Libertad, igualdad, fraternidad parecía decirlo todo. Una tríada de principios generales que lucían en el pecho de los revolucionarios liberales y democráticos, que habían oído en Francia el tañido de la campana de Filadelfia.
La caída del viejo régimen monárquico hizo de Francia el crisol en que los revolucionarios fundirían sus ideas con los independentistas americanos, dando inicio a un nuevo tiempo, que se ha desarrollado hasta nuestros días, y seguimos. A lo largo del siglo XX, el paradigma de la dictadura del proletariado, y el sistema republicano, con su separación de los poderes del Estado, fueron las dos corrientes ideológicas principales que, a lo largo y ancho del mundo, sacudieron a las élites políticas, universitarias, sindicatos, gente desesperada, jóvenes que se acercaron a la vida adulta con el impulso de quien cree en algo diferente con verdadera pasión.
La Guerra Fría no fue tan fría, pero tampoco una verdadera guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los muertos los pusieron otros, en dolorosos enfrentamientos locales, matándose por ideas que, seguramente, Marx no hubiera compartido en el contexto histórico de una América Latina liberada del yugo colonial, más de cien años atrás.
América Latina pudo romper tempranamente sus nexos coloniales con la metrópolis, y, sin embargo no pudo romper con el retrato que hizo Valle Inclán de nosotros, los americanos latinos. El tirano Santos Bandera, o, simplemente, Tirano Banderas, se repite una y otra vez, hasta nuestros días, y seguimos. ¿No es igual de esperpéntico ese dictador de Venezuela, que no sólo baila con su mujer, mientras a través de la ventana del palacio se ve cuando apalean y tiran gases lacrimógenos a muchachitos demasiado jóvenes para morir, sino que hambrea hasta el agotamiento al pueblo que le niega la libertad? ¿No es brutal que en la Argentina, la familia K haya destrozado la economía de uno de los países más ricos del mundo, y para prueba sólo alcanza con recordar los 5 millones de dólares que la nena guardaba en su casa, y que mediante la fuerza de la corrupción que consiguió instalar en sindicatos, en el Poder Judicial, en la farándula, en la administración, se dé el lujo de volver, para gritar a todos los vientos: Giles, ¿ven como puedo volver una y mil veces, porque mis genes son los de Tirano Banderas? Chupen, giles. Palabras más, palabras menos, es lo que Ramón Castro, el hermano mayor de Fidel trató de explicar a su prima, tras el reproche de que la revolución de Fidel le había expropiado la hacienda a su propio padre, que un día había partido del pequeño pueblo de Lugo, pobre, como todos ellos, a hacer la América: “Pero prima, ¿no te das cuenta que ahora toda Cuba es nuestra?”
Y esa es la dolorosa verdad. Los progresistas liberales, como Alfonsín, como Frugoni, como Eduardo Chibás, como Allende, como Camus, como Manuel Azaña, gente humanista, de talante liberal, se trenzan por sus ideas, convencidos de que la libertad, la igualdad de oportunidades y la fraternidad entre los humanos son posibles conquistarlas en paz, unidos a compañeros, un poco más radicales, pero que quieren lo mismo que ellos.
Hugo Batalla fue vituperado por su vuelta al Partido Colorado, pero estando dentro del Frente Amplio, cuando su Partido por el Gobierno del Pueblo era mayoría no le llevaban una, porque era tibio, blandito, su compromiso iría hasta ahí nomás. Había sido abogado de Seregni, cuando estaba preso, y, también, de Raúl Sendic, cuando Sendic era el diablo y sólo podía ayudarle un abogado inteligente y valiente. Hugo Batalla fue ese abogado, también fue la garantía para que los Tupamaros tuviesen la Radio 44. Para sus compañeros “más comprometidos” era la puerta de entrada para los que se asomaban a la izquierda con cierto recelo. Después de estar adentro ya otros se encargarían de ayudarlos a profundizar su compromiso.
Estos liberales y liberalas… no necesitan forzar el diccionario para asumir su hombría o su feminidad, porque se saben dos partes iguales y diferentes de lo humano. Quizás haga falta más Antonio Machado para valorar la duda, y desconfiar de las grandes palabras. Su Antonio Mairena es un viaje que conviene hacer de vez en cuando para entrar en el alma humana. Igual que recordar su infancia, en la voz de Serrat: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y más que un hombre al uso que sabe su doctrina soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.”
Los nuevos inmigrantes, que llegan a nuestro país con el alma rota, saben que aquí hay algo vital para la vida: libertad. Esto no es nuevo. Al Uruguay lo construyeron los que necesitaban la paz para vivir, y amar, y educar a sus hijos, y pudieron hacerlo entre una guerra y otra. Entre un período de libertad y otro. Y si algo le podemos decir a nuestros nuevos amigos, que llegan de Venezuela, hasta cruzando la selva, jugándose la vida, es que hacen bien en aguantar, en no responder a la provocación, en defender ese Parlamento que les encomendó la ciudadanía. Porque un día conseguirán la paz y no tendrá manchas, será más fácil trabajar juntos por una nueva Venezuela. Hace falta algo de lo que está naciendo en esa Venezuela, invadida y asediada, para que las nuevas generaciones se animen a abandonar la sombra de las leyendas guerrilleras, y los mundos ideales que los supuestos intérpretes del marxismo nos quisieron vender. Esos muchachos y muchachas, que se defendían con escudos endebles frente a las tanquetas de la tiranía, serán los héroes de un futuro mucho más lindo, porque no salieron a matar sino a defender con su propia vida la voluntad popular que eligió a este Parlamento.
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