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El nuevo amanecer de la patria socialista por Hugo Acevedo

El nuevo amanecer de la patria socialista  por Hugo Acevedo
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La demoledora victoria electoral en Bolivia del Movimiento al Socialismo (MAS) del derrocado presidente Evo Morales con más del 55% del voto ciudadano, es un contundente revés para la derecha oligárquica y entreguista y para el imperialismo hegemónico, que hace un año digitó un golpe de Estado que derrocó al gobernante indígena.

La elección por abrumador margen de Luis Arce, sucesor del conductor de la izquierda boliviana que gobernó a su país entre 2005 y 2019, dio por tierra con el operativo de persecución e intimidación del gobierno usurpador de  Jeanine Áñez y sus aliados conservadores del país del Altiplano.

También constituye una elocuente bofetada a las aviesas intrigas palaciegas de la Organización de Estados Americanos (OEA), que nuevamente fue obsecuente y funcional a las tentaciones expansionistas de los Estados Unidos.

Como se recordará, el año pasado, el organismo internacional, que históricamente ha sido un dócil títere de Washington, denunció un supuesto fraude en los comicios presidenciales que le otorgaron un nuevo mandato constitucional a Evo Morales.

Para corroborar esta afirmación, que es incuestionable, basta recordar la expulsión de la Cuba revolucionaria decretada el 31 de enero de 1962, la prescindencia ante varios golpes de Estado gorila concretados en la segunda mitad del siglo pasado y la actitud de abierta connivencia o mera complicidad con el inmoral bloqueo decretado por el imperio contra la isla caribeña.

Pese a que existieron pruebas irrefutables que el proceso electoral no se apartó en modo alguno del marco legal, un alzamiento policial con el apoyo de las Fuerzas Armadas forzó la renuncia del presidente, quien dejó su cargo para evitar un baño de sangre y se exilió para no ser encarcelado por los golpistas.

La remoción del Jefe de Estado socialista Evo Morales fue la culminación de una escalada de violencia encabezada por los sectores más reaccionarios de la sociedad boliviana, con el apoyo logístico de poderosos aliados del exterior.

Ese impactante acontecimiento, que recreó el tiempo de los cuartelazos digitados por la CIA durante las décadas del cincuenta, el sesenta y el setenta del siglo pasado, fue un inmoral golpe de Estado que se inscribe en la ofensiva encabezada por el inefable Donald Trump contra gobiernos que no son leales a sus mandatos y su credo capitalista.

Obviamente, tampoco se puede soslayar la ilegal destitución de Dilma Rousseff en Brasil y hasta la ulterior prisión del ex presidente Luiz Inácio “Lula” da Silva, que posibilitaron la elección del ultraderechista Jair Bolsonaro.

Es evidente que Evo Morales, que gobernó durante catorce años, era y aun es una suerte de pulga en la oreja de quienes detentan y siempre detentaron el poder real: el poder económico.

No en vano, en sus tres períodos de gobierno, el presidente socialista inició un proceso de radical transformación de la sociedad de su país, reduciendo la tasa de pobreza a bastante menos de la mitad, aprobando leyes sociales que consagraron nuevos derechos y dignificaron a los más excluidos y recuperando la soberanía del país sobre sus recursos naturales.

En ese marco, dispuso la nacionalización de la industria del petróleo y del gas natural, dos fuentes de riqueza recuperadas por el Estado a multinacionales privadas, que permitieron financiar políticas de corte progresista. También del litio, que es un elemento fundamental para los sistemas electrónicos.

Estos productos, entre otros, son parte del botín de guerra de las bandas reaccionarias que operan al servicio del lucro del gran capital trasnacional y también codician las abundantes reservas petroleras de Venezuela.

Ni las maniobras dilatorias de las autoridades electorales que interrumpieron el conteo manual y demoraron el anuncio oficial sobre un desenlace electoral que ya todos conocían, en una jornada de votaciones con patrullajes policiales y militares, lograron arredrar a los heroicos bolivianos.

El electo presidente boliviano, que fue Ministro de Economía de los gobiernos del MAS y suele invocar con frecuencia a Marx y Engels, es, según todos los analistas, el responsable del denominado milagro boliviano, que le devolvió la dignidad a la mayoría sumergida de la población y promovió un modelo de desarrollo económico con justicia social, luego de décadas de despiadada explotación y permanente drenaje de riquezas.

¿Qué dirá la derecha uruguaya hoy instalada en el gobierno multicolor, luego de convalidar con su aquiescencia la lógica conspirativa de la OEA avalando la apócrifa hipótesis del fraude electoral, poniendo en tela de juicio la reelección de Evo Morales, ignorando olímpicamente el golpe de Estado como si no hubiera sucedido y reconociendo al gobierno de hecho instalado en la flagelada nación latinoamericana?  El más entusiasta panegirista de esta patraña fue el ex presidente Julio María Sanguinetti.

Por supuesto, Luis Lacalle Pou invitó a su ceremonia de asunción presidencial el pasado 1º de marzo, a la usurpadora Jeanine Áñez, en su calidad de “presidenta interina” de Bolivia –cargo inexistente y tan apócrifo como el de Juan Guaidó en Venezuela- legitimando de ese modo a la administración de facto.

Esta cuestionable actitud sintoniza con su alineamiento con los mandatos de Washington y es consecuente con la postura contemporánea de su partido, que parece haber olvidado que la Casa Blanca apadrinó una feroz dictadura que persiguió al caudillo blanco Wilson Ferreira Aldunate y asesinó a mansalva al ex diputado nacionalista Héctor Gutiérrez Ruiz.

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