El pasado domingo 21 de junio, Rusia recibió la mala noticia de que su cohete Luna 25 se estrelló contra la superficie del polo sur lunar, frustrando los planes de volver a la carrera espacial, que la Unión Soviética había inaugurado el 12 de abril de 1961, cuando el astronauta Yuri Gagarin, marcó el hito de ser el primer ser humano en orbitar la tierra. Tres semanas más tarde, el estadounidense Alan Shepard, a bordo de la nave Freedom 7 haría lo mismo que Gagarin, emparejando la carrera espacial que no se ha detenido.
Los actores han cambiado. China está apostando fuerte, y ha ofrecido su ayuda a la alicaída Rusia para colocar juntos una estación permanente alrededor de la Luna. Será un socio menor, un viejo camarada que ya no puede llegar donde antes iba sola. Putin ha rescatado esa historia y la instala como un peldaño más en su visión imperial. En la década del 50, la amistad entre Rusia y China era sólida, hasta que en 1960 Mao declarara “revisionista” a Nikita Krushchev provocando que los soviéticos cortaran todo trasvase tecnológico con China. La política internacional, y los matices en la aplicación del marxismo leninismo fueron, en aquel momento, el motivo de la ruptura; si es que ya no había una disociación en cuanto al manejo colonial de la influencia ideológica.
Por otra parte, Estados Unidos ha sumado países a su coalición científica en torno a la NASA y sus proyectos de exploración espacial. Ha sumado a la industria y la iniciativa privada, y esa apertura comienza a dar resultados. En ese sentido, la participación de nuevos socios, tanto en la Estación Espacial Internacional como en la puesta en órbita de potentes telescopios están ampliando exponencialmente el conocimiento sobre el origen del universo, y la búsqueda de galaxias donde la vida, tal como la concebimos, tenga posibilidades de desarrollarse.
La EEI ha sido un salto fundamental para la humanidad, pareció sellar un pacto que dejara atrás los resabios de la guerra fría. Sin embargo, Rusia ya anunció que en 2024 se retirará de la estación espacial. Una vez más, los problemas terrícolas abren la escotilla a la gravedad cero y la falta de oxígeno que nos rodea.
Pero China se las arregló para salir adelante sola. Rusia, en cambio, se ha visto empeñada en recrear el viejo predominio sobre los estados colonizados en el seno de la URSS, y se hunde mientras sus viejas colonias van buscando aires de libertad y progreso. La interpretación del marxismo ya no parece estar dentro de las preocupaciones de los actuales dirigentes, y no se vislumbra más que mediocridad en el actual liderazgo, ambiciones económicas, y una política colonial, sobre todo en África, a través de la tercerización de la fuerza, utilizando el grupo Warner.
Putin se había propuesto sorprendernos con un alunizaje en el polo sur de la Luna, donde el agua congelada está presente, y podría ser un elemento decisivo para los futuros viajes espaciales. Trató de llegar primero a esa fuente de riqueza, aunque el mundo le esté aconsejando tener prudencia porque no se trata de garronear impunemente. Aquello queda lejos, y el poder está aquí abajo, donde la fuerza no es el único elemento que regula las relaciones internacionales, y si no que explique por qué no puede abandonar el territorio ruso para ir personalmente a las reuniones de los BRICS
Aquí abajo, Rusia sostiene que Ucrania le pertenece y, por tanto, se siente amparado por las leyes de la esclavitud y el feudalismo, que también lo hace propietario del producto del trabajo ucraniano. Putin no solo le prohíbe a Ucrania exportar su producción de grano sino que lo destruye, y destruye toda la infraestructura agroexportadora, las usinas generadoras de electricidad y transporte de esa energía, vital en medio del pasado invierno.
El agua de la luna no debería tener dueño, ni ahora que envió su expedición colonial al satélite de todos, ni tampoco mañana, porque si hay algo en el espacio que sirva a los seres humanos será de todos ellos, que generaron el conocimiento suficiente, generación tras generación, para ir más allá de la atmósfera. Ni Rusia, ni ningún otro poder con veleidades coloniales debería olvidar la lección de Vietnam, que antes de poner a Estados Unidos de rodillas militarmente le había ganado la guerra moral que implicaba la invasión del pequeño país que recibió armas de la URSS y China, pero los muertos, los combatientes, los puso Vietnam.
Rusia, sin argumentos, está jugando al chantaje nuclear. Ha sembrado cohetes con ojivas nucleares por toda Bielorrusia, como si fuera posible lanzar dos o veinte cohetes sobre Ucrania y que todo quede así nomás. Países muy pequeños y de un gran desarrollo humano como Dinamarca se han puesto del lado de Ucrania, y arriesgan su sociedad, su legado cultural, el bienestar de sus propios ciudadanos por algo más fuerte que la fuerza de una potencia. También a Hitler se le desmoronó la fantasía de apoderarse del mundo.
Putin quiso llegar antes que nadie al agua depositada en el polo sur de la Luna, pero La nave se equivocó de órbita y se accidentó sobre el suelo helado. Mañana podrán insistir y rapiñar el agua depositada allí, pero tendrán que pagarla aquí en la Tierra, y el precio puede ser muy caro.
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