La violencia política instalada en la sociedad uruguaya que se visibiliza particularmente en la campaña rumbo a las elecciones departamentales del próximo 27 de setiembre con algunos episodios de alta tensión, configura un nuevo escenario que nos retrotrae a los períodos más oscuros de nuestra historia reciente.
En efecto, existe un clima de crispación generalizado, fruto de una radical polarización entre la derecha oficialista y la izquierda ahora instalada en la oposición, fogoneada particularmente desde las redes sociales, que han devenido en un espacio contaminado por el odio y la intolerancia.
Sin embargo, tampoco es cuestión de atribuir ese estado de tensión a los militantes de a pie que interactúan a través de los medios electrónicos. La responsabilidad mayor recae sobre los dirigentes de un bloque conservador envalentonado, quienes cocinan a fuego lento su proyecto político regresivo.
Esa es la actitud del presidente de la República Luis Lacalle Pou, quien finge que dialoga pero no escucha. No en vano, se suele reunir con todos los estamentos de la sociedad para alimentar la agenda mediática -incluyendo partidos políticos y sindicatos- pero luego actúa con el capricho propio de alguien que destila soberbia a raudales.
Empero, el mayor combustible de una grieta social que realmente existe, lo aporta el partido ultraderechista Cabildo Abierto, cuyas destempladas salidas de tono exacerban a todos, con permanentes ataques al Poder Judicial e inconvenientes apelaciones al oscuro pasado de la dictadura liberticida.
Obviamente, sus invectivas contra el Frente Amplio, que comenzaron durante la campaña electoral del año pasado, y fueron replicados por los voceros de los clubes militares que cobijan a los represores, han contribuido a esta atmósfera enrarecida.
Como se recordará, en noviembre del año pasado, el hoy senador de CA Guido Manini Ríos convocó a todos los militares a votar por Luis Lacalle Pou en el balotaje, en un tono más propio de un comandante en jefe del Ejército que de un dirigente partidario.
No obstante, lo más inquietante fue un comunicado del Centro Militar, que aglutina a sectores reconocidamente pro-golpistas que han justificado reiteradamente los crímenes perpetrados por la dictadura, convocando a “extirpar el marxismo”.
El exabrupto fue publicado en la revista Nación, órgano oficial de la Cooperativa de Ahorro y Crédito de las Fuerzas Armadas y se difundió a través de un correo del Centro Militar, cuyo presidente, coronel Carlos Silva, integra precisamente Cabildo Abierto.
Al respecto, el editorial expresaba: “los marxistas finalmente se irán del poder y con ellos felizmente se irá el largo rosario de ofensas a la Constitución, el desorden y despilfarro en todos los niveles de la Administración, el consentimiento y estímulo al delito, el intento claro de destruir la familia tradicional y la voluntad por envilecer las relaciones sociales en base al resentimiento”. Asimismo, también se reivindican las tropelías del asesino y represor José “Nino” Gavazzo, entre otras barbaridades.
El tono amenazante del texto retrotrae al país a los tiempos más oscuros de la Guerra Fría y del extremismo fascista de la peor laya, que cometió aberrantes crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, muchos de los cuales permanecen impunes.
Otras expresiones de intemperancia propias de enfermos mentales, fueron las amenazas proferidas por el ex militar Carlos Techera contra jerarcas del gobierno frenteamplista y la reaparición del terrorista “Comando Barneix”.
Este y otros ataques fueron fraguando un espeso caldo de cultivo contaminado de odio contra la izquierda, que hoy inspira expresiones de violencia política que creíamos superadas.
Al respecto, el acontecimiento más grave de esta escalada violentista fue el criminal ataque perpetrado por un energúmeno contra tres militantes frenteamplistas salteños que estaban instalando cartelería proselitista. Aunque la fiscal que entendió en el caso intente camuflar lo sucedido atribuyéndolo a un conflicto circunstancial, es evidente que tuvo una connotación política. No en vano, el agresor –quien manifestó públicamente su aversión hacia el FA- piso el material de propaganda.
Otra agresión sucedió en el Puente de las Américas, cuando once frenteamplistas canarios fueron insultados desde una camioneta por presuntos votantes del Partido Nacional, quienes efectuaron varios disparos de arma de fuego.
Esta coyuntura histórica recuerda a la criminal brigada Palo y Palo, liderada por el ex diputado colorado y fascista Daniel García Pintos, quien otrora se dedicaba pintar muros con léxico agraviante y agredir a militantes del FA. Coincidentemente, García integra hoy las filas de Cabildo Abierto.
En este marco, es inevitable evocar la violenta campaña electoral de 1971, cuando el comando del Frente Amplio encabezado por su candidato presidencial Líber Seregni, fue objeto de atentados a tiros en Rocha. En uno de ellos, el 7 de noviembre, fue asesinado de un disparo en la frente Osvaldo Roberto Amonte Barrios, un niño de 11 años.
Asimismo, durante esa misma recorrida un hombre intentó matar al líder del FA con un cuchillo. Pese a que la Policía nada hizo para esclarecer los hechos, los ataques habrían sido ejecutados por la organización terrorista de derecha Juventud Uruguaya de Pie,
Aunque los momentos históricos no son extrapolables, casi 50 años después se percibe un agudo deterioro de la convivencia social, que reedita los tiempos de polarización que precedieron a la ruptura institucional y la instalación de la dictadura.
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