La impactante destitución del vicepresidente de la Administración Nacional de Puertos, Capitán de Navío Gastón Bianchi, sin haber asumido su cargo y apenas 48 horas después de haber sido votada su venia por parte del Senado de la República, corrobora las graves fisuras de un gobierno multicolor que parece estar atado con alambres.
En efecto, se trata del cuarto jerarca removido por el Poder Ejecutivo en apenas cien días, luego de los ceses del Presidente del Directorio de ANTEL, Guillermo Iglesias, del Presidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo, Miguel Loinaz, y de Fernando Silva, quien había sido designado como Director de la Regional Oeste de la Administración Nacional de Servicios de Salud del Estado (ASSE).
Por supuesto, los cuatro nombres fueron propuestos y avalados por el gobierno, en el marco del acuerdo y los compromisos políticos contraídos por las colectividades partidarias que conforman la coalición derechista.
Si bien la destitución de jerarcas no es novedosa y se ha registrado naturalmente en administraciones anteriores por diversos motivos, lo realmente insólito es que, en menos de cuatro meses de gobierno, se registró una auténtica cascada de ceses.
Esa peculiar coyuntura confirma que, contrariamente a lo anunciado, este contubernio conservador armado únicamente para ganar la elección y arrebatarle el poder al Frente Amplio, no estaba preparado para asumir la responsabilidad de conducir los destinos del país.
No en vano, a tres meses de la asunción de Luis Lacalle Pou, recién se estaban completando los equipos de conducción de las empresas públicas, entes autónomos y servicios descentralizados, fruto de arduas y por momentos tensas negociaciones políticas, que han dejado enojos y heridas abiertas muy difíciles de restañar.
Un ejemplo concreto es el enfrenamiento entre el Canciller de la República, Ernesto Talvi, quien se opuso inicialmente al nombramiento de Julio Luis Sanguinetti, hijo del ex presidente de la República. Julio María Sanguinetti, en un cargo en la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU).
Esta situación tensó la interna colorada y hasta suscrito un enfrentamiento verbal entre ambos que pudo ser peor, abriendo una brecha en el seno de la colectividad de Rivera y originando un radical distanciamiento entre el Ministro de Relaciones Exteriores y Julio María Sanguinetti, que aparentemente no se hablan desde el mes de febrero.
Pese a que Julio Luis Sanguinetti fue designado vicepresidente de UTE, las diferencias entre Talvi y el histórico líder colorado parecen estar lejos de ser zanjadas. Aunque no se admita, hay una ruptura muy fuerte entre ambos referentes.
No obstante, lo más grave es el tendal de destituciones registradas en poco más de cien días de gobierno, que revelan notoria improvisación y falta de preparación para gestionar el Estado.
Aunque desde tiendas oficialistas se elogie la supuesta firmeza y la celeridad del presidente Lacalle Pou para cesar a los jerarcas cuestionados, estas actitudes no dejan de ser contradictorias.
En efecto, todos los nombramientos fueron firmados por el propio Presidente de la República, quien debió a aprobar- en algunos casos a regañadientes y maniatado por los compromiso políticos- la designación de personas que seguramente no le merecen confianza.
Empero, esas son las reglas y los costos de haber engendrado una coalición Frankenstein, integrada por cinco partidos que tienen importantes afinidades ideológicas, pero que, en algunos casos, no han preparado cuadros técnicos o políticos para gobernar.
Es el caso del impresentable partido ultra-derechista Cabildo Abierto, algunos de cuyos integrantes reivindican incluso las atrocidades perpetradas por la dictadura y, por su talante rabiosamente conservador, destilan odio hacia la izquierda y los colectivos sociales.
En tal sentido, es inadmisible que Lacalle Pou haya avalado el nombramiento del Capitán de Navío Gastón Bianchi, propuesto precisamente por Cabildo Abierto, un impresentable espécimen de la peor laya, que no dudó en agraviar al Ministro de Transporte y Obras Públicas, Luis Alberto Heber, que es un referente del herrerismo del riñón del presidente, al Ministro de Trabajo y Seguridad Social, Pablo Mieres, al Poder Judicial, al Frente Amplio y a organizaciones feministas.
La deleznable catadura y grosería de sus expresiones, que resultan realmente difíciles de adjetivar, revelan que se trata de un reaccionario nostálgico, contaminado por el rencor.
No menos impresentable es el cesado Presidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo, Miguel Loinaz, un empresario frívolo que no dudó en contratar a su compañera como secretaria para que, desde la una oficina instalada en la propia CND, administrara sus negocios. Insólitamente, pese a su elevado salario, que pagamos todos los uruguayos, se dedicaba a sus actividades particulares en horas de trabajo.
Resultan también elocuentes las situaciones de Fernando Silva- también de Cabildo Abierto- quien no llegó a asumir en ASSE por descalificar al personal médico y no médico y del destituido Presidente de ANTEL, Guillermo Iglesias, quien fue destituido por homologar la presupuestación de más de 400 funcionarios.
En este caso, la decisión del cese fue meramente demagógica, porque la medida no suponía un aumento de personal ni del gasto.
Esta sarta de desprolijidades es una contundente prueba de que el gobierno multicolor es un auténtico cambalache y que el presidente Lacalle Pou deberá digerirse muchos sapos para seguir liderando esta coalición conservadora restauracionista.
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