Cuando era niño mi papá me enseñó que en una guerra la primera baja es la verdad. Por tanto, siempre resulta valioso escuchar la narrativa del otro bando, contraponerla a la propia, y tratar de arribar a una conclusión que se aproxime a la verdad. El problema se plantea cuando se trata de defender a toda costa a nuestro “bando”, prescindiendo de la más elemental objetividad, sin siquiera tomarse la molestia de indagar o profundizar en los hechos detrás de aquello que está en discusión. Y esto corre para todos, en primer lugar, para quien esto escribe. Procedamos entonces.
Por eso, quisiera efectuar algunas apreciaciones sobre el artículo de Ruben Montedonico sobre el reciente conflicto en Gaza, publicado en el último número de Voces. El artículo recurre a varias aristas para explicar el enfrentamiento, aparentemente inconexas unas con otras, pero cuyo denominador común sería la maldad judía. Los judíos discriminan a otros, incluso a los propios judíos. Según Montedonico, esa es su condición y por eso pasa lo que pasa. No nos parece un argumento atendible porque da a entender que es la inherente naturaleza judía la que apareja problemas a los palestinos. Para decirlo sin tantas vueltas: antisemitismo puro y duro. Cuando al final del artículo el autor agradece a sus amigos judíos, me recordó la respuesta que uno escucha invariablemente cuando confronta con un antisemita: “tengo un amigo judío”.
El título –“Atacar Gaza, sostén de Netanyahu”- podría llevarnos a pensar que el artículo versaría sobre la política del primer ministro israelí; pronto caemos en la cuenta que no es así. En los primeros párrafos, su autor habla de la discriminación que llevan a cabo los judíos. Primero los ashkenazíes contra los sefarditas; luego la de estos grupos hacia los falashas (judíos etíopes); y, finalmente la cereza en la torta, la de todos estos versus los árabes palestinos. Siguiendo pavlovianamente el razonamiento del articulista, después de la tercera línea, el lector ya sabe que terminaremos -forzosa e ineludiblemente- en el apartheid israelí. El artículo no dice, por ejemplo, que los falashas llegaron a Israel gracias a una operación aérea cuyo objetivo era precisamente salvarlos de los padecimientos que sufrían en su país de origen. El autor no dice que a ninguno de estos judíos etíopes se les pasa remotamente por la cabeza regresar a Etiopía. El autor no dice que en Israel sus ciudadanos gozan de iguales derechos, no importa su origen religioso. La semana pasada asumió su bancada en el parlamento Ibtisam Maraana, mujer árabe-palestina. ¿Quiénes la votaron o por qué está allí? ¿Desde cuándo un apartheid que se precie de tal, permitiría a una clase supuestamente inferior -como nos quiere convencer el articulista que eso son los palestinos para los israelíes- votar y ser representada en el parlamento? ¿Alguien conoce algún judío en el parlamento de la Autoridad Palestina, o algún embajador judío en Cisjordania, o algún futbolista judío en la liga palestina, o algún Rector o Vice-Rector judío en una universidad de palestina? La respuesta cae por su peso. Y en cuanto al apartheid: ¿alguien conoce algún árabe israelí ansioso por hacer sus valijas y marcharse a los territorios gobernados por los palestinos?
Se menciona a Gandhi para justificar la violencia árabe contra los judíos. ¿Alguien en su sano juicio podría pensar que Gandhi aprobaría el lanzamiento de 4 mil misiles? También aquí es evidente que cuando Gandhi habla de “resistencia árabe al opresor”, no quiere decir tirar 4 mil cohetes “a la olla” para ver donde podrían dañar más. Tampoco
comprendió a Gandhi. El Mahatma esperaría otra clase de resistencia -y dicho sea de paso, yo también-. Si Hamas reconociese la existencia de Israel y -en lugar de recurrir a métodos que deslegitiman la legítima causa palestina- optase por un camino de negociación, habría estado palestino en 48 horas. Lo que sucede es que no desean un estado palestino al lado de otro judío. Todo o nada sobre la base de un legítimo derecho a la tierra (de los palestinos) harto cuestionable por cualquiera que se tome la molestia de estudiar. Pero mientras la consigna sea todo o nada, no hay con quien hablar. Hamas no quiere sentarse a negociar: “la tierra es mía y se acabó”. ¿Con quién va Israel a sentar a negociarse? Aun así, para el articulista los 4,000 misiles y cohetes que Hamas disparó desde Gaza están por demás justificados.
