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El gesto de la cancelación por Megan Zeinal

El gesto de la cancelación  por Megan Zeinal
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Cuando quedo fuera del poema,
el poema me parece imposible.
Roberto Juarroz

En una buena entrevista al historiador del arte y ensayista francés George Didi Huberman (Saint-Étienne, 1953), se le pregunta qué pasa cuando el poder o los discursos de poder buscan frenar la circulación de imágenes o ideas. A lo cual Didi Huberman responde: que pueden intentarlo, pero es imposible . La potencia de la idea, como la de cualquier signo, corresponde a la migración. Su fuerza es la de la movilidad. A la imagen que orienta a toda idea le es propio, sobre todo, el desplazamiento. El lenguaje esta hecho para desplazarnos, y es en esa medida que la prohibición o cancelación involucra un desconocimiento del ejercicio del pensar y de la potencia del lenguaje.

Tomare aquí, la práctica de la cancelación como la censura y exclusión de la voz a un individuo o a su trabajo, a causa de una opinión o acción que resulta “inaceptable” para un cierto sistema de creencias. La cancelación actúa desde una visión, que gestiona la inhabilitación de la palabra instituyendo un mecanismo de deslegitimación y anulación de una voz en la vida publica. Lo que produce, es el borde de un pensamiento blindado que se asemeja a lo totalitario, en la medida en que la censura oficia de agente regulador de la voz en el espacio colectivo recortando la participación.

La interrupción de la voz, por lo general, se dice sometida a las exigencias de lo bueno o lo verdadero, o de un registro específico de la razón, que, con frecuencia, pretende ser ejemplarizante. Sus prácticas no incluyen la promoción de formas de intercambio y más bien son mutiladoras de los criterios de la diferencia. Se posiciona como un pensamiento demasiado sólido para no tener que dialogar, o para asumir que puede posicionarse abusivamente sobre otro para retirarlo de la esfera de lo comunitario.

En esa medida, el ejercicio de la cancelación es proclive a no producir un pensamiento que sea discutible consigo mismo, y a suprimir cualquier disonancia que se le reproduzca. Es una forma de totalizar el discurso porque los individuos avanzan hacia la interiorización de la censura (autocensura). Como una vuelta al antiguo arte de no osar decir lo que cierto sector no quiere oír, se disemina la autorepresión y se desvanece la aparición de la pluralidad en nombre de determinados valores considerados superiores. Los hablantes temen al habla por miedo a ser cancelados, se guardan para sí sus pensamientos, sin ponerlos en ejercicio de confrontación. En este silenciamiento del otro o de lo otro, el dialogo se separa de su potencia, porque desconoce su necesidad absoluta de una instancia exterior y alterna.

Se instituye gestualmente un pensamiento que refrena lo heterogéneo, y por tanto precariza todo intercambio. La censura inhibe la circulación de perspectivas, y, por ende, la vida pública se desvitaliza y progresivamente, pierde su carácter activo, se eclipsa . El mayor perjuicio es hacia la libertad de expresión y en ese sentido, la practica de la cancelación conlleva en si misma, a una forma de vida disminuida que perjudica a la cultura volviéndola improductiva . De manera que el reactivismo presente, está siendo contrario a un activismo, porque la reacción que ejerce la cancelación esta manifestandose contra la acción y contra la tecnología del diálogo que es la fuente de lo comunitario .

Como dispositivo contrario: “la dialectica es ese arte que nos invita a recuperar las propiedades alienadas” que movilizan el pensamiento . Las consecuencias son muestras de intolerancia que suprimen la alteridad, en función de una reducción de condiciones (de lo otro) que revelan la pobreza de criterio para la hospitalidad ideológica. Y a pesar de las razones que se encuentre para justificar esta práctica, que por lo general está fundada en la creencia de que se provocara una promoción del cambio social, el gesto de silenciar a otro es otra vieja forma de violencia política.

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