Uno de los hallazgos propagandísticos de las elecciones de 2019 nació de un sueño de José Batlle y Ordoñez, después de haber pasado por una presidencia, soñando en Europa con volver a su país para reconstruirlo de tal manera que, independientemente de su tamaño, funcionase como un pequeño gran país. Volvió, acabó siendo presidente por segunda vez y, guerra mediante, sentó las bases del Uruguay que tenemos.
Ernesto Talvi demoró en aparecer. Cuando por fin se decide, no tardó en generar una creciente expectativa alrededor de su candidatura, sacudiendo fuertemente al Partido Colorado, al punto de imponerse en las internas, nada menos que ante Julio María Sanguinetti.
El resto de la historia es conocida, al menos en cuanto a los hechos. Su retirada de la política, los motivos reales, pueden no ser los que Talvi resumió con la misma brevedad que transcurrió su vida política: “no es lo mío”. Aun así, si ese fuese el motivo, ¿se le puede reprochar semejante alarde de irresponsabilidad? No, tal vez fue sincero hasta el caracú, y prefirió pagar el costo que tuviese que pagar para alejarse cuanto antes de lo que no le había resultado como pensaba. Se vería obligado a hacer varios pactos que le movían los papeles que tenía encima de la mesa, se lo veía incómodo, a pesar de que su nombre brillaba como el canciller de un país que había resuelto con muy buena nota un problema humano tremendo. Pero ni siquiera dentro de su Partido Colorado tendría las cosas fáciles para darle el músculo necesario que el Partido Colorado necesitaría para retomar la idea de Batlle y Ordoñez.
Evidentemente, hay internas que hacen chirriar toda la maquinaria, continuamente. La sustitución de Carlos María Uriarte por Fernando Mattos al frente del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca provocó el mismo ruido que pocos meses atrás había provocado la destitución de Pablo Bartol como ministro de Desarrollo Social. Carlos María Uriarte tiene una formación profesional y una experiencia muy destacada. Si como dijo Talvi: “El campo es nuestro petróleo”, Uriarte era uno de los que cualquier gobernante hubiera ido a buscar. El ministro saliente, no sólo es un productor eficiente, y conocedor de la máquina gremial que ha modificado la producción en línea con el de un país agro eficiente, sino que es un profesional actualizado. Conocedor de los insumos intelectuales para encarar la modernización de la producción agropecuaria.
Todo esto viene transcurriendo al mismo tiempo que la pandemia, y la previa de todos los partidos políticos para lo que se va a venir apenas crucemos el Ecuador de este período de gobierno. La política nacional también está con los motores prendidos, nunca los apaga del todo, pero en estas circunstancias no hay que ser muy avispado para imaginar una larga campaña no oficial de muchos codazos, y una campaña final sin filtro. ¿Será eso lo que le revolvía las tripas a gente como Talvi o Uriarte? No sólo a ellos. Es un hartazgo aleatorio, que va recorriendo todo el sistema político.
Claro que la región está muy mal, y que lo nuestro es, apenas, el mantenimiento de un status quo que nadie tiene la intención de alterar. Pensemos en Perú, una sociedad dividida en partes iguales, sin proyecto, sin diálogo posible. ¿Cómo se le puede llamar democracia a una situación así? ¿Cómo podemos ponernos nerviosos con las alteraciones de un Consejo de Ministros que todavía no ha producido, si pensamos en Venezuela, que ha expulsado a una cifra que oscila entre 3 y 5 millones de ciudadanos? ¿Y lo de Nicaragua, con toda la oposición procesada?
Pero no se trata de compararnos con países hermanos que pasan por crisis más o menos eternas para sentirnos mejor que ellos. Nosotros tenemos la obligación de ser lo que podemos ser, y que en buena medida lo hemos intentado. Talvi fue inteligente y astuto al elegir aquel pensamiento del futuro presidente José Batlle y Ordoñez. Talvi lo puso sobre la mesa otra vez, 113 años más tarde, pero su silencio posterior, y su desaparición del escenario donde las ideas se pueden hacer realidad no ha hecho más que confundir y frustrar a muchos de los que se entusiasmaron con una formula tan sencilla, que tenía la virtud de representar algo que los uruguayos conocemos bien. Nunca, el tamaño de nuestros vecinos fue un obstáculo para que avanzáramos como nación.
Uruguay está en una encrucijada. El mundo está reacomodando sus piezas, y los países con vocación imperialista tratan de captar nuevos mercados y nuevas manos alzadas en los foros internacionales. Tenemos un vecindario complicado, no vive ni deja vivir, y todos los intentos de crear organismos regionales de integración acaban en más burocracia, más consultoras y más frustración. ¿Es difícil trabajar por una integración regional que aproveche el potencial de países con 200 años de democracia? Sí, es muy difícil.
El problema está en que la democracia se compone de ciclos cortos, en cuanto a gobernanza, y los defensores de los ciclos largos, en la región, ya los conocemos, detestan la democracia. Es un serio problema porque la continuidad de las políticas requiere de un pacto democrático a largo plazo que permita convivir políticamente siendo, al mismo tiempo, adversarios. El país no puede vivir tan alterado, agraviándose un día sí y otro también. Todo tiene un límite, y es lo que vino a demostrar el fugaz pasaje de Talvi por la política. El Partido Colorado se estaba cayendo a pedazos. Por eso la frase, que ya hemos comentado varias veces, fue suficiente para frenar la caída y generar una ilusión de cambio entre los batllistas. Sanguinetti no acaba de entender que él no representa al batllismo desde hace rato, y todos sus movimientos son para defender un modelo de democracia jurídica, alejada de todo tipo de vibración, que conecte al país horizontalmente. La frustración de Talvi es algo que va mucho más allá de lo anecdótico, y nos incumbe a todos.
Hace décadas que Saturno viene comiéndose a sus hijos. Talvi no fue el primero y, seguramente, y lamentablemente, tampoco será el último. Cuidado, ya vivimos esa distracción, y la pagamos muy cara.
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