En las aguas tradicionalmente quietas de la política uruguaya ha caído una piedra, luego otra, más tarde otra más. ¿Qué está pasando? Los pescadores de votos tratan de entender cómo se acerca el fin de un ciclo que empezó 35 años atrás, al final de la dictadura, o el comienzo de un reencuentro democrático, bastante agridulce, por cierto.
1980 fue un año decisivo. Todavía no habían asesinado a Vladimir Roslik, en un cuartel, así que la pulseada del voto contrario a la propuesta de los militares no se podría decir que estuviese libre de peligros. Al contrario. En ese período de cinco años, dos corrientes, una restauradora, basada en notorios líderes partidarios, tanto de los partidos tradicionales como de la izquierda parlamentaria, y otra, renovadora, básicamente, integrada por jóvenes, tanto estudiantes, como sindicalistas, que asumían el vacío que dejó la represión para hablar con una voz distinta, necesariamente menos radical, pero con un énfasis notorio en el entendimiento entre fuerzas distintas, y notoriamente contrarias a la dictadura.
En cuanto a la prensa, esas dos corrientes se entremezclaban. Nuevas publicaciones, movidas como las de Ruben Castillo, iniciativas como el viaje desde el exilio de grupos de hijos de exiliados, el Taller Uruguayo de Música Popular, el nacimiento de FUCVAM, la vuelta al país de icónicos cantantes populares, en fin, un variado movimiento popular generalizado que se proponía, y consiguió que el país volviese a vivir en democracia. De hecho, esas dos corrientes opositoras, con una clara diferencia generacional, fue absorbida por el pasado. El impulso de los últimos cinco años de la dictadura se fue apagando. Los brazos gordos del la vieja política sujetó las fuerzas que habían nacido en las protestas contra el régimen militar.
Uno de los argumentos que el oficialismo ha utilizado cada vez que ha sido noticia alguna irregularidad, se refieren a que antes lo hacían los blancos y colorados. Precisamente, por eso la mayoría de los ciudadanos eligió al Frente. Pero, si el éste defrauda a los ciudadanos que lo votaron, y no sólo defrauda a los ciudadanos sino, también, a los propios militantes, que vieron desaparecer las viejas consignas en una especie de amnesia partidaria, ¿en quién va a creer?
Esas piedras que caen en las aguas quietas de la política uruguaya son una señal. Y ha ocurrido casi de golpe. La renovación en la política llegó de forma generalizada. Por primera vez, Uruguay puede tener un Presidente joven, y no sólo por su edad, sino porque no viene del pasado, que apenas conoce por referencias. ¿Actuará como sus antecesores de estos 35 años o se animará a mover las raíces de los árboles, como lo había prometido el Dr. Vázquez al asumir su primera Presidencia?
Se corre la voz de que si esta vez el Frente pierde las elecciones será el principio de su desaparición. Antonio Mairena pondría muy en duda esta afirmación, suena pedante. ¿Y por qué tendría que desaparecer? El Partido Colorado estaba sumido en una profunda crisis, seguramente la más profunda de toda su historia. Motivó que el por dos veces Presidente saliera a dar la batalla, a recorrer el país a mover a todos os colorados que ya habían bajado los brazos, y, como en la carambola, provocó la reacción de la pasión que siempre acompaña a las militancias políticas, a quienes, incluso, habían descreído del propio Sanguinetti. Hoy, el Partido Colorado tiene serias posibilidades de disputar una definición en el balotaje. ¿Dónde van a ir los frentistas si pierden las elecciones, se dividirán en mil pedazos? Afirmar eso es no conocer este país. Será distinto, tendría que reaprender ser oposición, pero, en ese caso, le haría bien. La realidad lo apartaría de la política cotidiana para volver a configurar sus ideas de largo plazo, pero, fundamentalmente, lo alejaría de la máquina estatal, con sus tentaciones, y su peligro de caer en la demagogia y la politiquería que contribuyó a que este país perdiera el rumbo.
Uruguay hizo muchas cosas interesantes en el pasado. Ha conseguido indicadores sobresalientes en la región, muy por encima de países que tenían recursos muy superiores a los del nuestro. Mientras la mayoría de los países latinoamericanos se dedicaban a disputarse el poder a golpes de Estado, Uruguay mantenía la estabilidad de sus instituciones, alargaba el alcance de su educación laica, gratuita y obligatoria a los rincones más alejados, y la prevención de su salud pública daba resultados sostenidos. Le hará bien a la izquierda mirar al pasado con ojos más misericordiosos. Uruguay obtuvo mejores resultados que los países del socialismo real, ha sobrevivido, incluso, al desgaste que sufrieron la educación y la salud públicas. Las nuevas dirigencias frenteamplistas no abandonarán el barco, seguramente se repensarán, pensarán mejor en la necesidad de generar riqueza y se tendrán que apartar del discurso de las virtudes para asumir las dificultades para estudiar políticas realistas y audaces que le aseguren el bienestar a la población. Perder una elección no es el fin del mundo.
El reemplazo generacional que pudo darse entre los años 1980-1985 vuelve a tener su kilómetro cero. Todos los candidatos que tienen posibilidades de ganar las próximas elecciones no responden, estrictamente, a una designación del aparato, se han ganado la posibilidad por ellos mismos, refrendadas en elecciones internas. Ahora tienen una oportunidad histórica: poner al país en la senda del progreso y la mejor redistribución posible. Se requiere audacia, algo que los jóvenes suelen tener. Tendrán que poner el énfasis en la grandeza y huir de las mezquindades para que sus nombres no se vean manchados por un fracaso que muchos les estarán deseando, porque así son las cosas en la vida política.
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