Tamara Zanetti escuchó por primera vez la expresión “feminazi” en un boliche cercano a la EMAD. Sentada en una mesa ubicada en la vereda, sufrió el acoso persistente de una persona que caminaba con un grupo de amigos. La situación fue tan insostenible que Zanetti se sintió obligada a indicarle al muchacho que se conducta la incomodaba, a ella y al resto de las personas que se encontraban en el bar. Luego de una pausa, el muchacho en cuestión le responde: “a estas feminazis de ahora no se les puede decir nada” y se refugia inmediatamente en su grupo de amigos. Sin saberlo había bautizado un espectáculo.
Zanetti atravesó esa situación en un momento en que estaba trabajando en una obra que abordaba la violencia de género y en particular la forma en que esa violencia aparecía de forma espectacular en los medios de comunicación. Las empresas periodísticas venden noticias y convierten en mercancía cualquier hecho que logre atraer la atención de su público. En ese contexto no hay barreras morales, y desde que la violencia de género empezó a ocupar un rol protagónico en los espacios de comunicación, las coberturas de algunos hechos particularmente duros devinieron en espectáculo. Zanetti cuenta que trabajó en esta obra entre 2015 y 2020, y en ese período empezó a ver como el tratamiento mediático de las noticias vinculadas a violaciones y femicidios se convertían en un “loop” que una y otra vez se repetía en canales de televisión. A partir de allí empezó a intuir que lejos de contribuir a disminuir la violencia, esta espectacularización iba a contribuir a que aumentara. Y uno de los efectos más nocivos de la espectacularización de las noticias es que difumina los límites entre lo “real” y lo “ficcional”. La puesta en escena mediática termina ocupando el lugar de los hechos en sí, y de tan apabullante termina “curando de espanto” la sensibilidad del público. La posibilidad de empatizar con las víctimas es obturada por la saturación. Y allí aparece una de las claves de Feminazi, que hace el camino inverso, aparece como una ficción que sin embargo, a partir de sus propias convenciones artísticas, termina obligando al espectador o mirarse a sí mismo y a su realidad cotidiana.
Feminazi es una sátira en que conviven personajes diversos, desde algunos sin mayores particularidades hasta marginales como prostitutas y niños que viven en las calles, representantes del estado como policías y jueces, representantes de la iglesia o periodistas. Las historias tienen disparadores reales, y seguramente la más increíble sea la del sacerdote brasileño Tarcísio Sprícigo, condenado en 2005 a 15 años de prisión por el abuso de menores. Sprícigo escribió un diario que resultó una especie de “manual del cura pedófilo”. En dicho diario el sacerdote escribió: “Hay que conseguir chicos que no tengan padres y que sean pobres y jamás involucrarse con niños ricos”. Y otros pasajes directamente describen algunas de sus prácticas, en donde se satisfacía de “hacer el acto sexual cuando tengo la certeza absoluta de que el niño mantendrá el secreto”.
La crudeza de muchas historias hizo que la sátira y el humor fuera uno de los anclajes para abordarlas y hacer soportable el propio trabajo de creación escénica. Pero además, tanto la clave actoral como las características de la puesta tienen mucho de espectáculo únder, subterráneo o cabaretero. Esto tiene fundamento conceptual. Es en las zonas poco visibles en donde el poder sacía sus deseos inconfesables. Parques nocturnos, prostíbulos, calles oscuras, cabarets, allí confluyen quienes sobreviven vendiendo su cuerpo y quienes desde el poder se ocultan para satisfacer el suyo abusando del de otros. Si bien la obra no transcurre mayoritariamente en esos espacios, sí hay una estética que remite a ellos.
Lo que tienen en común las historias es que todas aparecerán, desnaturalizadas y descontextualizadas, en informes televisivos que se proyectan en una pantalla y desdoblan el juego escénico. Ese desdoblamiento habilita a que, en algunas escenas, los personajes miren al público y lo tranquilicen “ustedes saben que todo esto es ficción ¿verdad?” Claro que el público ya ha aceptado la convención y cree en los personajes. Y no se tranquiliza. Porque el juego ficcional ha “desautomatizado” nuestra percepción, y nos obliga a ver lo que quizá ya no vemos cuando miramos un informativo. O cuando caminamos por la calle.
Si bien la autora descubrió el término “feminazi” de casualidad, y no cree que signifique nada, empezó a jugar con darle contenido en su ficción, y parte del juego escénico de su obra tiene que ver con qué acciones tomaría un colectivo que realmente se definiera así. Pasó que las feminazis que construyó finalmente empezaron a tener materialidad en el mundo de las redes sociales. Según cuenta: “Cuando pasó la violación de Cordón acá y la de Palermo en Argentina empezaron a aparecer comentarios feminazis. Y es un viaje porque esto que supuse entre 2015 y 2020 que podía llegar a pasar al final estaba pasando. Y también por eso hice la obra, como para alertar que en este afán de procurar una equidad social nos podemos ir a un extremo y podemos terminar produciendo la misma violencia de la que nos quejamos”
El espacio del MUMI donde se estrenó Feminazi estaba delimitado por las clásicas cintas amarillas y negras de “Pare”. La invitación de esta sátira es a hacer una pausa, “parar” allí, e interpelarnos como público. El diseño de la escenografía es funcional, con una serie de cubos que van siendo manipulados para convertirse en los diversos espacios de la obra. El elenco se destaca en el trabajo físico que realiza. El abuso puede quedar expuesto a partir de la simple invasión del espacio de una mujer, pero también por coreografías que dominan a la perfección, sin explicitar de forma morbosa las situaciones que se sugieren. Las actuaciones que se destacan, quizá por las características de sus personajes, son las de Micaela Trujillo como la prostituta y la de Alexis Reyes satirizando a Tarcísio Sprícigo.
Si bien la obra ganó un fondo del MEC a partir de la intención de mostrar la obra a nuevas generaciones, esto se vio imposibilitado en parte porque el INAU prohibió la obra a menores de 18 años. Resulta increíble que se limite la posibilidad de ir al teatro a generaciones que son invadidas por situaciones de violencia explícita desde todo tipo de plataformas y hasta de informativos de televisión. Esperemos que tanto ese público, como el general, pueda disfrutar pronto del reestreno de Feminazi.
Feminazi. Dramaturgia y Dirección: Tamara Zanetti. Elenco: Micaela Trujillo, Pierina Casaña, Natalia Pintos, Germán Gómez, Alexis Reyes, Mathias Albarracin, Rodrigo González, Diego Lois. Iluminación: Tatiana Keidanski. Vestuario: Virginia Cesias. Escenografía: Compañía Teatro Vivo. Audiovisual: Micaela Melero, Claudia Rodríguez y Rodrigo González. Fotografía: Reinaldo Altamirano.
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