullendo “un buen asado con las rojas carnes del fracaso de octubre” al decir de Enrique Symns. Y de aquel festín aún se oyen eructos satisfechos.
Si bien no podemos hablar de influencias, el hermetismo alucinado y la posibilidad de personalidades escindidas del espectáculo nos hizo pensar en pasajes de 4:48 Psicosis, mientras que la segunda escena de Slaughter es fácil de asociar a Blasted, ambas obras escritas por Sarah Kane por esos mismos años. Repetimos que más que pensar en influencias pensamos en cierto temperamento común para traducir escénicamente personajes y situaciones de aquellos años del “fin de la historia”.
Un fraseo recurrente compuesto por Franco Rilla acompaña las emociones oscuras de los personajes y subraya la circularidad en la que parecen estar inmersos. María Dodera, una directora con una personalidad estética muy definida y personal, abandona en este caso el trabajo de puestista para centrarse en podar las actuaciones de cualquier aspecto innecesario. Recortando elementos escenográficos al mínimo indispensable, Slaughter se juega todo a que la interioridad angustiada de los personajes exprese en el escenario el ahogo existencial en el que viven. La opresión está internalizada y los personajes no logran ponerla en palabras, aislándose unos de otros cuando más necesitan comunicarse. Un aire de tragedia contemporánea merodea el escenario en todo momento. Una tragedia que tanto derrumba edificios como quiebra subjetividades.

Slaughter. Autor: Sergio Blanco. Dirección: María Dodera. Elenco: Leonor Chavarría, Sebastián Silvera Perdomo, Franco Rilla. Diseño de vestuario: Florencia Rivas. Diseño de luces: Nicolás Amorín. Diseño de escenografía: Mateo Ponte. Composición original de Banda sonora: Franco Rilla. Diseño de visuales: Lucía Martínez. Diseño gráfico: Alejandro Persichetti.

Funciones: sábados 21:00, domingos 19:00. Teatro Stella.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.