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El perdón, la dignidad, Simón y Mordejai por Ernesto Kreimerman

El perdón, la dignidad, Simón y Mordejai  por Ernesto Kreimerman
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Cuando el año 1976 se publicó la primera edición norteamericana de Los límites del perdón, hace ya casi cinco décadas, se reinstalaba una discusión que se trasladó rápidamente a todos los centros superiores de estudio. El texto de los límites del perdón de Simón Wiesenthal, desafiaba a una discusión que tenía que ver con el pasado reciente y con la ética e integridad de la condición humana. Hoy es que el Simón hoy narra su experiencia personal, con un suceso de su peripecia en el campo de concentración y con una pregunta final, inesperada, que una vez formulada no iba a ser fácil responderla, ni mucho menos recuperar la zona de confort para olvidarla rápidamente. Muy por el contrario, el cuestionamiento formulado con cruda sinceridad, “qué hubieras hecho tú en mi lugar”, Dejaba un desafío y un punto de inflexión: ninguna respuesta rápida ni tampoco elaborada te iba a conformar. Armonizar una severa disyuntiva de la ética humana con un sentido de superación del trauma social y la necesidad de reinstalar una convivencia a partir de la necesidad de un cambio, no era fácil de encontrar.
Wiesenthal busco la opinión de teólogos, políticos, líderes sociales, intelectuales, para poder dar una dimensión amplia y recoger una gran variedad de opiniones. Pero hubo una primera constatación que le sorprendió al autor, y fue que todos los respondientes señalaron de inmediato que para poder ordenar una respuesta debían primero imaginarse a ellos en esa situación, verse a sí mismos en el lugar de aquel prisionero de un campo de concentración en las condiciones descriptas, de enfrentarse a la atrocidad del crimen que tenía ante sus ojos, asumir qué tan violenta realidad estaba efectivamente sucediendo frente a sus ojos y que aun así no podía imaginar su respuesta, su instintiva respuesta, su racional respuesta. Y dentro de aquella lista extensa de posibilidades que afectaban la conciencia de cada una de estas personas destacadas por su actividad como ya se dijo, había una posibilidad latente: conceder el perdón al agresor. Sin embargo, una pregunta asaltaba la conciencia de los respondientes como un rayo les atravesaba la solitaria idea de analizar la posibilidad de un perdón: “¿qué hubiera supuesto, tanto para la víctima como para el autor de esos crímenes, la posibilidad remota e insensata de un perdón tras cometer aquellos crímenes atroces, sin reconocer ni lamentar ni mucho menos admitir su responsabilidad y permutar sinceridad por una ventaja frente al reproche penal y social?”
Bonn Fetterman, un editor independiente que escribiera el prólogo a la tercera edición del libro ya referido destaca que “la importancia de que el mundo haga responsables de sus crímenes a estos individuos es incuestionable”. No obstante, para los límites del perdón, la cuestión es más compleja. Se pregunta: ¿Qué ocurre con los soldados, los seres anónimos que llevaron a cabo los crímenes contra la población por orden de sus superiores? ¡Qué sucede con la responsabilidad individual del pueblo alemán, cegado y coaccionado por la ideología dominante de aquella época, y con esas personas que desde sus diferentes ambientes políticos podrían haber condenado sus actos o haber repudiado a los que los cometieron? Todos alabamos a esos héroes individuales que se oponen y actúan contra los actos inmorales de sus gobiernos a pesar del peligro moral que entraña su resistencia, pero ¿qué ocurre con los demás?”
Retornan profundizada aún un poco más, hasta que cuando termines de leer debas tomarte un largo tiempo antes de hablar sin riesgo a llorar emocionado y de vergüenza: ¿cómo puede la gente vivir en paz con aquellos a los que momentos antes consideraba como sus enemigos mortales? ¿Dónde están los límites del perdón? ¿Es suficiente con mostrar arrepentimiento, ya sea de tipo religioso o secular? ¿Es posible perdonar y no olvidar? ¿Cómo pueden las víctimas estar en paz con su pasado y a la vez mantener su humanidad y su moralidad?”.