El artículo nada dice sobre un hecho histórico. Los árabes nunca estuvieron dispuestos a compartir el territorio que la ONU les asignó en 1947 (y esto sin hilar muy fino porque podría pensarse que Jordania es el estado palestino o como se preguntaba Golda Meir, figura denostada por el articulista: “¿acaso los árabes del este del Jordán y los árabes del oeste del Jordán no forman parte del mismo pueblo?”). Setenta años después siguen reclamando un estado que sistemáticamente, a lo largo de esos 70 años, ellos mismos han venido rechazando. En 1948 optaron por atacar, confiados en que la victoria les daría todo el territorio. Ya antes, a fínales de los 30, la Comisión Peel les ofreció un estado y lo rechazaron. Lo mismo sucedió en los 90´en Oslo. Volvieron a decir que “no”. Nunca quisieron, ¿querrán en el futuro? Hamas jamás. Pero si no quieren dialogar ni compartir, ¿qué quieren?
Después llegamos a Golda Meir. El articulista no entiende que la Sra Meir fue palestina -tuvo pasaporte palestino durante más de 25 años hasta que se creó el estado de Israel-. Palestinos eran todos los que vivían desde el Mediterráneo hasta Irak, judíos inclusive. El pueblo palestino que conocemos hoy nació en 1967. ¿Cómo es eso? Cuando finalizó la contienda bélica de 1948 e Israel milagrosamente sobrevivió, ¿quién se quedó con los territorios que se habían asignado a ese estado árabe que los árabes rechazaron con fanatismo y miopía sin par? Jordania y Egipto. Desde 1948 hasta 1967, ¿alguien siquiera escribió una línea para protestar contra esa ocupación indebida? Nadie. Hasta 1967, a nadie se le ocurrió pensar en las condiciones de vida de esos árabes palestinos condenados a vivir como refugiados en países vecinos que ojalá los hubiesen tratado como Israel los trata hoy. ¿Por qué Egipto y Jordania no los asimilaron o les dieron cabida en en su seno? Solo cuando Israel es nuevamente atacado en 1967 y su contraofensiva toma territorios que ya no caían en lo que había asignado la ONU en 1947, entonces comienza la causa palestina. ¡Qué distinto sería todo si de verdad alguien se preocupase genuinamente por las condiciones de vida de los palestinos! ¿No sería prudente -con la misma dosis de indignación con que Montedonico ataca a Israel- preguntarse a dónde va todo el dinero de la ayuda internacional a Gaza? ¿Y si algo de ese dinero destinado al Hamas fuese a escuelas, salud, turismo, etc.? (Cuando vino el covid, Israel vacunó a poblaciones palestinas, ¡Qué raro que es este apartheid judío y moderno!). Todo estamos indignados con las condiciones de vida de muchos palestinos en Gaza; la pregunta es ¿por qué Israel es responsable de la condición de aquellos? Señor articulista: ¿sabía Ud. que el mes pasado, en plena guerra entre Hamás e Israel, ese Estado racista e imperialista que al parecer es Israel, envió un convoy de combustible para abastecer a Gaza (sic)? ¿Conoce otro Estado en el mundo que actúe conforme esos estándares? ¿Qué se supone que tiene que hacer Israel cuando empiezan a llover misiles? ¿Aplaudir?
¿Por qué el autor se queja del muro levantado por Israel en Cisjordania, pero no dice una sola palabra contra el muro construido por los egipcios en su frontera con los mismos palestinos de Gaza?
Por fin, volvamos a Netanyahu. Según el artículo, cuando el Premier pasa por un momento de dificultad “ataca Gaza”. Pero en este caso puntual, ¿quién tiró el primer misil? El autor se limita a decir que Israel atacó Gaza primero y que siempre es así cuando una crisis amenaza la supervivencia política de Netanyahu. Yo creo que el articulista no perdona a Israel ser la trinchera de occidente para usar las palabras del ex presidente Sanguinetti. No perdona que Estados Unidos apoye a Israel y no perdona a cualquier precio. En otras palabras, los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Si el fundamentalismo islámico, soporte del Hamas, lapida mujeres, igual estamos con ellos porque ellos luchan contra el imperialismo representado por Estados Unidos (y cuya primera línea de contención es Israel – el articulista ignora que es también la línea de contención de él mismo, o sea, de Occidente todo) Si Gaza persigue homosexuales igual los apoyamos porque “no podemos hacerle el juego al enemigo”. Si no existe ningún derecho elemental básico que no sea el que sostiene el fundamentalismo, igual los apoyamos.
Por fin, la duda: cuando en abril vino una misión israelí a Uruguay -de equipos y sobre todo de gente- a apoyarnos en el combate contra el Covid, ¿el articulista también se opuso?
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