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El renacer de La Gaviota

El renacer de La Gaviota
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45 años de La Gaviota
En 1977 se estrenó, en el Teatro del Centro, una versión de La gaviota de Anton Chejov bajo la dirección de Júver Salcedo. El elenco estaba integrado por gente como Lilián Olhagaray, Nelly Goitiño, Elisa Contreras y Héctor Manuel Vidal, entre otros. La versión fue un éxito, y a partir de allí surge un colectivo teatral que con los años se convertiría en una referencia del teatro montevideano. Promediando los ochenta Teatro de La Gaviota se instala en Mercedes y Tristán Narvaja, donde desde 1895 se encontraba el Teatro Stella D’Italia. El edificio, que fue rematado en 1990, fue adquirido por la compañía merced a una colecta popular, al aporte de diversos artistas y la colaboración del Sindicato de Actores sueco y de la Sociedad General de Autores de España. La Gaviota jugó un rol destacado en los años noventa, pero ya en en la primera década del siglo XXI la propia estructura edilicia fue un peso complejo de manejar. Con la desaparición de la generación que le dio vida a la compañía, y las carencias económicas que determinan el mantenimiento del espacio, La Gaviota pasó momentos de incertidumbre hasta que una nueva generación comenzó a dotarla de nuevos bríos, llegando a un gran presente en este 2022. El año tuvo un primer mojón con la Trilogía de la Indignación (una coproducción junto a la Comedia Nacional y otros colectivos independientes) que vio como el Stella se llenaba de martes a domingos, extendiendo la actividad de la platea a los bares cercanos luego de las funciones. El estreno de Slaughter en la Sala 2, un espectáculo con dirección de María Dodera sobre texto de Sergio Blanco, volvió a poner foco teatral importante en Mercedes y Tristán Narvaja. Por último, la decisión de recordar el aniversario número 400 del nacimiento de Moliere es otro mojón de una gran temporada de la compañía.

El burgués hipocondríaco
En realidad hacer un espectáculo de Moliere en una sala “a la italiana” como el Stella es natural. Moliere nació en París en 1622, pero en 1652 se instaló en Lyon, ciudad receptora de cómicos italianos de la Comedia del Arte. Las primeras obras de Moliere se basaban en guiones italianos y se cuenta que el comediante Tiberio Fiorilli fue uno de sus maestros. En 1658 vuelve a París y al año siguiente obtiene su primer éxito con Las preciosas ridículas. El éxito se sucede y en 1665 se convierte en el comediógrafo de Luis XIV. La necesidad de realizar espectáculos que se adecuaran al gusto de la corte es la que lo lleva a escribir comedias-ballet, entre las que se encuentra El enfermo imaginario, estrenada en 1673. Interpretando una función de esta obra, el 17 de febrero de 1673, Moliere se descompone y muere poco después.
El contexto político absolutista dejaba poco margen a las posibilidades críticas para los comediantes (el texto de Tartufo, por ejemplo, fue prohibido en sus primeras versiones de 1664 y 1667, y recién se pudo estrenar en 1669). La aristocracia difícilmente pudiera ser blanco de críticas, y en ese sentido Moliere optó por ridiculizar la “vulgaridad” de una burguesía que crecía en relevancia económica pero que aún estaba lejos de tener peso político. Es así que, como se ha escrito, “las características del burgués en el teatro de Moliere son la avaricia, la cobardía, el egoísmo y la ingenuidad; en el amor, el sentido de la posesión y de dominio, y los celos”. Contrastando con esto, Moliere suele dotar a algunos personajes “plebeyos” de lucidez y franqueza. Si vemos los personajes de El enfermo imaginario estas características son nítidas: Argán es un burgués enriquecido pero, además de hipocondríaco, lo bastante ingenuo como para ser engañado por una corte de “médicos” más preocupados por las formas que por los efectos de su profesión. Argón trata a su hija Angélica como una propiedad más y le imponerle un casamiento que la muchacha rechaza. La avaricia se instala alrededor de Argón en personajes como Belinda, deseosa de la muerte de su esposo para heredar su fortuna. El sentido común, que contrasta tanto con la ingenuidad de Angélica respecto al amor como con la de Argón respecto a los intereses de su esposa, se encarnan en la sirvienta Antoñita. Como vemos, los personajes, herederos de la Comedia del Arte, tienen un carácter arquetípico y la eficacia del espectáculo pasa por cómo se anudan las intrigas para desatarse con eficacia al final.
Que Moliere siga hablándonos cuatro siglos después más allá de las determinaciones de su contexto habla de su genialidad. Sebastián Silvera quita los elementos de ballet y, luego de una presentación musical que adelanta la anécdota, logra que la historia, cargada de enredos, fluya con el ritmo necesario para mantener expectante a la platea pero sin acelerarlo para pasar por arriba el cabal desarrollo de los personajes. Porque la estructura es eficaz, pero lo que mantiene vigente la historia es lo que representan los personajes. El odio que Moliere tenía hacia los médicos (recordemos que ya les había dedicado El médico a palos) se traduce actualmente, sin dificultad, en denuncia a una corporación más preocupada de su lugar de poder y prestigio social que de la función que cumple. Es particularmente actual el cuestionamiento a la industria farmacéutica, representada por los boticarios, una industria, como todo negocio capitalista, más preocupada en obtener ganancias que en la salud pública.
Los tonos pasteles que dominan vestuario y escenografía parecen sugerir cierta inocencia en la puesta, inocencia que envuelve las críticas sociales mencionadas, pero siempre elaboradas desde un humor franco y efectivo. El propio trabajo de composición de los personajes los ubica en una atemporalidad con marcas claras del siglo XVII europeo, pero con guiños a los “dorados” años cincuenta del siglo XX entre otras temporalidades. La centralidad del personaje de Argán se apoya en la mejor actuación que recordamos del siempre acertado Fernando Amaral. Los arranques de ira de su personaje, los ceños de duda, los “ataques” de enfermedad, y en general toda su gestualidad colaboran para construir a un personaje ruin y caprichoso pero también querible. Angélica se carga del encanto que le aporta Agustina Vázquez Paz, particularmente en los momentos en que habla de su “amor” con la sirvienta Toñita y en los que se encuentra con su galán Cleante, interpretado por Mathías Albarracín. Cristina Cabrera poniendo el cuerpo a Toñita brinda otro gran ejemplo de su talento. Cabrera, por fuera de los focos más promocionados, se ha convertido en una de las mejores comediantes de nuestro medio. Otra razón para ir a ver El enfermo imaginario. No se lo pierdan.

El enfermo imaginario. Autor: Moliere. Versión y dirección: Sebastián Silvera Perdomo. Elenco: Fernando Amaral, Cristina Cabrera, Agustina Vázquez Paz, Gabriela Quartino, Mathías Albarracín, Daniel Plada, Damián Barrera y Fernando Lofiego. Fotografía: Reinaldo Altamirano.
Funciones: sábados 21:00 y domingos 19:30. Teatro Stella D’Italia

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.