La sociedad olvida rápido
Mark Goulden, un destacado periodista y editor inglés, también judío, lo primero que destaca, que pone en dimensión es que SW el libro o ensayo, “es extraordinario porque plantea una delicada cuestión que desafía a la conciencia moral del lector”. Hoy el autor, como bien dice Golden, no se limita a plantear la cuestión del perdón en términos abstractos, si no concretamente el perdón a los alemanes por los crímenes que cometieron cuando la Alemania era dirigida por el nazismo, y en particular por Adolfo Hitler. Desde la incomprensión del fenómeno histórico, desde la ignorancia, Hoy cuesta comprender realmente que la Alemania nazi llevó a las cámaras de gas a 960.000 niños inocentes, 10 estadios de Wembley repletos de niños menores de 13 años. Esos hombres, acaso, eran hombres de esta misma especie humana. Todo es inquietantemente cierto, hoy existe abundante material gráfico audio y video como para corroborarlo con nuestros propios ojos. Pero hay también mucho documento de la burocracia de entonces. Por ejemplo, cuándo en los procesos que siguieron a la derrota del nazismo hubo quienes cuestionaron el número de víctimas tanto el general cómo los particulares de cada sitio de exterminio. Se pudo saber que de los 4.4 millones de hombres mujeres y niños que fueron enviados a Auschwitz solo seguían vivos 60.000 cuando el campo de concentración fue cerrado tras la victoria de los aliados. Es decir, que el 98,5 por ciento de los deportados fueron exterminados por los nazis.
Al hilar reflexiones que va construyendo Goulden, admite que sumergirse en esos dolores del alma de las víctimas para comprender la tortuosa mente del exterminador, del criminal nazi, del asesino industrial, se va abriendo una idea desesperanzadora:” lo que ocurrió en aquella terrible época no es una pesadilla. Todo es pavorosamente cierto y está recogido al detalle en la vasta literatura que sobre el tema existe en la actualidad”.
Pero a quien corresponde “el privilegio de conceder el perdón” …para algunos, está “en manos del ofendido”, pero aún esa respuesta no trae tranquilidad al alma de la víctima. Quizás una respuesta diferente, que no la promueva el rencor pero si el miedo, podría haber aligerado un dolor de varias décadas: Mark Goulden comparte opinión con la mayoría de los autores que ponían énfasis en fundamentos. Pero “no existe una respuesta genérica al dilema moral planteado por Simón ya que se trata de un dilema individual que requiere una respuesta personal. En concreto, Mark Goulden no habría tenido dudas para resolver este problema, si éste fuera acotado al espacio de lo personal. Se imagina que habría sucedido si Alemania hubiese ganado la Guerra y fuese Simón el que estuviera a punto de morir. Un tanto sorprendido agrega que hubiera hecho lo mismo que el protagonista del relato y, además, se aseguraría de que muriera (“habría abandonado en silencio el lecho de muerte no sin antes haberme asegurado de que quedaba un nazi menos en el mundo”).
El camino de la dignidad
“Aunque nos den caza como a animales”, ha dicho Tuvia Bielski, jefe de un núcleo de partisanos polacos, de la Polonia Oriental, “no nos convertiremos en animales. Todos hemos elegido esto: vivir libres, como seres humanos, mientras podamos. Cada día de libertad es una victoria. Y si morimos intentando vivir, al menos moriremos como seres humanos”.
“Sabemos cómo vamos a morir”, resistiendo hasta la última chispa de dignidad, de vitalidad. Pero jamás pidiendo perdón. Mordejai Anilevich escribió el 23 de abril de 1943 este mensaje que se mantiene vigente: “No hemos podido elegir la manera de vivir, pero ahora decidiremos cómo vamos a morir”.

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