Resulta difícil creer que alguien pueda hacer tanto daño a un país estando en sus cabales. Lo segundo, tan difícil de creer como lo primero, es por qué genera una patología de sometimiento en quienes ven, día tras día, que todo se desmorona y no se rebela, aunque la rebelión no implique violencia en las calles. En Argentina eso funciona, o ha funcionado hasta ahora. El sometimiento político parece formar parte de una conducta tolerada.
Este es un año electoral, hasta ahora bastante pacífico. Se podría creer que los argentinos están llegando a un estado de desgaste anímico de tanta profundidad que nada es capaz de convocarlos a manifestar, a no ser por el fútbol. ¿Protestar contra quién? ¿Contra el gobierno que se dice peronista? Es una enorme trampa, despiadada, que ha cerrado todas las salidas que pudo cerrar. En estos momentos, la única barrera de contención que tiene la cordura social es la que construyó Raúl Alfonsín a la salida de la última dictadura, que tuvo la lucidez, la templanza y el coraje de enjuiciar a los mandos de la dictadura, y todo en menos de un año. 1985 fue el decisivo, y ese viejo partido, conducido por un presidente corajudo, y un puñado de jóvenes abogados, consiguieron estremecer de tal modo las raíces del mal, que ni con el ataque de los carapintadas y el sabotaje financiero pudieron hacer que los argentinos volvieran a clamar por un golpe de Estado. Eso hoy es oro. Las decisiones que tomó Alfonsín fueron un legado moral de enorme valor.
Pero en esa no estuvieron ni los peronistas ni los Kirchner. Dejaron que las consecuencias financieras y las derivadas del juicio a las juntas militares las resolviera la Unión Cívica Radical. El trabajo sucio ya estaba hecho. No en balde Perón provenía de la casta militar, mano de obra de todos los golpes militares en la historia argentina. Ya encontraría el Partido Justicialista un líder que calzara en la coyuntura que abrió el presidente Alfonsín. Y lo encontró, en modo peronista: Carlos Saúl Menem, fundador de las Juventudes Peronistas, vinculado a la central sindical CGT, preso durante cinco años, recobró la libertad un par de años antes de las elecciones de 1983. Elegido presidente en 1989 fue reelecto, llevando adelante una mezcla de populismo peronista con una política ultraliberal, con resultados artificiales de fuerte impacto ciudadano, como la de mantener durante unos años la paridad entre el dólar y el austral, pero sin el respaldo que tiene el dólar.
Luego de que se apagara la última estrella fugaz del peronismo aparece un casi desconocido gobernador, de la provincia de Santa Cruz. El 27 de octubre del 2010 muere en su casa de la provincia. Una vez acomodado su cadáver en el costoso cajón que debían sellar con una soldadura, su mujer tomada de la brillante madera oscura tiene unas palabras de despedida algo sugerentes: “Pensar que trabajamos tanto. Nos vinimos al sur tan jóvenes y ahora te vas y me dejás sola. Pero, quédate tranquilo: yo te voy a hacer quedar bien… ¡Te amo! ¡Te voy a extrañar siempre!” Luego, le tocó el turno a su hijo Máximo: “Chau papá. Te juro que a todos los que te hicieron esto… ¡los voy a hacer mierda!”
Primera pregunta: ¿Respecto a qué, su mujer lo iba a hacer quedar bien? Kirchner había asegurado a varios amigos de confianza que se presentaría a las elecciones presidenciales de 2009, sin embargo, su mujer se presentó a la reelección, y volvió a ser presidenta. Néstor Kirchner tuvo que morderse la lengua y conformarse con ser el Primer Caballero de la Nación Argentina, y primer lugar en la lista a diputados por el Frente para la Victoria, además de secretario general de la UNASUR, bajo la presidencia de Rafael Correa, de Ecuador.
En cuanto a la interrogante que surge de las palabras de su hijo Máximo, el mensaje es más vulgar, más hermético, pero, quizás más revelador de que entre ellos había gato encerrado: “Te juro que a todos los que te hicieron esto… ¡los voy a hacer mierda!”
Del extenso alegato del fiscal Diego Luciani, surgen pruebas irrefutables de los delitos por los que se acusa a la actual vicepresidenta, la mayoría de ellos referidos al redireccionamiento de contratos multimillonarios de vialidad en la provincia de Santa Cruz de la que su marido y expresidente había sido gobernador entre 1991 y 2003. Este primer juicio se refiere solo a 51 de las licitaciones otorgadas a favor de las empresas del matrimonio Kirchner.
Esto implicó a mucha gente, unos robaron más, otros un poco menos, pero todos pueden sentir el gusto de la adrenalina cuando la justicia empieza a actuar, y nadie está libre de arrepentimiento. La impunidad puede dar la sensación de cosa eterna, pero el poder político un día desaparece, como le está pasando a esta señora. Todavía le queda un poco de magia para que sus seguidores llenen un estadio cerrado. En un país de casi 46 millones de habitantes eso no es una hazaña. Retener el poder, con la cantidad de secretos que hicieron posible la apropiación familiar de una cantidad que, según Lilita Carrió, ronda los 12 mil millones de dólares. Leonardo Fariña, en cambio, el hombre que entraba y salía con las bolsas de dinero a la oficina donde se centralizaba todo, afirma que fueron 120 mil millones en 10 años de operaciones. Era uno de los que contaba los billetes, y tratándose de un monto bruto, la parte de la familia puede parecerse, por lo menos, a lo que sostiene Carrió.
Cuando Máximo, actual diputado, jura al pie del féretro que va a hacer mierda a los que le hicieron eso, ¿se estaría refiriendo a los que se quedaron con la tajada mayor? Es un gran dilema que puede aclararse con el correr del tiempo. Entre tanto, Cristina Fernández sigue adelante con su papel de víctima. ¿Qué otra cosa puede hacer? ¿Confesar? Eso sería llegar al borde de la locura y tirarse adentro. Tras este primer juicio vendrán los otros. Nadie puede licuar semejante cantidad de dinero sin dejar rastros, y los rastros ya están apareciendo. Solo las propiedades de su ex secretario, Daniel Muñoz, ya fallecido, suman más de mil millones de dólares, dos estancias de 20 mil hectáreas cada una, negocios en Santa Cruz, y su nombre quedó estampado en los Panamá Papers.
¿Cómo Cristina Fernández no va a ensayar una última locura al arremeter contra el Poder Judicial, acusándolo de persecución política? Solo una mente enferma, que no le tema ni al ridículo, puede sacar tanta energía para mantener aquella promesa que le hizo al cadáver de su marido.
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